miércoles, 29 de agosto de 2012

Omisión


Hasta esta fecha, nadie ha lamentado el naufragio y la muerte de los millones de microorganismos que viajaban, sin fiestas ni champaña, en el iceberg de segunda impactado por el Titanic.

miércoles, 22 de agosto de 2012

Chernobil

Ahora que andamos de extramarcianos por Marte, bajando allá aparatos curiosos que miran por nosotros, es bueno saber que también redescubrimos pedazos amargos de la Tierra. Lo ha declarado recientemente el ucraniano Oleg Bondarenko, miembro de la Comisión Nacional para la Defensa de la Radiación: Chernobil es, otra vez, apta para la vida.
 
Sí, ya sé… los científicos fallaron un día y el error no deja de quemar, pero hay que confiar en la ciencia, que aprecia indicadores favorables para la vida humana en la urbe cuyo nombre acompaña desde 1986 la nuclear fatalidad de una noticia.
 
Dicen que se podría vivir incluso en la faja Sur del anillo de exclusión fijado hasta 30 kilómetros de la planta nuclear accidentada. El dictamen pudiera legalizar a quienes regresaron a escondidas y residen allí porque sí —¿por qué no?, dicen ellos—, en franco desafío a legislaciones y radiaciones. Y tal vez, agregan los que saben, en un futuro se pueda criar ganado y sembrar lino.
 
Yo escucho Chernobil y pienso en los más de 26 000 niños y adolescentes que desde 1990 han recibido en La Habana un tratamiento a base de la mezcla única de medicina, magia transparente, efectivo afecto y trópico terapéutico.
 
Escucho Chernobil y pienso más en Prípiat, la ciudad maldita ubicada a solo tres kilómetros de la planta, la urbe dormitorio cuya sanación no veremos nosotros porque los 24 milenios de radiación estimados parecen mucho tiempo.
 
Prípiat, conocida como “La ciudad del futuro” en la URSS que se fue; Prípiat, con su promedio de edad de apenas 29 años y su  millar de nuevos niños cada vez que el almanaque daba una vuelta; Prípiat, la tierra en que cada uno de sus 40 mil habitantes sembró un arbusto de rosas para sentirse en casa; Prípiat, la tierra de hermanos que no conocía la criminalidad... 
 
Escucha uno el término accidente y recuerda a los “liquidadores”, aquellos bomberos, obreros, voluntarios… que en masa apagaron los incendios y construyeron el sarcófago de sellado del reactor 4 y en masa murieron, a velocidad muy personal.
 
Prípiat es un fantasma de concreto que se quedó a cinco días de inaugurar su parque de diversiones. Los niños de entonces no pudieron estrenar una estrella mecánica que nunca llegó a girar. La gente fue evacuada “por unos pocos días” y dejó todo, por eso las fotos muestran polvorientos zapaticos en los jardines de infancia y cuadernos escolares esperando a solas el próximo timbre, y parques sin novios… No volverán.
 
No lo veremos nosotros, pero podemos escribir las historias para los descendientes que estarán allí dentro de 240 siglos: esos niños de genética marcada curados en La Habana son la buena semilla de la que alguna vez rebrotarán las rosas en Prípiat.

miércoles, 15 de agosto de 2012

Una medalla

Una familia amiga, que sabe que la guayaba ocupa el dos o el tres en mi top ten de frutas, me regaló hace unos días una porción de ellas.

―Para que hagas batido, o una buena mermelada -recomendaron ellos, ¡eso quisiera yo...!

Las tomé, pero a más de que no sé hacer nada con una olla delante, en seguida me apareció un problema: no tengo batidora para hacer un batido, y carezco de coladeras para sacar las semillas como exige “una buena mermelada”. No voy a repetir que vivo en la sucursal más llana y arenosa del Sahara Pelado Corporation.

En fin, guardé aquellas esferas olorosas en mi nevera ártica hasta que otra amiga dulce que ronda los 80 me aconsejó al teléfono que hiciera unos casquitos, delicia simple que no demanda tecnología de punta a mi rústica casa, eterna despuntada.

Seguí su receta al pie de la letra, pero parece que en el camino sufrí algún esguince o lastimé consonantes de vocálico ardor: no pelé las guayabas y al cabo del primer y del segundo hervor quedaron unos cascos únicos, insólitos, brillantes, unos cascos plásticamente claros de dino Rex huevón que serían gorro de Michael Phelps o un protector tremendo a la siempre amarilla, girasólica oreja del Vincent más Van Gogh.

Ahí están, pueden verlos: mis casquitos son hitos: agrios y resecos, ásperos y elásticos, de la merienda fácil, la mejor negación. Más que un dulce casero, recuerdan la cubierta nuclear, el paraguas de horror que llevan los soldados a una guerra, recuerdan la coraza perfecta con que suele vestirse la mujer que a su pretendiente dice largo No.

Así, como este postre frustrado que imagino postrero, supongo sean los cascos azules de la ONU, sólo que ellos no llevan el sol en sus cabezas; no llenan de azúcar sus entrañas; ellos no cargan sus cartuchos de Vitamina C... y eso tal vez los haga frágiles, más huérfanos y endebles, con todo y sus fusiles, con todo y Ban Ki Moon.

Comer de mis casquitos semeja un acto bélico, por eso cuando acabo un vaso terrorista, cuando exploto en mi boca un pote bomba frente al televisor, me pongo sin rubores una medalla enorme que dice al noticiero sobre mi gran valor. Ningún veterano de guerra conocida, de contienda soñada, de refriega prevista, es más guapo que yo.

domingo, 12 de agosto de 2012

Decepción original

Dada a buscar en los rincones, como todas las de su especie, Doña Serpiente se sintió decepcionada cuando halló en el closet matrimonial, entre las cosas de Adán y Eva, una caja llena de manzanas plásticas.

lunes, 6 de agosto de 2012

Honradez

Para otros, la virtud no suele ser tan desgarradora. A medida que iba devolviendo todo lo ajeno, la vida se le escapaba de las manos. La honradez fue el fin de aquella criatura que con tanto celo y sapiencia había creado el Doctor Frankenstein.

jueves, 2 de agosto de 2012

Antártidas

Justo esta tarde me he enterado de que hace tan solo 52 millones de años en nuestra insensible Antártida floreció una espesa selva tropical donde alegres animalillos disfrutaban bajo el sol unos muy cariñosos 20 grados centígrados.

Lo escribieron científicos de la Universidad de Frankfurt, tipos serios que no afirman sin pruebas y hasta llevan espejuelos. Solo leyéndoles a ellos un caso tan parecido pude creer que es posible: esa amiga me olvidó.