Muy pobre como era, Fantomas se cansó de pedirle a Jesucristo que no pidiera más.
—Yo tengo menos y no lo hago —dicen que le decía sin mucho protocolo.
Por eso un día tomó un hacha y amputó de dos swingnazos las manos suplicantes de aquella estatua que franquea la entrada de una iglesia en Santa Cruz.
Que a su manera, también los locos reescriben las Santas Escrituras.
Muy buenooooooo
ResponderEliminarTu afecto sabe mejor. Gracias.
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