¡Pobres científicos que creen saber algo de la química de Vincent...! Han vigilado su obra, siempre sospechosa, con extraños aparatos, y buscado, con microscópico morbo, elementos que seguro despistarían al mismo Mendeleiev; han preguntado y leído a partes iguales para entender por qué aquel amarillo deslumbrante sigue mutando a marrón.
Así, pusieron sus torpes plantas bajo frágiles almendros, miraron con ojos ciegos sus fértiles cielos, cortaron irresponsablemente algún lirio en flor, entraron sin credencial de amigo en la casa de Arles y un poco más allá deshojaron algún girasol sagrado. ¡Los girasoles, señores...!
Conclusiones van y explicaciones vienen: que si el amarillo cromado que el maestro combinaba con un blanco de sulfato de bario se descompone en la luz, que si el rayos X fue tajante y el sincotrón jamás falla, que si estos óleos son viejos pacientes de fotofobia tanto como su autor padeció esquizofrenia.
Ilustre gente de ciencia que ignora un abecé de la vida: el milagro no precisa explicación. Yo no soy un experto; mi única referencia de Yale es la llave que me entra a casa. No soy un Doctor ni cosa que se parezca, pero me interesa más la química de su estómago, me intrigan más sus reacciones cerebrales, me ocupa más la caliente oxidación de sus ansias y la implosiva reducción de esa esperanza tan ocre.
Los que saben dicen que sus obras envejecen mal. ¿Qué esperaban, si él mismo no tuvo tiempo de aprender a pintar canas? Dicen, como cuando un médico prohibe un placer, que a sus cuadros les daña la luz y les hiere el calor: justo esas dos obsesiones suyas. Los que saben han pintado un “cuadro” de telas enfermas que han de protegerse de ambientes vulgares como los que a puro gusto frecuentaba el pintor.
Yo, que no sé nada y lo sé muy bien, estoy seguro de que los que saben simplemente ignoran que a muchos nos gusta que los amarillos del genio nunca se detengan en los ojos de un experto, que nos seduce el andar constante en los pinceles de este rudo holandés, que nos emociona constatar que estos óleos pasan de amarillo a chocolate porque a sus 158 años Vincent Van Gogh no ha encontrado todavía el color sublime que nos quiere regalar.
Es que Van Gogh es genial, como tú que lo encuentras. Me encanta su Jarrón de girasoles desde que lo vi por primera vez. ¿ves?, husmeando he hallado un viejo post tuyo, letras nuevas para mí...
ResponderEliminarTambién comparto esa pasión por Van Gogh, y por lo que escribes.
Gracias por husmear, Leydi. Me encanta que los amigos ciertos registren entre mis cosas. Trataré de escribirte mis propios girasoles y no decepcionarte.
ResponderEliminarsabes que no decepcionas. Se te quiere. Abrazos.
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