miércoles, 19 de enero de 2011

Western filete

Entre el polvo, la calle ha quedado desierta y todos saben por qué: al fin se encontraron los dos cabecillas. Bebiendo sus tragos con calma e intriga en lados opuestos del bar de mi pueblo, los pistoleros se estudian con odio seguro y fingido descuido.

El duelo es inevitable y yo, temeroso en la silla más cercana a la mampara que da a la salida, no tengo aún la idea de a cuál apostar mis kilos escasos para cuando las balas terminen de hablar.

Es que todos lo hemos visto: ambos gozan de letal puntería y están armados —no es simple metáfora— más allá de los dientes. Cada uno tiene un repleto cementerio personal casi zoo/lógico y, hasta hoy, ninguno había encontrado al cowboy que intentara tirotear su prevalencia.

No es película, Clint Eastwood: ahora mismo estoy al borde mismo de esta playa y no tengo una cabrona idea de cómo va a parar la bronca cuando el pez león se trepe río arriba a pelear con esa claria que pretende arrebatarle su reino en las olas.

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