Fue más o menos cuando alumbraban las primeras luces de los sombríos '90. Recién terminamos la universidad y mi amigo Oscar me invitó a su casa.
Su familia impresionaba. Sé que hay redundancia en el término, pero parecían buenos gnomos (de hecho, Oscar rebasa con trabajo los 1.50 metros, lo que debe mantenerlo como uno de los periodistas más pequeños de Cuba) y hasta le recuerdo algún hermano barbado, que con solo un gorro y montado sobre un zorro anaranjado... bueno, ya ustedes se imaginan....
Sin embargo, lo que más marcó mi visita a aquel apartado pueblo espirituano llamado Juan Francisco fue que a las pocas horas de llegar, cuando preludiaba la noche, mi amigo me indicó la habitación donde yo dormiría:
Su familia impresionaba. Sé que hay redundancia en el término, pero parecían buenos gnomos (de hecho, Oscar rebasa con trabajo los 1.50 metros, lo que debe mantenerlo como uno de los periodistas más pequeños de Cuba) y hasta le recuerdo algún hermano barbado, que con solo un gorro y montado sobre un zorro anaranjado... bueno, ya ustedes se imaginan....
Sin embargo, lo que más marcó mi visita a aquel apartado pueblo espirituano llamado Juan Francisco fue que a las pocas horas de llegar, cuando preludiaba la noche, mi amigo me indicó la habitación donde yo dormiría:
―Este es tu cuarto —me explicó el anfitrión—; si quieres, puedes dormir con las ventanas abiertas.
Al borde de una ventana, en provocador límite fronterizo con el exterior, había un tocadiscos que en ese fecha valdría unos cuantos pesos.
―¿Y no roban...? —tuve que preguntar.
―No roban —respondió satisfecho.
Miré afuera, a otras casitas similares, a otras familias abiertas. Fue así cómo me enteré de que en aquella comunidad rural muchos vecinos dormían igual, de par en par las ventanas por las que apenas brincaban las estrellas de unas noches apacibles. En estos veinte años no he podido olvidar la escena.
De entonces a la fecha ha llovido un poco. De todo. Ahora vivimos la era de las rejas y hablo por teléfono con mi amigo muy de vez en vez. Cuando lo hago, la charla me regresa la nostalgia de aquellos días y me aviva el deseo de que Juan Francisco sea el último bastión del mundo donde los gnomos se resisten a guardar entre hierros su honradez.
Qué lindooo!!! que ya me tienes siempre boquiabierta, jaja, un besi
ResponderEliminarMelissa, lo leíste aún caliente. ¿No te quemaste?. ¡Qué bueno para mí! Cuando no te veo meroedando por mis posts, creo que no están completos. Un beso.
ResponderEliminarMila, por favor, tú gnomo honrado nunca guardes entre rejas ese inmenso corazón que nos regalas con cada post.... Un beso de una gnomita de poco más de 1,50.
ResponderEliminarCarmen Luisa: A este mundo muy ancho, pero a veces muy ajeno, le hace falta una invasión de gnomos como mi amigo y mi amiga (tú).
ResponderEliminarDicen los viejos que las personas se miden de la cabeza al cielo, aunque contigo, que eres larguirucho, hay una excepción de gnomos.
ResponderEliminarViéndolo así, Yanetsy, vamos a pensar que soy una alteración genética (por no decir que un "huevo robado") en esa bajita familia. Gracias por leerme sin rejas.
ResponderEliminarQué pobres somos los de acá de la ciudad, eh Mila? La leche que tomamos es la versión diluida de un pasado original, en nuestros amaneceres solo cantan las bocinas de los autos, le damos los buenos días únicamente a aquellos a quienes conocemos... y aún así tenemos la osadía de compadecernos de la pobre gente que vive en el campo, tan lejos de nuestra incomparable civilización.
ResponderEliminarTienes razón, Maria Antonieta. Me hiciste recordar un verso de Martí en el que dice: "me espanta la ciudad". Creo que, en su época, se refería a algo parecido. De ahí su deslumbre maravillado cuando anduvo, mochila al hombro, por los campos de Cuba. Gracias por alojar ese cariño campesino en el mismo Camagüey.
ResponderEliminarHermano Milanes, a mí me espanta la ciudad, por ello estoy mentalmente muy refugiado en Juan Francisco, en sus casas abiertas y en aquellos amigos y vecinos de la infancia; y también en los singulares y especiales amigos que llegaron después, tú entrte ellos, que siempre tiene un sitio de privilegio, aunque el teléfono suene devez en vez..pero siempre están. Gracias, de parte de Juan Francisco, la madriguera perfecta de los gnomos.
ResponderEliminarOscar: Me place que te hayas asomado a la ventana (sin rejas) desde donde he pintado a tu pueblo. Las buenas energías nunca pasan inadvertidas. Un abrazo.
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