Mostrando entradas con la etiqueta Noé. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Noé. Mostrar todas las entradas

jueves, 21 de marzo de 2013

La oveja gris

No me interesa el sendero fácil del rebaño, el agua en el camino si pago una lisonja. No voy a andar la rápida autopista del tumulto que sabe que al final le espera un gran cartel de bienvenida.

Tampoco quiero -lánzame al agua, viejo Noé, si ello me tienta-, la mediática senda de la oveja negra, esa lanuda VIP que se retiró a oscuros aposentos a vivir de rebeldías distantes.

Quiero la espina silvestre del ahora, el No cerrero y mesurado, de a poquitos, que dé valor real al Sí que se me ocurra. Quiero emprender el trillo más derecho; quiero ser yo, aunque jamás encuentre seguidores.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Todo sobre mi padre

Mi padre se pasaba la vida reunido: consigo mismo. Era lógico entonces que los otros apenas le escucharan, ocupado como estaba en pedir y otorgarse a sí mismo la palabra, que pesaba onza a onza y pulía cual diadema antes de entregarla.
 
Sus discursos, que nadie se ocupó de editar, serían la envidia del gran Monterroso, aunque a mi escritor familiar —que no sabía escribir, como jamás aprendió a leer— los bichos del mar le interesaban más que el gran dinosaurio que persiste al otro lado del sueño.
 
Además de las reuniones, el viejo tenía otra fobia: no soportaba los noticieros —tal vez porque pocas veces le anunciaron buenas crónicas personales—, sin embargo entre la vida y mi madre le dieron un irónico titular aquel septembrino amanecer: mi llegada. Yo, que en descomunal ironía heredé hasta su nombre, no me hice doctor, como mi padre soñaba, sino un insignificante constructor de noticieros.
 
Hace trece julios que nos falta, pero allá cerca, dondequiera que esté pescando peces celestiales y remendándole barcas a Noé, recibirá estas palabras, escritas precisamente para decidirlo a reunirse conmigo.