martes, 8 de febrero de 2011

Tres estaciones del humilde

Cuando de niño bebía Salgari y comía Julio Verne, estaba convencido de que alguna mañana me esperaría, en la arena fangosa de Santa Cruz del Sur, una botija con contadas monedas —siempre menos de 30, nunca de plata—, solo las necesarias para premiar la silente virtud de mi familia.
 
Cuando de hombre navego en velero prestado por la Red, no me abandona el sueño infantil de tropezar con una de esas loterías muy virtuales que anuncian por ahí, para repartir la nube entre los míos y hacer que las manos de mi madre descansen en paz sin que se mueran.
 
Cuando de muerto viole las puertas prohibidas y llegue al Cielo por error, ya no querré botija o premio alguno; simplemente robaré una estrella blanca, limpia como la risa de mi hijo, y la mandaré a la Tierra prendida de un relámpago para cambiar de un flashazo el sino oscuro de mi gente.
 

4 comentarios:

  1. Cuando niña deseé siempre todos los juguetes que por mis manos pasaban, crecí un poco y mi ambición cambió lo artificial por un poco de tinta, para algunas cartas de amor y un deseo secreto de escribir para el mundo y por el mundo, ahora que han pasado unos poquitos años solo deseo un poco de paz y felicidad, todavía conservo mi tinta porque esa es una pasión, quiźas cuando sobrepase los 20 anhele cosas diferentes y cuando las canas cubran mi pelo me conformaré con vivir con fe ...me encantó tu escrito y comparto tus ideas totalmente

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  2. Gracias, anónima amiga. Por lo que parece te doblo la edad, pero mis vocaciones siguen siendo copia fiel de tus deseos. ¡Mucha suerte!

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