jueves, 30 de septiembre de 2010

La guagua y la cordura

Parece que aterriza la tarde. Se le acaban al día los pretextos laborales: el sol cumplió su jornada y se va a engañar a la otra mitad del mundo con el viejo cuento de que hace la luz. Yo no soy el sol ni he cumplido mucho pero también tengo que irme prometiendo que mañana regreso iluminado.

Ya en la calle, corro unos cuantos metros con obstáculos —mi frustración olímpica— y a pellizco limpio alcanzo la ruta 2. En la guagua va un loco que dice a puro grito que a esa hora, a esa mismísima hora en que algún bache ha de tragarnos para siempre, su Lisandra lo está tocando con un tipo. No es lo que más duele, nos confiesa: al despechado le incomoda hasta el juanete que sus vecinos sigan haciendo una caldosa y le digan que no mirando al cielo con ojos cederistas, que no vieron nada de nada… sólo vianda.

—¡Eso es lo que más me encabrona a mí, lo de la vianda! –rezonga el infeliz al bajarse en su parada mientras la guagua estalla en carcajadas y continúa repleta de almas, justo derecho al Hospital Siquiátrico.  

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