jueves, 17 de noviembre de 2011

Un beso

Este post surgió al revés. Vino de nalgas, como dirían las viejas comadronas de mi pueblo, pero aun así tenía la urgencia de nacer. Resulta que buscando por ahí, para otro texto,  encontré esta imagen y, mirándola, no pude resistir la obligación de hablar de ella.

Es que Ella —voy a usar la mayúscula porque ese es su mejor nombre, y su talla exacta, para mí— invade mi memoria cada vez que cualquier amante de la galaxia siembra un beso en algún rostro. Y esta vez no fue distinto.

Sus besos son la única fuerza que podría parar la guerra nuclear que se avecina, de manera que yo temo un día me la secuestre la ONU. Ella está ahora mismo alumbrando algún lugar con su presencia, naturalmente, como si no supiera de las ojivas labiales que cuidan su boca.

No es un clisé de escritor: frente a esta imagen, la veo. Y repasando las huellas que sus creyones han dejado entre su suerte y la mía, regreso a besarla sin permiso, con la certeza más limpia de que, hasta siempre, ningún post me había llegado tan derecho.

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