Una semana después de verlo partir rumbo al mar, los dos niños vieron la silueta a contraluz y salieron corriendo a recibir a su padre. Llegaron sofocados y alegres y, a cada flanco, se hicieron dueños de un punto cardinal del viejo: uno, capitán del Este; el otro, almirante del Oeste. Sin embargo, algo andaba mal. Los muchachos se miraron nerviosos y, sin previo acuerdo, salieron en estampida. Aquellas manos no eran ni la sombra de las manos de su padre; les faltaban muchas llagas para eso.
Ohh!!! genial, con los pelos de punta, el sombrero y la reverencia, un besoteee
ResponderEliminarMelissa: Seguro tú sabes qué manos eran esas, ¿verdad?
ResponderEliminarMila a mí me pasa como a esos muchachos, con la diferencia de que no me equivoco cuando abrazo a esa suerte de padre-amigo que tengo en un Quijote santacruceño de alma inmensa y corazón puro... gracias
ResponderEliminarMila, yo a mi papá lo conocía a kilómetros por su "olor a hospital". Ese olor, desagradable para muchos, me es grato aún después de once años de lejanías. Ese olor también me ha dejado en la conciencia el sello de su sacrificio, que he tratado de asumir como herencia.
ResponderEliminarBellísimo post, mi amigo, espero el del sueldo jajajaja
María Antonieta: Esos olores de química humana jamás se olvidan. ¡Ay de quien pueda hacerlo! Nos acompañan toda la vida mientras merecemos, o no, fijar en los otros nuestro propio aroma.
ResponderEliminarGracias por eso, Carmen Luisa. Aunque no se dedica a pescar, tu Quijote lleva en sus manos las llagas de tanta adarga.
ResponderEliminarSí, manos que siempre asustan, que no se anuncian, y que duelen como pocas cosas...
ResponderEliminarMelissa: Te cuento la raíz de la anécdota: mi hermano y yo, hace un montón de años, fuimos a recibir a nuestro padre, pero en realidad era alguien muy parecido a él, y también pescador. Ya sabes qué sucedió cuando nos dimos cuenta...
ResponderEliminarEs profundo, tan magnífico...pero me queda la duda...acaso regersó después o nunca más le vieron???
ResponderEliminarGracias por leer y seguir esta historia real, de infancia. Estimula ver que ha tenido lecturas diferentes. Le cuento: en realidad, los dos niños (mi hermano y yo), apurados por recibirle, confundimos a nuestro padre con un vecino que hacía su mismo trabajo y vestía más o menos parecido. Eso, un sombrero, la barba crecida, etc, etc, promovió esa confusión momentánea, pero cuando nos percatamos, ya usted vio...
ResponderEliminarLe saludo.