Dicen que era analfabeto, pero hasta el día de su muerte, ocurrida a los 66 años, se le vio llegar cada mañana a aquel parque de las afueras y sentarse a fingir que leía. En otoño alargaba las estancias. Desde los bancos cercanos las piedrecillas venían a dar a su cuerpo por accidente o por pura gravedad; abundaban las suspicacias y las burlas, en todos los tonos, que él ignoraba cual si fuesen densos párrafos de Gramática Española. Se fue de la vida con la tranquilidad de quien será simplemente trasplantado. Murió fresco, firme y frondoso de bondad: lo que leyó toda su vida no fueron páginas de libros, sino hojas de árboles.
Esas son palabras hilvanadas que roban suspiros...un besi
ResponderEliminarMelissa: Te he dicho que me estás malcriando mucho. ¿A qué sabe tener un hijo que puede ser tu padre?
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