Sé perfectamente que no seré nombrado Gran Almirante de la Mar Océana por decir que a los cubanos nos gusta gozar la vida y regatearle al reloj su último minuto. Pero un día la Parca, muchachita elocuente ella, nos dice calavéricamente que llegó la hora. Y en la hora de ahora, al menos en Cuba, casi todo el mundo quiere incinerarse. ¡Candela!
Que hasta para estirar la pata la gente tiene su esnobismo. Esa máquina incineradora traída “de afuera” es lo último, vaya... que casi dan ganas de morirse tan solo para probarla. Mucha gente quiere marcar la cola aun desde este mundo porque conseguir el boleto es complicado; a tal punto lo es que cuando uno lee las esquelas se da cuenta de que hay que tener largo currículo para acceder a la muy eficiente tostadora humana.
En cambio yo quisiera un velorio a la antigua, como los que hace unas dos décadas aún podían verse entre gente de mi pueblo. Velorios sencillos, democráticos, humildes (¡proletarios del inframundo, uníos!) y pintorescos.
Ubicado en la frontera meridional con el Oriente cubano, Santa Cruz del Sur fue desde temprano un punto migratorio para los hunos y los otros. Y los finados, que tenían la buena puntería de morirse en la costa equivocada, eran llevados en barco para ser enterrados en tierra santa, custodiados por unos cuantos amigos de farra.
Se lagrimeaba fuerte en aquellos velorios: puro alcohol. Ron, chistes, anécdotas irrepetibles... conformaban un menú en el que no faltaba el peje que alguno pescaba por el camino. Al cabo, hasta el muerto se mareaba, pero jamás se reportó una queja al respecto.
Era la cara vikinga de los cubanos. Al final, los borrachos llegaban a tierra más muertos que vivos y el muerto ―tan movido, tan acompañado, tan en el centro de la cosa…― parecía más vivo que muerto. ¿No es esa la idea de la inmortalidad?
Debe ser hermoso llegar al Cielo con un mareo dulcemente indefinido: plantarse sin carne ni hueso ante el mismo San Pedro, ofrecerle un trago entre algún que otro hipo y confesarle, de a socios, que no se sabe si el responsable de la resaca es el vaivén de las olas o la fuerte sacudida de un vaso de Havana Club. ¡Candela!
¡Tremendo boleto al paraíso!. De todas formas no pienso marcar todavía en esa cola. Sí me preocupa el cortejo funerario de las angustias que está llevando a más personas de la cuenta, a tomar la vida como un trago.
ResponderEliminarA mí también me preocupa. En medio de esa preocupación uno recuerda modos de vida que, se compartan o no, parecen más simples y sinceros, más afines a eso que llamamos humanidad.
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