jueves, 29 de marzo de 2012

El gusto y el "para dar"


La anécdota es vieja, pero no por eso pierde lozanía. Entonces, mi hijo tendría unos cuatro años y frente a un arbusto de hermosas chirimoyas mi hermano Iván, en pose de tío generoso, le preguntó cuál era su fruta preferida.

Daniel no tuvo que pensarlo:

―¡El bistec!

martes, 27 de marzo de 2012

Barcos de madera

Hace unos siglos, cuando era niño, fabricaba pequeños barcos de madera. Sin otra academia que el recuerdo de mis ancestros ni más material que un pedazo de tablón y un machete de dudoso filo, sacaba de mis manos aquellas naves prestas a hacerse a la mar.

Les ahuecaba la panza para fijar alli la nevera en la que, entre hielitos de refrigerador que alguna vecina dadivosa me “prestaba”, guardaba pececitos ornamentales reclutados a la fuerza para hacer de ballenas o tiburones heroicamente pescados por mí.

El timón y la propela salían de las piezas circulares de algún reloj rusamente despertador, sacrificado en nombre de la navegación. De ancla, bastaba un simple anzuelo. Y en cualquier tubo fino presumía ver chimeneas tan portentosas como las de un Titanic cuya tragedia aun no había tenido que sufrir.

Lo echaba al agua sin romper en su casco botellitas de champán (¿cham qué..., qué sería eso?). En el primer charco del primer aguacero probaba si era buen caminador. Y un ciclón era una fiesta que me traía el océano a la casa.

¿Por qué este descargo de viejo lobo de mar, de capitán de antaño haciendo cuento en taberna? Porque a la vista del primer lloviznazo que mojaba tierra de marzo, inundada la cabeza con gotas de hoy y olas de ayer, quise buscar un tablón y un machete y sacarme, de entre los dedos, un nuevo insumergible para otro viaje.

domingo, 25 de marzo de 2012

El Papa a derecha y a izquierda

Ya lo he dicho alguna vez: no soy creyente. Sin embargo hay cosas que ni un ateo rotundo puede desconocer: no todos los pueblos encuentran un día en el mar —¿o ella bracea hasta ellos?— a una Virgen que habrá de acompañarlo por 400 años de goces y de penurias.

Los cubanos somos entonces una suerte de mineros extraordinarios que de las entrañas del agua sacamos nada menos que a la Virgen. Y ella, Doña Cachita (la compañera Caridad, pudieran decir algunos), ha guiado en estos siglos hasta a incorregibles devotos de la descreencia como yo.

No extraña entonces que el Papa venga este lunes de peregrino a homenajear a esa Virgen que es la mismísima María, nacionalizada cubana. El Papa, señores, es un hombre con un rango, una misión y una fe. Nada más. Y nada menos.

Benedicto XVI es un mensajero. Cada cual verá esa “carta” de paz a su manera; muchos la guardarán en el alma, otros no querrán leerla y unos cuantos la mirarán a trasluz buscando los ocultos códigos del Cielo.

Cuba no necesita de un Papa para unir más a su gente, pero ya que este viene desde Roma y trae recados divinos, lo menos que podemos hacer es atenderlo bien y mostrarle, juntos, por qué estamos aquí todavía pese a que más de una vez pareció que el Altísimo nos diera su anchísima espalda. 

El hombre tiene 84 años. No aturdamos sus viejos oídos con la plegaria de la contradicción. No le halemos de un brazo, y del otro, pretendiendo acomodarlo a la postura de cada cual. Hasta yo que soy ateo entiendo que a Dios no le caería nada bien que le fracturáramos un miembro a su enviado especial. 

sábado, 24 de marzo de 2012

Autoestima

Como cada día, el camaleón con ínfulas de dinosaurio se trepó al árbol y le exigió que pusiera cada rama y cada hoja de su mismo color.
 
—¡Ahooora!

viernes, 23 de marzo de 2012

Un ángel caído

Bastón en mano, la anciana subió aquella guagua atestada de gente.

Pidiendo tímidos permisos entre cruces humanas, avanzó por un pasillo que sentí túnel de luz de kilómetros de nubes.

Pensé que las canas sugerían su muerte porque, cual si fuera ángel  levitante ajeno a los terrícolas, nadie le tomó una mano o le ofreció algún alivio.

Muchos, carentes de ojos aptos para lo espiritual y de alcance hasta el más allá, ni siquiera la vieron.

Por fin la nube de canas llegó a la zona que buscaba y rogó, con voz de unas ocho décadas:

―Por favor, el asiento de los impedidos físicos...

Solo alertada por esa suerte de susurro celestial, una jovencita se paró y la viejita, camino al hospital, acomodó aliviada ese cuerpo cansado de tanto llevarla por el mundo.

Pese a todo, en una esquina distante, yo aprecié en el final “feliz” de esta historia un desarrollo más que vergonzoso.

jueves, 22 de marzo de 2012

El secreto de Raúl

No hace tanto, directo al oído del país, Raúl Castro dijo algo estremecedor: nooo quieeere secreeetos. Y para certificarlo, nos lo dijo en público, levantando en vivo sintagmas osados que contradicen sus 80 años cumplidos.

No hace nada, fui a una empresa, una de tantas. Algún jefe de alguna cosa pasó apurado y, amable, me comentó:

—No puedo atenderlo porque tiene que ser el director. Si no estuviera el director…

Este jefe fugaz, ave de pose, especie de cometa con cargo, no fue el único en su tipo. La relacionista pública era una muchacha dulce que, mientras hacíamos la antesala del único diálogo allí permitido,  en un acto sublime de relaciones privadas me susurró más de una vez: 

—Por favor, estamos hablando, pero entre nosotros… las cosas de verdad de verdad las dice el director.

Y en honor a esa verdad de verdad, el director no era tan fiero como lo imaginé. Encontré a un ingeniero joven, al parecer bien preparado, que me respondió las preguntas, me acompañó por la empresa y reconoció incluso la pequeñez del salario de sus trabajadores, pese a lo mucho importante que hacen.

Parecía, en concreto, eso que en Cuba llamamos un buena gente, pero nadie es perfecto, señores: ya a su edad padece un serio problema de salud, enfermedad crónica trasmisible. No sé si sería que Raúl nos secreteó muy bajito, lo que sí sé es que este director general no pudo escucharle nada.

martes, 20 de marzo de 2012

Solterona

¡Pobre de ella, qué poco le duran los novios! Todos llegan con cara de angustia, toman lo que pueden y se van sin mirar atrás, felices, sin remordimientos ni recuerdos de esta férrea Penélope.

Al final, en la noche, sus pretendientes diurnos terminan en cama distante abrazando a otra. Y el caso es que, a su edad, pasan de miles los romances fallidos y sigue sola, como viuda virgen, la parada.

lunes, 19 de marzo de 2012

Junior school

Retraído e indisciplinado, aquel niño no avanzaba nada en el aprendizaje del abecedario. Una tarde de neuronas ausentes, su maestra perdió la compostura y le gritó con todas sus fuerzas:
 
—¡No serás nadie mientras no aprendas la Z!
 
Ese regaño salvó la carrera del Zorro.

domingo, 18 de marzo de 2012

Signos y caracteres

Cuando ella estaba, los días eran signos de exclamación; las horas, paréntesis cargados de buenas sorpresas, a las cosas más simples les caían comillas del Cielo y, de tanto imitarla, el punto —tan breve, tan gordo, tan pobre— se enamoró de la plástica coma y se le unió, hasta que un borrón de envidia los separe, haciendo un gran aporte a nuestro idioma.

Hablando de comas: si estaba con ella infringía las reglas y brincaba las comas para no perder segundos. Jamás fui multado. Y cual guerrilleros, en amplios corchetes nos escondíamos a dispararnos palabras, con risa y con causa.

Nunca hizo falta un $igno afortunado porque hacía mucho habíamos saqueado al mundo de toda fortuna.

Con ella, hasta el slash me salía derecho y los numerales (que por buena razón olvidaron contar) sugerían hondas metáforas. Juntos, recibíamos arrobas de satisfacción, aun escasas en París. En fin que, desde su llegada, cambió la Matemática y todas las cosas pasaron a ser menor que… ella.

Sin ella… bueno, sin ella esta historia se escribe distinto: de derecha a izquierda, de abajo hacia arriba… se convierte en árabe el viejo español.

Sin ella callaron los firmes acentos, murieron, sin nombre, asteriscos de rancio abolengo, sin ella es la vida (lo escribo muy fino) maldita, cabrona, interrogación.

sábado, 17 de marzo de 2012

Isla de madera

Lo tengo en frente, apenas a un metro de mi computadora. Está inmenso en su boina de blanca estrella, en su vaina de limpia semilla de germinación constante.

Lo siento cerca y a veces, alma en el asma ahogada, me dicta con acento austral cuanto he de escribir en letras caribeñas con música que no entiende.

A menudo marca, sugiere y borra. Y también viceversa, mas no le replico, pues tiene ojos difíciles de enfrentar. Muy de vez en cuando me da —en sueños míos— una palmadita.

A unas cuartas de estas manos que teclean, el Hombre logra cada día salirse del cristal, cambiar un pedazo del mundo y volver por cualquier atajo para que sigamos creyéndole quieto.

No le he preguntado su opinión, pero quiero pensar que esta Isla nuestra que le dimos —y nos devolvió en carta antes de un viaje—  es como el marco del cuadro suyo que describo: tiene una pequeña franja  carcomida, pero sigue entera y firme, y sana y limpia, y dura y tierna, en el corazón de su madera. El Che Guevara no acepta menos.

viernes, 16 de marzo de 2012

Sangre de familia

A veces pienso que mi familia lleva en la sangre el rechazo a la sangre. Somos seres antivampirescos: el trago preferido del Conde sería para nosotros la cruz cegadora. Mi gente más cercana tiene incorporada una aversión que nos espanta del líquido rojo en la vida real y hasta en el cine más torpe.

De tal suerte, esos thrillers en extremo taquilleros que pululan por ahí nunca han logrado sacarme un peso del bolsillo. No me creo tacaño, pero tampoco voy a pagar por un mal rato.

De mi cabeza reiteradamente rota y mis heridas eventuales lo que menos me afectó fue la piel (esa tela nuevecita con que me vistieron mis padres y que yo he cuidado tan poco) cortada, sino el consiguiente derramamiento de mi compañera sangre.

Pero entre los míos hay quien supera mis records. Mi hermano Ángel, que ronda los 1.90 de estatura, me dejó chiquito también en este asunto.

Hace un montón de años, Iván (el menor en mi camada), mi sobrina Yusleibis y yo jugábamos beisbol frente a casa. Nuestra pelota pasaba de pobre: era una pequeña lata de conservas aplastada. En cierto momento de clímax uno de nosotros bateó de hit aquella cosa que fue a parar, (in)justamente, en la frente de La Yuya.

El resto ya ustedes lo suponen: susto, corredera y búsqueda de un médico. Allá la llevó Ángel, uno de los mayores. Pues bien, cuando mi hermana Martha (madre de la “atleta” lesionada en el partido) se enteró, fue al hospital, adonde llegó agitada, puro nervio. Encontró a su hija, fresca como una lechuga, con unos relucientes puntos de sutura en la cabeza... echándole aire a su tío desmayado. 

miércoles, 14 de marzo de 2012

Premio

La directora de la escuela de mi hijo me envió una invitación. Me pidió que fuese al matutino especial que, inspirado en el Día de la Prensa Cubana, harían sus muchachos de la secundaria Inés Luaces.

Conociendo a Daniel, me cercioré primero de que estaría cómodo conmigo allí. Y dijo que sí.

Conociéndome yo, me dispuse, por él, a dar ese paso extraño, porque soy cualquier cosa menos un tipo mediático. Y dije que qué remedio…

Mis amigos lo saben: no tengo arreglo; me gustan los diálogos breves, los espacios sintéticos y homenajes silentes. Me inclino por el elogio mudo y la loa apagada. Prefiero la imagen literaria a la imagen pública. En fin, que me sabe a hiel la miel de cualquier pamplina. ¿Qué puedo hacer…?

Pero un hijo es un hijo. Allí estuve, temprano, de la mano del mío. Debo reconocerlo: ver a esos niños representando la pieza teatral Abdala, escucharles verdades patrióticas esenciales, recibir de sus manos una sencilla postal josemartiana que me recordó que la palabra es “…para curar las heridas”, y sentir el aplauso inmerecido de más de 600 danieles, fue mi regalo del día. Al final, por sobre mis dudas, este 14 de Marzo fui en la escuela el periodista más premiado de Cuba. 

lunes, 12 de marzo de 2012

Vallejianas

Lo lógico era que un día con aguacero, del cual tengo ya el recuerdo, aquella casa sureña viera pasar mi cadáver, despidiera mis momentos, me enterrara  y al final pusiera en torso de tablas un mensaje muy postrero:

—En esta casa nació un señor muy joven viejo con unas ganas enormes que no le daban talento.

Pero tampoco a la lógica le escasean los entuertos. Tal vez un jueves, cual hoy, de húmedos húmeros huesos, quizás un día de otoño, un huracán la mató sin perdonar mis recuerdos y yo le escribo, le escribo rodeado de heraldos negros, su epitafio vallejiano justo al nordeste del pecho:

—En este hombre que prosa estas letras sin un verso, sigue viviendo una casa que se le agranda aquí adentro.

viernes, 9 de marzo de 2012

Algunas dificultades

Lo acaba de declarar Juan Miguel Insulza, el secretario general de la OEA, a propósito de la exclusión de Cuba, otra vez, de la Cumbre de las Américas. Para explicar las voces que defienden la asistencia de la Isla, el hombre firmó esta joyita:

—Tiene que ver con el hecho de que hay varios países en la región que están más distanciados de Estados Unidos que antes y eso, indudablemente, provoca algunas dificultades.

jueves, 8 de marzo de 2012

La anciana y el Che

Lo confieso: ella me desordena. Y altera mis normas así no más, carildamente.

Siempre he dicho que si un día me abunda el dinero haré un escalafón de gente buena con la que compartir mi fortuna, a cuentas iguales o, al menos, parecidas.

Pero mientras eso no pase (y, no sé por qué, algo me dice que no pasará, ¡no pasarán...!), no puedo darme el lujo de regalar el dinero que me falta.

En general descreo de pedidores que a menudo tienen más que yo y de manos que suplican pese a que se les ve más robustas que las mías. En fin, desconfío del mendigo que puede trabajar en un país donde, aunque falte salario, trabajo sobra.

En cambio esta señora mayor que me he topado dos veces en la calle tiene un poder extraño sobre mí: la primera mañana en que me pidió algo dudé por confuso instante, pero al final la alcancé, dos cuadras más arriba, para darle mi único peso, el de la guagua que se suponía me llevaría de regreso a casa. Y me fui a pie, mas contento.

Hace solo unas horas estuvo otra vez frente a mí. Me habló del hijo que apenas se ocupa de ella. Metió su mano en mi alma y sacó de allí tres tristes pesos. Agradeció largamente, me vio una madre en el gesto y me hizo un breve discurso de corazón y bondades.

Son sus ojos, que desarman los breves cálculos de mi vida. Yo sé que no era para tanto; apenas le di tres pesos. Tres pesos, un rosado billete desde cuya esquina el Che Guevara nos recuerda cuánto más habremos de hacer para que esta viejita deje de pedir.

miércoles, 7 de marzo de 2012

Un juego

Mi equipo es mi cuna, a cualquier nivel. Mi equipo es mi casa, y es este planeta cuya camiseta (Terrícolas) se nos ve cada vez más raída en tan circular terreno de competencia.

Con ese rasero escojo a mis paradigmas de músculo e ideas, mas también los excluyo. No creo, a ultranza, en Tigres ni en Búfalos que en el tabloncillo mostraron, más que nada, su marca animal. No me ciega la pasión porque Camagüey quedara segundo.

No me enorgullece un ápice la final de la llamada Liga Superior de Baloncesto Cubano. Jugar a la ofensa abierta, al mero empellón, faltarle a los árbitros y a la parte respetable del público (que otra parte, a todas luces, no lo fue), sembrarle a la gente la incertidumbre de cuál reyerta pudiera surgir, e imponer, sin reglamentos, la regla tácita de que puede faltar para un juego de basket un atleta, mas no las fuerzas del orden, son los argumentos de mi indiferencia.

No soy Tigre ni Búfalo ni bicho que se parezca. No quiero medallas bélicas ni beber la Copa repleta de sangre enemiga tajada en la selva. Soy el número 0, el que no rechifla, el que nunca azuza. Soy el espectador invisible. Soy tan solo un loco que pretende que el deporte sea justamente un juego.  

martes, 6 de marzo de 2012

Máquina del tiempo

Hace unas horas encontré en la recepción de mi trabajo una libélula. Se le veía torpe, trastabillando en el piso, llamando de urgencia a su torre de control en el intento de un despegue de emergencia.

El insecto buscaba la luz y una lámpara del techo despistaba su pesquisa. Le apagué el estorbo así que pudo, al fin, volar y salir a la calle.

Allá afuera la emboscaban sin bosque el ruido de los motores, el humo, la gente agitada, la mayor confusión... Se perdió de mi vista como yo, si es que estuve, me perdí de la suya.

Todavía rezo por ella una oración unimembre, bimembre, multimembre, porque sé que la suya no fue confusión de lugar. Fue más que eso: la amiga libélula trató de volar en el tiempo equivocado.

domingo, 4 de marzo de 2012

Intuición

Por alguna razón, desde pequeña, la ola tenía fobia al agua y se resistía a aprender a nadar. El tiempo le dio la razón: una vez dominadas las brazadas, en un estilo libre digno de olimpiadas, la gran ola murió no más llegada a la costa.

viernes, 2 de marzo de 2012

Cultura y periodismo

Mientras estaba allí, pegado al micrófono, en pose de trovador, me dije que haría este post. Resulta que junto con mis amigas Yanetsy y María Antonia (periodista una, profesora la otra) fui invitado a sostener un panel en la actual Feria del Libro, guiados por el fraterno Yoan.
 
Por la sede escogida, al principio tuve miedo de que el panel resultara un panal, pero por suerte no ocurrió: apenas fueron cuatro o cinco abejitas descarriadas que suelen respaldarnos: María Antonieta, Alejandro, Daimaris, Yurislenia, Gretel y Carmen Luisa, que para calma de males llevó a su mamá (dizque por si aquello se ponía malo).
 
Con eso teníamos asegurados los aplausos, pero había también un público alternativo. Aquella pareja que con la boca llena se daba los besos más protéicos del mundo, los cuatro morenones que, cervezas en manos, rebajaban el calor de una discusión sobre deportes, la mesera cantando una guaracha indescifrable, la empleada que empleaba su jornada en el teléfono...
 
El choque psicológico fue fuerte: así como nosotros logramos espantar a varios de ellos y mermarle las ventas a la unidad; ellos no fueron menos y lograron sumar a nuestro Alejandro, un flaco estelar y flexible que pidió una hamburguesa con refresco, para no desentonar con Los Otros en esta saga cubana de Perdidos.
 
Mientras pasaba todo esto, Yanetsy y Yoan, María Antonia y yo, creíamos que hablábamos de periodismo cultural. Sin embargo allí mismo, frente a nuestros ojos, en la Pizzería La Ragazza, vivíamos la estampa más sublime.