viernes, 29 de junio de 2012

Los abuelos cuentan

Mucho viento después, frente al pelotón de adormecimiento, mi abuela María moriría con 97 años, tras contarnos mil y un relatos de su antigua juventud, casi siempre relacionados con un mancebo que cierta vez estremeció a todas las mujeres (y dicen que no solo a ellas) de Santa Cruz del Sur: el ciclón del '32. 

A cada rato yo creo charlar con ella, entre su mundo y el mío, y entiendo de un cuento a otro que sus dotes de narradora oral fueron más que superadas: en esos mismos instantes que dedico a la memoria, los nietos del huracán repiten las anécdotas que oyeran a aquel abuelo ágil, húmedo, arrogante, que frente a un mar de otro siglo pusiera mi pueblo a sus pies. 
 

lunes, 25 de junio de 2012

Comecandela

Aunque me aleje del aplauso debo admitirlo: ni siquiera de niño me gustaron los circos, ese mundo bajo carpa donde abunda el talento y se entrega hasta la piel, pero en el que siempre creí ver que se quebraba la naturaleza humana o animal para comprar un elogio:

―¡Bravo...!

No entendía del todo, no admitía del nada, los pedidos con látigos al compañero tigre, ni las gracias impuestas a un equipo de monos, ni  el ciclismo forzado a un quinteto de perros, ni la hoja de ruta para andar en la arena a elefantes enormes que en cambio parecían cansados sin remedio, ni la risa de plástico que mostraba el payaso.

Y entre otras tantas incomprensiones, no entendía al comecandelas, un ser combustible que quemaba su alma cada noche, con tal de mostrar cada noche la entereza del cuerpo.

Este domingo, mientras pintaba una reja en casa de una amiga, he pensado en el circo y he pisado los límites de la carpa y la arena: a mitad de mañana, mientras estaba concentrado repartiendo amarillos, vino ella y me dijo:

―Toma...

Yo tomé, literalmente tomé, con sorbo de adolescente. No podía saber que ella me alcanzaba un pote de gasolina con que lavar las  brochas. Después del susto... y del salto, viví un día químicamente largo: lo pasé tomando líquidos y eructando fórmulas de la tabla periódica del viejo Mendeleiev.

Me da pena decirlo, pero sé que habré herido otra esquina de la capa de ozono. Por eso pensé mucho en la agonía perenne de aquellos comecandelas y durante muchas horas, por si las moscas, no me atreví a acercarme a la llama más tenue, no fuera que diera una función gratuita. 

viernes, 22 de junio de 2012

La escultura y la grieta

En un lugar de la galaxia, de cuyo nombre no puedo acordarme, decidieron levantarle una estatua a la crítica. Colectaron miles, arrendaron el punto más céntrico y pagaron al mejor escultor, traído de un sitio cuya distancia justificaba sus honorarios.

El artista comenzó. Al cabo de muchas lunas y algunos soles quedó lista la obra. Era perfecta, pero cuando todos la hubieron mirado le descubrieron un defecto imperdonable: su inquietante sugerencia que les impidió dormir tranquilos. Se sentían denunciados por aquella insolencia pública que les robó la plaza.

Cuando insinuó que faltó bronce en su figura, cuando echó luz sobre la intolerancia tolerada y gritó la incultura de los hacedores de estatuas, cuando demostró que nadie quería saber de ella y su modelo, empezó a molestar.

Entonces todos, con el escultor a la cabeza, decidieron derribarla.

domingo, 17 de junio de 2012

Por si acaso...

Porque de ancianos todos somos de nuevo un poco niños, el bello cisne se suicidó: temía que, de viejo, regresara su look de patito feo.

viernes, 15 de junio de 2012

Dos guerrilleros en un día

El Lugarteniente General olvida su lugar, oculta su rango y no viste de bronce en esta fecha; descarga la carga que prepara y baja otra vez —él siempre lo hace a golpe de modestia— del sitio en que la Historia lo ha subido. Maceo está hoy de cumpleaños  y quiere apenas ser Antonio, el simple campesino que ama sus raíces de tierra y de familia. 

Ama mucho, dócilmente y demasiado, el bravo que más hondo sabe protestar: el fornido mulato se ve hoy “almado” y desarmado, sin machetes ni apuros, solo quiere este fin de semana ser el hijo de Marcos, un padre al que el domingo, callado y conmovido, le dará ese abrazo sensible que solo entiende en la casa la piel de los titanes.

El Che es más Che que nunca este 14: más amigo es el jefe que reparte su gloria pareja a los humildes. “¡Ya tiene 84, Comandante!”, le dice un soldado que pasa entre las brumas de la selva, soldado apurado que quiere como un padre a quien le manda con voz de nube y mirada de trueno, o viceversa, que da igual.

Pero el hombre severo tiene sus respetos: guarda su pipa en un bolsillo —ya ni fuma—, renueva la sonrisa siempre nueva de hijo bueno y pasa de la  muerte a nuestro  mundo suyo, brinca de nuevo de Bolivia a Santa Clara, de Santa Clara a la Argentina, montado en una estrella casi tan guerrillera como él.

Este domingo que viene, de los Padres, bastará un solo cuerpo a dos Ernesto, estará el guerrillero con quien le dio el nombre con la vida. Le veremos, en fin —¿o en un principio?— en familia, cubano y argentino, haciendo un campamento sin balas en medio del hogar, ganando otro combate, a ejemplo limpio, por la felicidad.

jueves, 14 de junio de 2012

Vocación

Sólo al final de su vida, tras mucho estudio y abundantes privaciones, el prominente biógrafo Shisme All Día descifró las motivaciones que tuviera El Magno para hacerse un gran  guerrero: de niño, en Macedonia, los muchachos le gritaban Alejandro el Glande.

lunes, 11 de junio de 2012

Bolero

Una vez entrevisté a Papito García, sin dudas el interlocutor más afable que me haya tocado en suerte. Un tipo increíble, que se sentía eso que por aquí llaman “camagüeyano rellollo”, pero que demostraba en cuerpo en alma, en cara y risa, que el término nada tiene que ver con la petulancia o presuntos abolengos.

Sin bailar, Papito era el gordo más carnavalesco, y siendo blanco, cabía en él el ritmo entero del África. Viéndolo, uno podía creer y entender que la música tiene también obesas notas. Porque él investigó como nadie los secretos del San Juan Camagüeyano y los sudores de congas y comparsas nacidas de cabildos africanos que rastreó con olfato de noble rancheador.

Mas no es todo: Papito fue finísimo guitarrista acompañante que doró con sus dedos los mil y un boleros. Era algo así como un Sancho sin par que con rucio de seis cuerdas secundó en amorosas aventuras a buena parte de los grandes boleristas de Cuba. Cuando pasaban por aquí, casi todos hacían un pedido:

―Que me acompañe Papito...

Y allá estaba él a sala llena, a media luz, creyendo que dejaba el mayor aplauso a quien cantaba, como si el público no supiera que sin la guitarra, y sin el guitarrista, el bolerista no conquista ardor alguno.

Esta es, en fin, mi imagen de Papito García Grasa, otro grande que se va del teatro de la vida escuchando el sonoro “¡Bravo...!" del espectador; es mi retrato apurado del anciano que nunca aprendió a tutear; mi escultura en palabras de un hombre multicolor que ahora mismo estará diciéndole al Creador, con el respeto que merece:

―Cante usted, señor Dios; yo con gusto le acompaño.
    

jueves, 7 de junio de 2012

Página del Diario de una rana

Alguna vez les he hablado de mi rana, la que me acompaña en casa hace más de un año o dos. Pues bien, la compañera ha crecido, así que le sugerí que actualizara la foto de su perfil, pero ella es un  batracio maduro que no está para esas nimiedades.

Aunque sea en el subsuelo, todos tenemos nuestros orgullitos, y no voy a negarles que me sentía un tipo generoso, casi un mecenas que aseguraba para la posteridad el creativo croar de mi inquilina. 

Yo creía haberle permitido instalarse detrás del lavadero y haberle dado licencia para hacer algún que otro safari de insectos cuando la noche despierta su apetito de mortal brincadora.

Yo pensaba que me hacía mejor persona cuando le cedía el paso en sus incursiones de casera exploración. Pero la vida es cruel; nunca acabamos de conocer al prójimo: resulta que hace poco registré entre sus verdosas cosas y leí esta página de su Diario que me ha dejado más frío que ella misma:

―Conmigo se ha mudado un tipo. No había visto a nadie tan flaco; ni siquiera el sapo aquel que enamoró a mi madre en el año '93, cuando la libra de mosquito no se podía pagar. Este está peor: no sabe croar y no usa su lengua ni siquiera para halar el bicho más pequeño. Tiene la piel muy lisa y de un solo color, ¡qué asco! Se va temprano, regresa tarde, usa un poco de agua de la que le dejo y se esconde en su cueva blanca mientras yo hago cosas más importantes en la mía. ¡Me da una lástima... yo no tengo corazón para cobrarle alquiler! Tiene suerte de que soy una rana consciente, pero el día que me moleste lo agarro con un pedazo de periódico y lo boto por la ventana.

miércoles, 6 de junio de 2012

Kid Renegado

Normalmente, las herencias no se piden; llegan y ya. De niño recibí un ágil legado: la afición por el boxeo. Me encantaba sentarme frente a tele ajena a mirar cómo los púgiles cubanos vencían en nueve minutos a rivales de países potentes que ignoraban lo que era, lo que es, un agua de azúcar prieta, un picadillo ignoto, una casa de nueve, un techo goteando...

Con los años, llovieron medallas sobre la Isla. Y tuvimos Teófilos y Hortas, Savones más Candelarios, Carriones con Armanditos, pero, ingrato yo, me salí del cuerpo a cuerpo y hasta de la media: tomé larga distancia de mi televisor y perdí esta pelea por abandono.

Ya no quiero mi herencia, ya reniego de ella. Ya no creo que gano cuando a un compatriota de ébano le suben el brazo. Ya no veo la gloria de quien vence golpeando. Y no siento placer si hay un noqueado: sea de Kiribati o sea de yanquilandia.

Hoy se anuncia que desaparecerán las cabeceras, para que el público vea al momento, en escarlatas colores, la cara chamuscada, el inflamado ojo, la nariz rota... Y parece que aceptaremos, que con la cabeza arriaremos el orgullo nacional. 

Yo cuelgo mis guantes. Cuba me ha enseñado a librar peleas de amor. De ella recibí un nuevo legado: mi aflicción por el boxeo.