martes, 31 de enero de 2012

Jesús viene pronto

Hay quien se pasa la vida buscando a Jesús. Yo no sé mucho del más mediático de ellos (apenas un anuncio de un muy anunciado vuelo que no llega), pero he encontrado dos grandes amigos con ese nombre.

Del más joven, del sensible periodista que en La Habana firma letras que quisiera hijas mías, he escrito alguna vez. Hoy voy a hablar del otro Jesús, del profesor que me abrió su mano y su casa cuando hace cuatro años llegué en mi platillo volador al barrio donde vivo. Voy a hablar, en ausencia, de Jesús Rivero. 

Este Jesús es profesor universitario, Master en Ciencias, un tipo “leído y escribío”, como en Cuba decimos, pero incluso esa etiqueta le queda pequeña. Jesús es medio albañil, un poco de carpintero, soldador experto, atrevido electricista, artesano del espacio (como diría Van Van) y otro puñado de cosas.  

Sin embargo, su mejor oficio, su especial profesión, es ser cabeza y cuerpo de familia. Su familia es una sobreviviente de la Era del Hielo, cueva privilegiada, Arca evacuada a tiempo a la que la emisión de humores contaminantes de la especie no ha podido menguarle grados centígrados de amor ni derretirle las bases del hogar.

Este amigo llegó hace unos días a un pueblito de África llamado Micomeseng. Micomeseng es mucho Micomeseng: no sale ni en los satélites, que solo alcanzan a mostrar una intenso matorral. Tan escondido en pueblo escondido está ahora mismo este amigo. Allá fue a soldar afectos, carpintear ayudas, encender bombillas cerebrales... a enseñar, sea dicho más concretamente.

Eso está bien, mas no nació de ahí la chispa de este texto. Lo más hondo para mí es que este ser tatuado de familia me dejó, antes de irse, una misión: fui nombrado en solemne jodedera como el primer auxiliador, el gerente de apoyo, el administrador solidario de su casa mientras él falte.

Y aquí estoy yo, orgulloso de mi misión. Ya tuve que arreglar el mango de un instrumento de limpieza, ya pude detener, en un operativo digno de las SWAT, a una rana, presunta terrorista, que sacó corriendo a su Katelyn del baño. Ya quise recordarle a su Figo, con mi mano de acariciar, que todavía el hombre es el mejor amigo del perro, y continué la larga charla con su amada mujer.

Parece que, en efecto, tengo un cargo importante. Por eso el otro día, cuando hablaba con su Teresa del año que nos falta para verlo venir de vacaciones, no pude menos que reiterarle mi fe nueva:

―Verás que sí. Verás que Jesús viene pronto.

sábado, 28 de enero de 2012

Miguelín

No tengo la menor idea de cómo fue, pero un buen día Miguelín dejó de pescar y se dedicó a vender periódicos. Llegaba pasado el meridiano en su bicicleta, vieja como él, con un pequeño rollo que ya tenía las letras encargadas.  
 
Afortunado yo, que disponía de uno en el bultico. Porque fue por esas fechas que comencé a leer periódicos, un hábito más que extraño en un muchacho de un rudo pueblo de mar, pero bueno… si no era fumador precoz y clandestino, si no era adicto al codo alto, si no desvalijaba allá en la costa las nasas de captura… algo raro tenía que hacer.
 
Miguelín era el querido padre de tres primas, sin embargo mi parentesco con él era de tinta y no de sangre: aquel viejito bonachón que parecía llevar con lentitud toda la calma respaldó sin preguntar, sin mucho asombro, mi vocación entre callada y noticiable.
 
Entonces, resumiendo, yo debo esta carrera sofocada, también, a Miguelín, el buen santacruceño que alguna vez bajó del barco con un periódico a la venta en una mano.   
 
Y no, no tengo ni la más remota  idea de los cómo, mas no descarto, al meridiano de mi vida, que un día yo termine de escribirlos y tire estos periódicos al agua para irme así, de pesca en viejo barco, leyendo a Miguelín en letra inversa.

viernes, 27 de enero de 2012

Maternidad

Sin prestar mucha atención a la gritería en la segunda bolsa, comenzó ceremoniosamente a desatar y ensamblar la primera. Sólo cuando hubo armado las 200 piezas de la chimenea plegable, Señora Cigüeña tomó aquel bebé y lo lanzó abajo, por el tubo, con una habilidad rara y ancestral.

jueves, 26 de enero de 2012

Tesis de agronomía

Hay gente la mar de aburrida. Parece que en aquella familia escaseaban los nombres: John Quincy Adams no solo era hijo de John Adams, sino que siguió los pasos de su viejo hasta la misma presidencia norteamericana: en tiempos distintos, papá fue el segundo mandamás y bebé, el sexto escuchamenos.

Que no falta burocracia en las oficinas de Dios y a menudo envía los castigos con original y copia. El hijo de marras, digámosle John el Corto, calcó gen a gen el odio anticubano de su padre. Y como quería darle altura a su ojeriza, proclamó en 1823 una teoría que, según él, se caía de la mata.

Era la idea de la gravitación política, más conocida como de la fruta madura. Sencillo, diría mi abuela: resulta que él "descubrió" que, como fruta separada de hispano árbol, Cuba no podría, aunque quisiera, dejar de caer al suelo... estadounidense.

Inteligente como había sido, Isaac Newton no hubiera esperado por esta manzana para descubrir lo suyo. El mundo estaría aún con los textos de física a medio escribir, huérfano de gravedad y muy aburrido mirando el arbolillo.  

Pero bueno, no todos pueden ser genios. El hallazgo teórico del yanqui padecía un error nefrítico, una piedra impresa, un ambidextro dolor de escroto que desde entonces le impide progresar. La persistencia en su rama de esta isla amanzanada lo demuestra: en bosques de la política, lo más normal del mundo es que se caiga… la fruta inmadura.

miércoles, 25 de enero de 2012

Muy macho

Lo perdió su palabra. Cierta vez, Don Dinosaurio se puso de veras verde y le dijo a su mujer que a la próxima discusión desaparecería de casa.
 
―¡Para siempre!

martes, 24 de enero de 2012

Nanocirugía

Nunca pensé ser testigo de práctica tan sublime, pero a veces la vida se aburre y, para variar, nos hace seres privilegiados. Resulta que este martes me levanté más temprano que de costumbre y fui al Hospital Amalia Simoni, a esperar, para hablarle, a un hermano que allí habría de consultarse.

Llegué lleno del frío de enero y, mientras el sol me alcanzaba, le vi por primera vez, disponiendo instrumental: al aire libre, el novel cirujano comenzó a prepararse para unas intervenciones. Primero tomó el atuendo, después se secó el sudor, luego miró los afilados instrumentos con una pose redundantemente doctoral. Y siempre, siempremente siempre, le auxiliaba ―le arropaba, con toda la  propiedad del término―  una muy grácil doncella.

Mi hermano llegó, pero en lo cerca de una hora que estuvimos charlando yo no dejaba de mirar aquel prodigio de manos más que entrenadas: las incisiones eran hermosas, matemáticas y artísticas, perfectas... todo un alarde de empleo de nanotecnologías.

A resultas, no se podía temer el menor desvío del rumbo de la cuchilla. Lo confieso: tal vez en algún momento me perdí algo de lo que mi hermano dijo, pero aun así estoy satisfecho. Yo lo vi con estos ojos de postear: aquel muchachote podría reiniciar sin titubeos el cerebro de Bill Gates, o mejorar de un corte la vida de Stephen Hawkins. Si las lascas del jamón que allá vende le salen tan delgadas... ¿quién se atreve a dudar de su rigor profesional?

lunes, 23 de enero de 2012

El asesino

Este es el asesino. Lo vieron merodeando por la zona del crimen el mismo 15 de abril de 1912. Dicen que era un tipo duro, frío y más que calculador que paseaba su culpa, como si nada, por el Atlántico Norte.
 
Andaba con las manos manchadas, marcadas de negro y rojo: justo el sudor y la sangre misma del Titanic. Y bajo el agua llevaba, escondido, el inmenso cuchillo con que tajó unos cien metros del casco marino más glorificado de la Historia.
 
Como suele pasar, quiso obstruir la justicia. Se ocupó de dejar pocos testigos, sin embargo el cabo George Thomas Rowe, que hacía guardia en el puente de popa, lo vio pasar después del golpe, como una cosa enorme con velas desplegadas. Así de grande era el maleante.
 
Y la señora Harder, que en plena luna de miel sintió una fuerte sacudida que obviamente superaba los ardores de su esposo, se asomó a la ventana y vio nublarse el cristal con esta pared de blanco flotador.
 
A James McGough el miedo le hizo más: con la ventanilla abierta, pudo recoger en su camarote trozos de hielo lanzados sin recato por el que acababa de atacar. Lo que se llama parte del cuerpo del delito.
 
Mírenlo bien. Este es el asesino. No se conduelan porque ha pasado casi un centenar de años ni porque el blanco y negro de su foto lo haga ver más distante, más anciano, más tranquilo. Hasta su recuerdo hace temblar. Recuerden que mató a 1 523 personas. Recuerden que por eso lo condenamos al más cruel de los deshielos.   

viernes, 20 de enero de 2012

Alerta meteorológico

Es, con toda propiedad, fatalismo geográfico: no le perdono a los meteorólogos que, a la hora de anunciarnos en el noticiero el futuro inmediato, se paren justo delante de la parte del mapa de Cuba que corresponde a Camagüey. ¿Es que no se dan cuenta de que no nos dejan ver? 

Claro, siempre aparece una excepción que mide la regla: con ella no; con ella me olvido de Camagüey, me abstraigo del mapa y me importa... una nube lo que pase con el tiempo en el tiempo que se encuentra frente a cámara.

Aficionado como soy a estos temas, llevo meses pronosticando que un día la Televisión Cubana provocará una emergencia, porque presentarla allí burla cualquier norma de seguridad y protección.

Es cierto que verla mejora el clima automáticamente, que no puede darnos solo “el parte” del tiempo porque a ella siempre le sale completo y que frente a su vista uno entiende la calidad de estos satélites de alta resolución... “¡Oyeee, qué bonito se ve todo! ¡Verdad que allá afuera inventan cada cosas...!”

Sin embargo no me confío; veo venir la tragedia. Esta joven licenciada de apellido Acosta, que tiene costas más interesantes que todas las islas griegas juntas, causará un día nubladas jornadas de luto nacional. ¿Ustedes se imaginan que llegue un huracán categoría 5 y la mitad de Cuba no  sepa nada? ¿Que el frente frío nos congele estas criollas espaldas desprevenidas? ¿Que alguna inundación nos sorprenda con la boca abierta? ¿Que creamos que el tsumani aquel era apenas el nombre del último reguetón...?

En fin, que pase cualquier cataclismo y los 5 millones 628 mil 996 varoncitos de esta Isla vulnerable andemos por la calle, como si nada, porque el día anterior ignoramos los mapas meteorológicos para centrar las miradas en esa anunciadora del tiempo que yo, sin creerme un sacerdote maya, calculo que en este 2012 puede traernos un desatre natural. Porque con ella alertándonos, es natural que cualquier mañana de estas seamos barridos sin remedio.  

jueves, 19 de enero de 2012

Superación profesional

Por no mostrar menos que sus colegas, el camello de una sola jiba se empeñó en hacerse de otra, a cualquier costo y a cualquier peso: en las caravanas solía tomar las cargas más pesadas y aún les exigía a sus compañeros le cedieran varias piezas de sus costales que él, a veces renqueando, llevaba al lomo por la arena encendida del desierto con una alegría incomprensible. Poco después le apareció la otra jiba, curva como la ambición, pero tuvo que dedicarla, exclusivamente, a cargar antiinflamatorios.

miércoles, 18 de enero de 2012

El yaing

Los fanáticos están desconcertados. Después de miles de años de colindancia, el ying  y el yang tuvieron un affaire y les ha nacido un niño mulatico.

martes, 17 de enero de 2012

A conciencia

Si no fuera estrictamente cierto, no resultara gracioso. Yo, que pasaba por aquella escuela, quise guardarles un trozo de mi sonrisa.

—¡Uno, dos, tres, cuatro…!

Se veían risueños,  sobre el césped, en la clase de educación física. Parece que calentaban para comenzar algún juego. El profesor indicaba:

—¡Arriba, a mover la cabeza a ambos lados, como si dijeran que no!

Un niñito le tomó la palabra:

—No voy a atender, no voy a estudiar, no voy a portarme bien, no voy a hacer la tarea…

También yo voy a decir que no: no sé cómo le saldrán las cosas en otras asignaturas, pero aquel ejercicio, lo que se dice aquel ejercicio,  le salía al bellaco con toooda la perfección del mundo.

lunes, 16 de enero de 2012

Playagirones

La Historia está aquí, en los libros y en las manos, para recordarnos cuánta epopeya ganamos. Pero hoy, ahora mismo, las invasiones que más me preocupan son las muy personales, las individuales, las armadas contra con nombres y apellidos de mil “islas”. 

Cada vez que un buen cubano nos deja, cada vez que una de ellas se va ―da igual si de cocineros, da igual si a cocer compotas―, siento que perdemos una batalla. 

¿Quién le bombardeó su mente?, ¿Quién le disparó a su arraigo? ¿Quién ametralló su orgullo? ¿Quién le doblegó el espíritu? ¿Quién subastó su bolsillo? ¿Quién le secuestró esperanzas? ¿Quién le tajó la raíz? 

Arrancarle “islas” a esta Isla: no conozco guerra mayor.

jueves, 12 de enero de 2012

¿Para qué sirve...?

Hace unos 25 años, cuando mi primo Eusebio ganó su beca de ingeniero, muchas personas queridas, comenzando por la familia, solían estimularlo:
 
—Tú ves, eso sí es una carrera, no lo que Enry cogió. ¿Pa’ qué servirá ser periodista…? –preguntaban con los hombros encogidos y la mueca más torcida que tuvieran a mano.
 
Así fue. Desde mis días universitarios tuve que lidiar con un menosprecio que —cándido yo, que lo creía pasajero— apenas estaba comenzando. Porque una vez graduado comprendí que la desestima a esta “inservible” carrera parecía, parece, ir a puro galope. Veamos:
 
A un periodista se le suele criticar por ser criticón o por no criticar nada, da lo mismo. Si escribe mucho: “¿Qué se cree este?”; si poco: “Y ya ni trabaja…” Cuando se rompe la cabeza buscando esencias sublimes se le acusa de tipo complicado y si, por el contrario, es escueto y directo, más de uno se pregunta para qué cara... coles pasó cinco años en una ilustre universidad: “¿Será que no iba a clases?”
 
No faltan intelectuales que nos niegan esa condición y hasta en el propio gremio algunos despistadillos presumen que abandonamos, por lento movimiento o poca venta, las células grises tan caras al muy admirado Hércules Poirot.
 
Los jefes de cualquier cosa ocupan un sitio especial en los cariños reporteriles. Si hablamos de los éxitos de la empresa, “¡Qué talento el del muchacho…! Debemos invitarlo más”. Pero si exponemos al público lo que esconden las alfombras y tapan las cortinitas, alguna barriguilla no nos querrá por allí: “¡No quiero ni verlo!”
 
Hay más. Hay solidaridades que para qué contarles. El otro día me encontré con el padre de un amigo de la infancia: “Ponte a vender algo, con la cantidad de gente que conoces, tú verás que haces dinero”, me aconsejó en un susurro lleno de afecto. Alguien me recomendó alquilara en divisa el cuartico que no uso y otro, más audaz, sugirió que le guarde allí cebollas, tomates, y si es preciso manzanas azules o cuellos de jirafas gordas a algún vendedor del mercado que a cambio me tire un cabo: “Eso no falla, mi hermano”.
 
La galería de gente que apuesta por elevar mis ingresos —dizque a ver si no tiene que ingresarme— cuenta también con los que quieren hacer de mí, a todas todas, un profesor de quién sabe qué: “Oye, te lees un librito y ya. ¡Piensa que son 300 tablas!”.
 
Muchos me quieren. Sin embargo no tantos parecen querer lo que hago. Ya no me tiran al piso solo ante el trabajo de Eusebio: como cualquiera gana más, si es universitario, porque lo es, y si no, porque está en un sector que produce tornillos con cáscara verde que sustituyen importaciones —¿acaso nosotros no evitamos, con las nuestras, la compra de toneladas de ideas extranjeras?―, cualquiera se siente más importante. Y los rayos de Neptuno no alcanzan para atacarnos.
 
Sin embargo, terco como me maltengo, no cejo en mi elección. Cinco lustros después sigo pensando que mi carrera es mucho mejor que la de mi primo. Y si es cierto que como ingeniero él ha conocido el planeta, y sabe lo que es un salario de verdad, yo me las ingenio como puedo y he conocido el mundo interior de los cubanos, por cuyas almas de altibajos no dejo de viajar. Ser periodista sirve para eso.

miércoles, 11 de enero de 2012

Cheques

Un alambre punzante divide Guantánamo. Y aunque el mundo lo crea, no es cosa nueva. Allá por 1903 Tomás Estrada Palma, inaugurando un largo capítulo de robos, les arrendó a los yanquis, en precio de feria y perpetua concesión, algo que no era suyo: la mejor tajada de aquella bahía.

Desde entonces, los “americanos” nos roban el mar, consiguiendo lo que mucho tiempo después creímos era una metáfora del despojo inventada por la fértil imaginación garciamarquiana.

El tiempo pasó y pesó. Hoy hace diez años que el Gobierno de Estados Unidos, con una veintena de presos de estreno, relucientes reos color naranja, estableció allí la cárcel más cara del mundo. La tortura a cada detenido le cuesta 800 000 dólares por año. Nadie podrá calcular la internacionalísima factura de lágrimas.

El verdugo no solo es mudo; también calla a la víctima. La insensatez que se aprecia es apenas la nariz de un iceberg de vidrio hiriente y de gélida alma. Se sabe que junto a presuntos terroristas allí fueron a parar ancianos con demencia senil, maestros, granjeros, adolescentes sin causa probada ni bombas probables.

Omar Kahdr fue detenido en Afganistán con solo 15 años. Lo llevaron al pedazo oscuro de Guantánamo. Le hicieron de todo: le encarcelaron el sol, le quitaron a su astro toda condición “real” y el derecho del descanso. Omar no tenía noches y vivía condenado a la luz eterna, la vigilia sin fin, el destello inacabable que para muchos preludia la muerte. No había luna ni estrellas posibles para él.

Es solo un caso. Dicen que aún quedan allí 171 “combatientes enemigos”. Tal vez nunca se sepa cuántos son claramente. Tal vez la cifra exacta sea lo de menos. Es mucha cárcel esa cárcel;  condenó a pena capital la palabra de Obama (promesa que murió indignamente, sin combate); esa prisión se bebió de un trago brusco a Ginebra con todo y Convención; esa cerca burló en alambres torcidos los derechos más humanos.

A la vista del crimen, Cuba es una Guajira Guantanamera que lleva más de un siglo cantando décimas rebeldes, entre versos libremente sencillos de Martí, para arrancar de su tierra la huella de bota y la mala semilla.

Cada año Washington hace un papel a La Habana para pagar su presencia. Y la Isla no cobra esos cheques de 4 085 dólares. La dignidad no se alquila. Cuba los colecciona para mostrarlos en un museo que aún no existe: el que abrirá allí mismo, en aquel lado de Guantánamo, cuando Estados Unidos libere el pedazo de bahía que manchó de naranja.

lunes, 9 de enero de 2012

Vudú

En mi familia soy algo así como el renegado, el chico malo, el “disidido”: mi madre y seis hermanos viven como Dios manda, frente a algún mar, y solo yo me he alejado de la orilla para instalarme en una ciudad mediterránea, mediespinática, medipunzante...
 
Este sitio que habito (y no ha podido habitarme, como le pasa con el suyo a una amiga todo Ojos) vive la angustia de sentir la daga en el cuello. Su verdugo es el marabú ―del que he escrito algo y espero firmar larga saga―, ese arbusto que practica vudú con la ciudad: sospecho que hinca sus espinas en puntos sensibles de la maqueta para ponerla en apuros.
 
Es por eso que, cuando este oscuro arbolito sin Navidad hunde sus garfios en una guagua, a nosotros nos toca apretarnos o caminar; cuando pincha una placita, las viandas se pierden, cuando taladra un tinajón quedamos con poca agua; y cuando perfora un billete, los precios suben a esas lejanas nubes que dificilmente podamos mirar de tú a tú, desde un avión.
 
No es culpa de ella, de veras, Camagüey es bellísima ciudad, pero tanta espina cerca no la puede enriquecer. Este implacable espadachín que la amenaza solo puede ser frenado por el mar, ese amigo de infancia del que un día me alejé; el mar, único “muñeco” al que nunca le hacen daño las agujas.

viernes, 6 de enero de 2012

Inmortalidad

Una vez pasado el efecto de la anestesia, Aquiles abrió los ojos y, al ver a su madre al lado de la cama, sintió un alivio inmenso, de placidez vedada a los guerreros comunes. Tetis y el Pélida se abrazaron tiernamente.
 
Habían acudido al afamado Doctor Randall, cirujano de Nueva York, para que le hiciera al gran griego un injerto de talón, eliminando para siempre su punto débil. Para el trueque, Tetis robó de las estancias de Zeus un tobillo nuevo de paquete que Poseidón nunca usó.
 
—¡Mamá, ahora sí seré de veras inmortal! —dijo el héroe en suspiro de músculos.
 
Al otro lado de los cristales, sin embargo, reinaba la preocupación: Randall acababa de darse cuenta de que había cambiado el talón equivocado.

miércoles, 4 de enero de 2012

Un CSI cubano

Siempre se dice que “el cubano” es un gran inventor. Seamos justos: las cubanas son mucho mejores en eso.

Hace poco más de veinte años, mientras estudiaba en la Universidad de Oriente, un condiscípulo que vivía por la Sierra Maestra nos contó a los amigos una historia realista y mágica, todo “gracia-marquiana”.

Resulta que en su pueblo, al pie de la montaña, los niños de la primaria no solo no atendían a clases, sino que acostumbraban dormirse. ¡Y eso que dicen que los campesinos son nobles y educados!

Pero había más; los tiernos guajiritos de aquel lugar, de cuyo nombre no quiero burlarme, tenían cierta “debilidad”, vaya, una adicción tempranera: eran verdaderos fanáticos al durofrío de fresa que una vecina, dueña de un refrigerador moderno y blanco cual enorme paleta de vainilla, les vendía por unos pocos quilos.

El asunto se complicó porque en la Sierra también los maestros se las traen y la de allí comenzó a quejarse ante las familias. A mí nunca me regañó un papá serrano, pero imagino que aquello sería el acabóse:

―¡Vejigo, cará...! ¿Cómo usted no va a “repetar” a la maestra?

Y así rodó loma abajo, desde la escuelita rural, aquella bola de nieve (que si hace falta, en Cuba inventamos la nieve, y nos queda mucho mejor que en Europa) hasta que algún CSI montuno y tropical llegó al final de la saga.

Resulta que la elaboradora de aquellos deliciosos durofríos les daba su brillo rosáceo, su tono atractivo, su aspecto ideal, con alguna cucharilla de... jarabe de benadrilina.

¡Mire usted que hay gente desagradecida! Es verdad que los muchachos se dormían, pero no pescaban ni un catarrito. ¡Tenían una salud...!