Estoy solo a mitad del océano, sin isla y sin Viernes, en las caprichosas aguas de un trámite personal. No voy a contar anécdotas: para mi asombro, he sobrevivido, aunque todavía no debo cantar victoria porque puede que una vez que reciba los documentos finales mi delgado corazón no resista semejante alivio y se vaya de este mundo, no sin otro papeleo.
Hace poco estuve en un sitio: después de varias visitas, hice tres veces la misma cola para ver tres veces a la misma empleada que, aunque ya me conocía y sabía hasta mis cuitas más mías, tres veces me atendió como la primera vez.
Por suerte para mí, la mujer era atenta y sabía bien lo que hace aunque sabía, mejor que cualquier cosa, que no puede vulnerar el temible protocolo de tecnicismos que por norma debemos sufrir sus usuarios.
Mirándola mientras ella miraba mis planillas, imaginé que esta inocente damisela tendrá en sus veintitantos años de trabajo un cementerio particular, con tumbas cuidadosamente foliadas según los apellidos de clientes que sucumbieron frente tan eficaz burocracia. Son los anónimos mártires del orden.
Pues sí, pese al verde tranquilo de sus ojos, la mujer me pareció una viuda negra. Pero yo, insisto, estoy vivo (según creo, también insisto en ello no sea que haya llegado a la condición de difunto, con firma y cuño y todo lo demás... y no me lo hayan confirmado) y pasé a otra fase de este macabro juego de play station donde en cada jugada gano un nivel y pierdo dos.
Aquí no hay mujer alguna de ojos verdes y el pronóstico es serio:
―Venga el dentro de veinte días -me dijo otra administradora de mi tiempo-, pero estoy casi segura de que le viraremos sus papeles porque en esa Resolución (que ya se ha hecho dos veces) descubrimos un nuevo error.
Es así como pierdo, de un mal click, mi trabajoso avance. Entonces convulsiono con mi mejor sonrisa... y me dispongo a dar Enter.
Hace poco estuve en un sitio: después de varias visitas, hice tres veces la misma cola para ver tres veces a la misma empleada que, aunque ya me conocía y sabía hasta mis cuitas más mías, tres veces me atendió como la primera vez.
Por suerte para mí, la mujer era atenta y sabía bien lo que hace aunque sabía, mejor que cualquier cosa, que no puede vulnerar el temible protocolo de tecnicismos que por norma debemos sufrir sus usuarios.
Mirándola mientras ella miraba mis planillas, imaginé que esta inocente damisela tendrá en sus veintitantos años de trabajo un cementerio particular, con tumbas cuidadosamente foliadas según los apellidos de clientes que sucumbieron frente tan eficaz burocracia. Son los anónimos mártires del orden.
Pues sí, pese al verde tranquilo de sus ojos, la mujer me pareció una viuda negra. Pero yo, insisto, estoy vivo (según creo, también insisto en ello no sea que haya llegado a la condición de difunto, con firma y cuño y todo lo demás... y no me lo hayan confirmado) y pasé a otra fase de este macabro juego de play station donde en cada jugada gano un nivel y pierdo dos.
Aquí no hay mujer alguna de ojos verdes y el pronóstico es serio:
―Venga el dentro de veinte días -me dijo otra administradora de mi tiempo-, pero estoy casi segura de que le viraremos sus papeles porque en esa Resolución (que ya se ha hecho dos veces) descubrimos un nuevo error.
Es así como pierdo, de un mal click, mi trabajoso avance. Entonces convulsiono con mi mejor sonrisa... y me dispongo a dar Enter.
jajaja, genial!!!, en sus letras el burocratismo sabe diferente... un besi
ResponderEliminarMuchacha, qué bueno "verte" por aquí otra vez. Ya te echaba de menos. Yo estaba desconectado y he tenido en ayunas este caimán. Te mandé saludos con Liudmila: si no te los dio reclámalos, porque eran besos en divisa.
ResponderEliminarPues yo extrañaba muchooooooo las comidas del caimán, así que yo también estuve en ayunas, jajaj. Sí, enseguida Liudmila me dio tus saludos, lo que no me dijo fue que los besos eran en divisas, jajajajja. Un besi grandote
ResponderEliminarBien por Liudmila. Parece que, además de buena periodista, puede trabajar en Trasval. Nos vemos, Melissa.
ResponderEliminarAy, el macabro juego de la burocracia! Un saludo...
ResponderEliminarQue no acaba ese juego, Yuris. Mi saludo también para ti.
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