Las actas, veleidosas como siempre, tergiversaron lo que pasó. En aquel momento Galileo pensaba en una cosa bien distinta de la que se le preguntaba. Mientras a la vista de los instrumentos el inquisidor hacía su nada santo oficio, al gran sabio le preocupaba la masa fétida y pastosa que se multiplicaba justo en la zona meridional de sus calzones:
—¡Y sin embargo, se mueve!
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