sábado, 15 de marzo de 2014

Margaritas

Ayer me dieron un premio. Yo sabía que mis letras no eran para tanto pero, obligado por el protocolo, la cortesía y el agradecimiento, fui a recogerlo como si lo mereciera. En el parque Martí se apareció mi hijo Daniel, confundido esa mañana con cualquier espigado colega de la prensa.
 

Pasaron por el acto niños, poemas, menciones martianas, estampas de Patria, el periódico que el cubano infinito fundó “para juntar y amar”. ¡Casi nada, Martí… escribías juntar y amar así, naturalmente, cual si no estuvieras persuadido de que esa era, como es, la misión que define nuestra especie!
 

Una colega leyó un ramo de palabras sobre mí. Duele el elogio público, duele que a uno le alaben en su cara, inconsultamente, pero tuve que oír callado, sin protestar, por aquello del protocolo, la cortesía y el agradecimiento.
 

Terminó el acto y mis colegas decidieron escribir un aplauso sin punto. Lo soporté a pie firme, contando cada segundo cual si fuera un desactivador del equipo anti explosivo. Aplacé mis naturales ansias de desaparecer. Por fin regresó el silencio, bendito mutismo que secó el sudor frío que Daniel y yo sufrimos en trances semejantes.
 

Entonces llegaron los besos. Jamás fui promiscuo hasta esta vez: nunca di tantos en tan poco tiempo. Nunca coseché racimos similares (incluso guardé alguno que otro para épocas malas). También desembarcaron manos cuyos dueños no siempre puede identificar. Cesaron los saludos y llovieron relámpagos de fotos. No las he visto todavía porque tengo el secreto temor de que, revisándolas, pase de nuevo el aprieto de que me reconozcan externamente cosas de las que internamente desconfío. Pero bueno, ya mencioné mi silente acatamiento del protocolo…
 

Al final me fui a casa con un diploma hermoso, en blanco marco, que me habla de Cuba libre y del ejército libertador; me fui con una estatuilla de José Martí con un niño en brazos y un dedo que apunta a una altitud moral difícil pero alcanzable. Me fui con el mismo dinero que tenía, que es ninguno.
 

Con tales símbolos en una esquina de mi escaparate he pensado mucho. Martí no escapa de mi cabeza, él lo sabe desde siempre (vive allí otra especie de presidio político, porque le encadené en libertad por sus ideas), pero de ayer a hoy lo que más me ha ocupado ha sido el largo aplauso con que fue masacrado mi anhelo de pasar inadvertido.
 

Resulta que llevo años buscando un camino, deshojando margaritas periodísticas con la pregunta correspondiente, y en una mañana inesperada más de uno ha zafado un pétalo con su abrazo sugiriendo que es cierto que me quiere.     

4 comentarios:

  1. Un abrazo silencioso para ti con la certeza de saberte admirado "sin tamaño" ;)

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    1. Yaima, ¡qué sorpresa hallarte aquí! Espero que en tu Día de la Prensa hayas identificado, entre otros afectos, el mío. Un abrazo.

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  2. Mila, yo sé que el Periodismo te quiere, porque él ingrato y magnífico, no podría vivir sin uno de sus mejores hijos; y somos muchos los que también te queremos por esa suerte de Quijote que nos eres, por ese ser martiano que eres y porque obras como tal.
    Los aplausos eran para ti y para nosotros, los que nos alegramos de coincidir en este parelelo y en este Adelante contigo, los que nos sentimos orgullosos de conocerte. Un beso infinito y cientos de mariposas

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    1. Pues, gracias, con dudas, pero gracias. Lo más importante es que esta tierra no pierda el camino de su raíz martiana. Sin ella seríamos apenas un puntico en el mar.

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