Mi abuela Cacha tenía tamaño de nieta. Era una especie de Almendrita con heredada piel aceitunada porque en otro siglo sus abuelos habían mezclado pigmentos en un ejercicio erótico muy difícil de rastrear. Para completar su personaje, hablaba muy bajo y jamás usaba sustantivos de alto calibre.
La veíamos una vez al año, cuando decidía venir a visitarnos. Nunca nos regalaba nada, pero a cada momento nos susurraba un ¡Que Dios te bendiga! que hasta a nosotros, que no creíamos en Él, nos sabía a pura bendición.
Su extremísima humildad sólo se quebraba alrededor de su cuello, donde llevaba una cadena de oro rematada en un medallón con la Virgen de la Caridad del Cobre, tocaya suya con quien siempre creí tuvo mayor parentesco: ambas mulatas, cubanas, sensibles y dispuestas a auxiliar.
Y así como a La Virgen le abundan en su santuario las ofrendas, a mi abuela le abundó, en la familia, la confianza de sus nietos, que le regalábamos trascendentales secretos de muchachos porque (pese a que muy rápidamente rebasábamos su estatura) en seguida entendimos su grandeza.
Mi abuela era todo un ángel, y se fue un día sin avisar... todo diera por vover atrás el tiempo... lindo texto
ResponderEliminarLindas abuelas, Melissa. Porque las tuvimos, las tenemos.
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