A una amiga le asaltaron la barriga. Ocurrió hace un tiempo, en medio de la noche, cuando todo parecía tranquilo y sosegado. Nadie se dio cuenta porque apenas gimió un poco.
Fue un comando pequeño, solo de dos, pero pocas veces se ha visto ―aun en esas películas donde un yanqui camuflado lo puede totalmente todo― una efectividad tan rotunda y asombrosa.
Primero el agente A disparó un proyectil, dizque espermatozoide, que enfrentó por el camino a millones de contrarios: ninjas de Edo, oficiales rusos, espías israelíes, suicidas árabes, cero cero sietes al mando de una Reina, hunos y otros... No tengo que decir que venció a todos.
Una vez llegada a su destino, la bala vibró un poco, giró tres veces a la izquierda, tomó un ángulo de 37, 4 grados, se calentó a la temperatura prevista de antemano e hizo unas cuantas cosas aún no desclasificadas hasta convertirse en el agente B.
El agente B es el centro del operativo. Nadie sabe su nombre, ni siquiera su sexo, pero todos le quieren y respetan. Todos se le han sometido, aunque sea tan solo un punto en el centro, en el cetro, de una barriga; nadie le contradice aunque apenas sea el anuncio de un bebé.
No hay comentarios:
Publicar un comentario