Cuando me trepo a la copa de mi árbol genealógico y miro, compruebo que todos mis gajos familiares han sido obreros. La sangre de mis ancestros, alérgica a los tonos azulados, movió dificultosamente amargos ingenios de azúcar y sopló velas pesadas a barcos que muy a menudo enfrentaban su proa a la nariz misma de la corriente.
Incluso yo —que en lo profesional me considero una mutación genética de los Milanés León— pienso y cobro, sobre todo cobro, como un obrero, así que el Primero de Mayo pasado me propuse que nada nublara el homenaje a mis raíces.
Me levanté muy temprano y, sin dar relevancia a un apagón desacostumbrado, tanteé como pude la ropa de trabajar con que iría al desfile. Salí apurado. Ya en la plaza, la manifestación fue gigantesca, como siempre: dicen que más de 100 000… todo pancartas, todo gargantas, todo pulmón, todo alegría pese a problemas de todo color.
De veras, los cubanos somos buena gente: los caminantes repartimos ¡Vivas! a casi todo, lo humano y lo divino… y también lo del medio, por si acaso. Es verdad, pedimos a la carta algún ¡Abajo! —no hace falta decir para quién—, pero juro que no encargamos la muerte de nadie. Tantos ¡Vivas! regalamos que yo estoy seguro llegó a su casa con uno de ellos el cabrón que esa feliz madrugada robó unos breckers eléctricos de mi edificio, preludiándonos penumbra en la jornada más proletaria de Camagüey.
Claro como Cuba misma, y con una claridad no sujeta a un solo color, sino nutrida de la policromía de la realidad.
ResponderEliminarEso espero, Rogelio, eso espero. El mejor color de Cuba es esa policromía que a menudo limitamos al mestizaje.
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