Una madre pasea con su hijo por el Parque Agramonte. Se detienen frente a la estatua magnífica en que el caballo, ajeno a la muerte instantánea, en combate, del jinete, olvidó levantar su otra pata delantera incumpliendo los cerrados códigos de la posteridad.
Conversan tranquilos. El niño hace bien su papel de niño y pregunta, pregunta, pregunta.... sin pausas y hasta sin signos. Quiere saber quién es esa mujer que, aun delante de El Mayor, parece convocarlo a espolear el pesado corcel y a seguir peleando por Cuba sin mirar qué enemigo se le plante en frente.
Casi todo el que pasa por allí sabe que la dama de bronce es la Patria, con angustia y bravura, con escudo y bandera, con ternura y fiereza, pero la madre del muchacho le contó esa tarde una historia inédita, deslumbrante... y hasta erótica:
―Esa es Amalia Simoni, la esposa de Ignacio. Pero no la mires mucho, que tiene las tetas afuera.
ajjaj, muy buenooo, de veras
ResponderEliminarBuena la anécdota que, como sabes, es totalmente real. Los cubanos nos preciamos de ser cultos, pero como a todos, nos falta mucho todavía. Mi saludo de siempre, Melissa.
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