Conocí a Willy en los tempranos '80 del otro siglo, cuando los dos estudiábamos en la Vocacional Máximo Gómez y mi grupo, que no era precisamente de los buenos, fue repartido entre varios, lo que hizo que por un curso me cupiera en suerte un muy especial 403.
Allí me encontré con aquel muchacho casi tan flaco como yo, aquel inquieto incorregible, pelotero de peñas escolares y de salas de estar que defendía a como diera lugar la calidad de un muy bisoño entonces Luis Ulacia.
Una mañana, Willyto se metió a una estación eléctrica de alta tensión, a recuperar una pelota que había bateado, y sufrió un shock que sus amigos creímos definitivo. Pero no solo salió ileso, sino ―nos convencimos muchos― que el trance “recargó” sus baterías. Por ahí comenzó a burlarse de la muerte. Y hubo mucho Willy en muchas partes.
Pasó el tiempo... yo me hice tan solo periodista y él, con el más serio nombre de Guillermo Jesús Pardo Camacho, se convirtió en Doctor en Medicina, especialista en un Grado, y Dos, en Neurocirugía, Instructor, Profesor Asistente, Profesor Auxiliar, investigador y ponente, y quién sabe cuántas cosas. Yo tuve un hijo y él dos ―recuerden que ya he dicho que era un inquieto sin remedio― y para colmo suyo, para calma mía, él terminó cuidando mi columna.
Ya para entonces su larga enfermedad, que nunca llevó con pena aunque suela tener ese adjetivo, le había retado a un duro pulseo que el hombre, más que el Doctor, ganaba no solo en batallas portentosas ―que las hubo― sino en el día a día. Y la muerte se agotaba buscándolo en las desvencijadas salas de neurocirugía, pero él siempre le llevaba un paso delante, un paciente salvado.
Sus pacientes... Implantaba con ellos la dictadura del amor: les prohibía morirse, por decreto, por si acaso no bastaba con sus curas. Y a veces refrendaba su dictamen con un argumento inexcusable: alguien tenía que regalarle un dulce X que su gusto de muchacho requería. Si algún colega compilara en un texto la Anatomía de Willy, vería en ella las muy magnéticas resonancias del humor y el amor: humor hasta negro, si hacía falta, y amor blanco o transparente... risa y entrega de todos los colores.
Pocas veces se ve a seres así de corajudos. Willy no solo botó montones de veces a la muerte de su sala y le prohibió aparecerse por su casa; también estuvo atendiéndonos desde su cama hasta su último miércoles, hasta que al fin se produjo su partida. Así era él, roble delgado que tuvo la más honda raíz en la familia.
No asombró entonces la multitudinaria despedida que la gente, convocada solo por la gente, le hiciera en el cementerio este jueves. Allí se lloró en ojos de todos los colores y al final, cuando estaba sellada la tapa de su losa, aguardamos un rato, tal vez esperando verlo de nuevo levantarse como en los días lejanos de la estación eléctrica y preguntar: “¿quién caramba les dijo que me iba?”
UFF!!, cuanto lo siento... pero ya sé que vivirá por siempre en ti, y en tus letras
ResponderEliminarAsí es, Melissa. Con la muerte a veces se edulcoran las cosas, pero puedes creerme que eso no aplica en este caso. Este amigo era grande de veras.
ResponderEliminarQué historia tan conmovedora.
ResponderEliminarComo lo conocí y admiré su valor ante la vida, veo a Willy en cada una de tus letras, mi amigo. Su muerte la he sentido mucho, también fui su paciente.
ResponderEliminarMaría del Carmen
Lo sé, María del Carmen. También tú vienes de aquella muchachada de los '80 que le parió a Cuba personas e historias como esta. Todos sentimos su muerte, pero sabemos que nunca dejó de luchar.
ResponderEliminarSí, Leydi, muy conmovedora, pero deja a quienes le conocimos la satisfacción de habernos acercado a un ser sencillo y especial y a quienes nunca lo vieron la certeza, en las anécdotas ajenas, de que siempre se puede ser mejor.
ResponderEliminarAy, Mila, solo atino a decirte que los amigos que se van, quizá sin pretenderlo, se llevan mucho de nosotros consigo. Ojalá nosotros seamos justos con lo que nos quedamos aquí de ellos.
ResponderEliminarMaravillosa y muy humana anécdota. Gracias Dr. Alfonso
ResponderEliminarMilanés, como siempre todo lo que escribes lleva una sensibilidad única, pero esta vez has escrito algo verdaderamente especial, a mi familia y a mí nos has hecho llorar una vez más, estamos henchidos de dolor, pero reconforta saber que personas como tú quisieron tanto a mi hermano, agradecemos infinitamente a ese mar de personas que estuvieron con él hasta el último momento y que supieron recibir el amor que él prodigó siempre, porque mi hermano es un ser extraordinario, un médico de altura, un amigo asombroso, un compañero que sabía apoyar con una respuesta inteligente cuando la necesitaba, un tío orgulloso de dos muchachos que sólo supieron adorarlo, un padre amoroso de dos niños que mucho lo van a necesitar, un esposo inmenso y un hijo que solo los que le conocimos sabemos cuanto amor dio, nunca se quejó y aunque su nefropatía era horrible siempre ayudó a salvar vidas pensando que los demás lo necesitaban más renunciando así a su reposo y su cuidado personal, se entregó a todos, su estoicismo lo hizo un ser único, un corajudo de verdad y aunque séque nunca más tendré a mi hermano querido al lado para poder abrazarlo y besarlo, estoy muy orgullosa de haber tenido a un ser tan especial en mi vida, para ti amigo y para todos los que quisieron a mi hermano GRACIAS, creo que aunque este dolor sea tan grande y no sea comparable con nada en el mundo para mí, será mas llevadero cuando personas como tú existan y lo lleven en la mente y en sus corazones, GRACIAS una vez más. ISA
ResponderEliminarIsa, solo te puedo responder lo que le dije a tu mamá ese día, en La Vigía: no puedo decirte nada que ya no sepas. Estoy con ustedes, como antes, como siempre.
ResponderEliminarGracias, Doctor Alfonso, por asomarse por aquí, aunque esta ventana mostrara esta vez un paisaje doloroso. Realmente la anécdota es pequeña ante su inspirador.
ResponderEliminarSí, Yanetsy, los amigos se van, pero antes han hecho lo suficiente para permanecer.
ResponderEliminarMila, tantas veces he llorado de felicidad con tus post que me siento hoy a solo un metro de distancia física de ti como un pequeño granito de arena.
ResponderEliminarSé del pesar y el dolor que fue para muchos la pérdida del Dr Willy y a ti te vi llegar ese día con el alma fuera del cuerpo.
Nada que te diga va a llenar el vacío, pero sí puedes sentirte feliz porque cada una de las experiencias que compartiste con él, el preciso momento en que se hicieron amigos son cosas únicas entre los dos, y eso los une para siempre.
Él fue un hombre fuerte y audaz y tú, que sólo fuiste periodista, eres un extraordinario ser humano. Creo que ahí está el núcleo de su amistad.
Es cierto, Carmen Luisa. Conociéndolo como lo conocí, yo sé que en algún lugar de algún lugar Willy estará ahora burlándose fraternalmente de mis notas: "¡Coñóoo... yo no sabía que era tan bueno...!" es más o menos lo que pienso que diría. Pero hacia adentro, él tiene que haber tenido plena conciencia del mucho bien que hacía.
ResponderEliminarGracias Mila por compartir esta experiencia de amistad sincera y también gracias por permitirme publicarlo en mi blog. Willy es de esas personas que tienen prohibido morir por decreto, como tú aseguras hacía él con sus propios pacientes. Él era grande, o es, porque decimos que no puede morir, hasta con apenas conocidos que lo necesitaron.
ResponderEliminarEs así, Cuqui. En medio de historias así de tristes, a uno le queda el orgullo de haber dado en el camino con gente especial que le da optimismo para andar por este mundo a menudo egoísta.
ResponderEliminarSin palabras...
ResponderEliminarFirmante Anónimo: Yo sí tengo palabras para usted: gracias.
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