miércoles, 30 de marzo de 2011

Miedo ambiente

Nunca fue más ácida la lluvia que aquella tarde en que, bajo un aguacero diluviano, entendió al fin que no le corresponderían.

martes, 29 de marzo de 2011

Clase de astronomía

La historia es otra muy distinta. El sol nunca tuvo nada con la luna; siempre le pareció muy fría y muy blanca; casi tanto como las nórdicas, según solía decir. Lo suyo eran sus primas las estrellas, con ellas iba de juerga: siempre una distinta, mientras más lejana, mejor, porque le atraían las oscuritas. Un día Dios se cansó de aquel desorden y le mandó la luna, precisamente para obligarlo a hacer aquello con una chica bien pura, la única, por cierto, que el gran caliente no quería. Soberbio, como dueño de la luz, el tipo hacía huelga cada vez que le enyugaban la gordita. Así fue; él no es una víctima del eclipse: él lo inventó.

miércoles, 23 de marzo de 2011

El perfume

Pésimas excelencias de la ONU: hoy les presento una propuesta para Libia, esa muchacha de arenoso rostro y perfume combustible a la cual, con tal de robarle la cartera, más de uno quiere sepultar en el desierto.

Ataquemos de una buena vez: vamos a enviarle no menos de cincuenta portaamores a sus costas. Invadámosla con sofisticadas almas de seducción masiva y de seguro se rendirá frente a tanto dar sin ambiciones.

Ganemos con ella un premio noble por la paz, allí mismo, entre su gente, sin la hipocresía de solemnes ceremonias europeas: esos niños que ahora mismo caen entre sus faldas no nos perdonarían que de nuevo nos hagamos los suecos sumando estos colmos, mirando a otro lado.

Propongo regalarle consejos, o seguridad, o ambos, pero no misiles camuflados bajo el bello nombre del amigo. Sugiero hacer de la seguridad nuestra asamblea, no solo en Nueva York ni solo en los países de sangre ¿azul? contaminada con el virus letal de la metrópolis.

¡Votemos ya! Vamos, Ban Ki Moon, no te acobardes. O vamos juntos a cuidarla o verás como Obama nos rapta también a esta muchacha. Ella no tiene culpa del daño que le hiceron. Tampoco es un pecado llevar ese perfume.

viernes, 18 de marzo de 2011

Maltemáticas

Lo reconozco: desde niño soy poco menos que mediocre en Matemáticas. Los números se me dan bastante mal. ¿Será por eso que pienso, dudo, sufro y casi lloro cada vez que me obligan a sumar un nuevo muerto allá en Japón?  

martes, 15 de marzo de 2011

Química popular

¡Pobres científicos que creen saber algo de la química de Vincent...! Han vigilado su obra, siempre sospechosa, con extraños aparatos, y buscado, con microscópico morbo, elementos que seguro despistarían al mismo Mendeleiev; han preguntado y leído a partes iguales para entender por qué aquel amarillo deslumbrante sigue mutando a marrón.

Así, pusieron sus torpes plantas bajo frágiles almendros, miraron con ojos ciegos sus fértiles cielos, cortaron irresponsablemente algún lirio en flor, entraron sin credencial de amigo en la casa de Arles y un poco más allá deshojaron algún girasol sagrado. ¡Los girasoles, señores...! 

Conclusiones van y explicaciones vienen: que si el amarillo cromado que el maestro combinaba con un blanco de sulfato de bario se descompone en la luz, que si el rayos X fue tajante y el sincotrón jamás falla, que si estos óleos son viejos pacientes de fotofobia tanto como su autor padeció esquizofrenia.

Ilustre gente de ciencia que ignora un abecé de la vida: el milagro no precisa explicación. Yo no soy un experto; mi única referencia de Yale es la llave que me entra a casa. No soy un Doctor ni cosa que se parezca, pero me interesa más la química de su estómago, me intrigan más sus reacciones cerebrales, me ocupa más la caliente oxidación de sus ansias y la implosiva reducción de esa esperanza tan ocre.

Los que saben dicen que sus obras envejecen mal. ¿Qué esperaban, si él mismo no tuvo tiempo de aprender a pintar canas? Dicen, como cuando un médico prohibe un placer, que a sus cuadros les daña la luz y les hiere el calor: justo esas dos obsesiones suyas. Los que saben han pintado un “cuadro” de telas enfermas que han de protegerse de ambientes vulgares como los que a puro gusto frecuentaba el pintor.

Yo, que no sé nada y lo sé muy bien, estoy seguro de que los que saben simplemente ignoran que a muchos nos gusta que los amarillos del genio nunca se detengan en los ojos de un experto, que nos seduce el andar constante en los pinceles de este rudo holandés, que nos emociona constatar que estos óleos pasan de amarillo a chocolate porque a sus 158 años Vincent Van Gogh no ha encontrado todavía el color sublime que nos quiere regalar.

lunes, 14 de marzo de 2011

El Comandante Korda

El Che fue siempre un modelo incómodo y, como a tantísimos, cierta vez lo paró en seco:
 
—Vaya a cortar caña una semana; después hablamos de las fotografías.
 
Él recogió con designada resignación la mocha que mandó darle aquel áspero Comandante y cortó arrobas y contó días hasta que por fin pudo hacer lo suyo, que nada tenía que ver con el azúcar.
 
Se había iniciado como un fotógrafo de modas: había hecho fotos de mujeres, retratos de sociedad… y terminó apasionándose con la estatura de una hembra barbuda y fotogénica: la Revolución. Fue entonces que entendió que del blanco y negro podían salir colores.
 
Así lo sorprendió aquella foto, en un masivo sepelio del caliente marzo de 1960. Si alguien hubiera fotografiado al retratador retratando, en su instante preciso, tal vez la imagen sería tan conmovedora como esa que ya está revelada e impresa en el alma del mundo. El rostro imponente del argentino le dio un latigazo y, en la distancia, él apenas pudo defenderse con un click. De ese modo nació la fotografía más reproducida de todos los tiempos.
 
La foto estuvo guardada unos años y su propio modelo no pudo mirarse en aquel espejo cuajado de severa emoción. La imagen durmió en un páramo de gavetas como después estarían ocultos en tierra lejana los restos del jefe que hacía tiempo lo había vapuleado en el cañaveral. A la larga, el Comandante fue encontrado y pudo reunirse con aquella foto que desde hacía tiempo lo esperaba.
 
Se había convertido en un fotógrafo de modos: Korda no llevó boina, pero siempre tuvo estrella propia. Esa estrella le guió para avistar sin requerir  lente alguno la galaxia remota del gran guerrillero. Así firmó la foto de Guevara mirando otra muerte.
 
Era solo un artista: sin armas, Korda fue el más temido rival de los desalmados que velaron de negro el octubre del Che. Nada mantiene tan vivo al guerrillero como ese rostro que parece mandar desde el papel. Korda entero, Korda recuerdos, kuerdamente intacto este cubano que un día de 2001 se fue de la tierra a un alto cañaveral para hacer nuevas fotos de su incómodo modelo mirando otra vida.

viernes, 11 de marzo de 2011

La muerte y el muchacho

No es cuento de camino: se puede dejar atrás la muerte. Terry Fox lo hizo casi todos sus días. La muerte, que no lleva pulmones, se sofocaba y tenía que parar a cada rato. Terry la miraba de soslayo y corría, corría. Entonces la muerte le llevó una pierna de un tajazo, pero el muchacho supo hacerse otra de metálico coraje; total… él no se impulsaba con las piernas, sino  con una rara extremidad que desde el pecho alargaba sus horas ante el respeto canadiense de los hombres.

Nació Leo, pero a los 19, cartas médicas le dijeron que era cáncer. En seguida se propuso escapar de esa constelación maligna y llevarse con él a unos cuantos condenados. Su horóscopo fue la lucha: creó esperanzados maratones que Filípides —el griego finalmente caído a manos de la fatiga— no soñó jamás, y cuando se cansó de cansar a la Parca se fue un día de este mundo, tranquilo, con apenas 22 años, para ayudarnos a trotar a lomo de la esperanza.

Ahora hay millones que corren con la misma extraña extremidad de Terry Fox mientras la muerte, extenuada, recuerda con rabia a aquel muchacho que la ha obligado a correr. Por toda la eternidad.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Vikingos cubanos

Sé perfectamente que no seré nombrado Gran Almirante de la Mar Océana por decir que a los cubanos nos gusta gozar la vida y regatearle al reloj su último minuto. Pero un día la Parca, muchachita elocuente ella, nos dice calavéricamente que llegó la hora. Y en la hora de ahora, al menos en Cuba, casi todo el mundo quiere incinerarse. ¡Candela!

Que hasta para estirar la pata la gente tiene su esnobismo. Esa máquina incineradora traída “de afuera” es lo último, vaya... que casi dan ganas de morirse tan solo para probarla. Mucha gente quiere marcar la cola aun desde este mundo porque conseguir el boleto es complicado; a tal punto lo es que cuando uno lee las esquelas se da cuenta de que hay que tener largo currículo para acceder a la muy eficiente tostadora humana.

En cambio yo quisiera un velorio a la antigua, como los que hace unas dos décadas aún podían verse entre gente de mi pueblo. Velorios sencillos, democráticos, humildes (¡proletarios del inframundo, uníos!) y pintorescos. 

Ubicado en la frontera meridional con el Oriente cubano, Santa Cruz del Sur  fue desde temprano un punto migratorio para los hunos y los otros. Y los finados, que tenían la buena puntería de morirse en la costa equivocada, eran llevados en barco para ser enterrados en tierra santa, custodiados por unos cuantos amigos de farra. 

Se lagrimeaba fuerte en aquellos velorios: puro alcohol. Ron, chistes, anécdotas irrepetibles... conformaban un menú en el que no faltaba el peje que alguno pescaba por el camino. Al cabo, hasta el muerto se mareaba, pero jamás se reportó una queja al respecto.

Era la cara vikinga de los cubanos. Al final, los borrachos llegaban a tierra más muertos que vivos y el muerto ―tan movido, tan acompañado, tan en el centro de la cosa…― parecía más vivo que muerto. ¿No es esa la idea de la inmortalidad?

Debe ser hermoso llegar al Cielo con un mareo dulcemente indefinido: plantarse sin carne ni hueso ante el mismo San Pedro, ofrecerle un trago entre algún que otro hipo y confesarle, de a socios, que no se sabe si el responsable de la resaca es el vaivén de las olas o la fuerte sacudida de un vaso de Havana Club. ¡Candela!

martes, 8 de marzo de 2011

El nudo en la red

Me cabrea esta mentira de las redes sociales que nos amarran sin haberlas tejido. Estamos tan contundentemente juntos que jamás nos vemos las caras ni juntamos las manos,  aunque pinchen por miles amigos sin rostro y sigan por miles seguidores sin rastro.

Vayan mis mensajes casi fichados, mis llamadas de pescador pescado: yo permuto todo Facebook por los labios de ella, yo negocio todo Twitter por el gesto de él. Estamos tan huérfanos de abrazos, tan áridos de palmadas, tan analfabetos de besos... que industrializamos a clickazo limpio los brazos mancos, las palmas sin manos, las bocas sin su rubor.

Estamos más cercados que cerca. El internauta es un rehén en el internado rectorado por la máquina.Tan solos estamos que nos inventamos nubes de alivio para sentirnos próximos como gotas, pero hay un pequeño detalle meteorológico: aquí también, amigos míos, cada vez llueve menos.

lunes, 7 de marzo de 2011

Espías

Siempre he sentido que los libros me leen, por eso decido con mucho cuidado cuál comprar sin que ello amenace el anonimato que a pie de firma suele acompañarme. Resulta que mientras los repaso, entretenido, los escritores, curiosos como son, aprovechan para enterarse de mis cosas.

Tan discreto y taciturno como parece, Rulfo es el que más me sabe: el compadre jalisciense domina al dedillo vida y milagros de este cubano desconocido que después de leer El llano en llamas y Pedro Páramo hubiera jubilado a unos cuantos miles de escribientes mal disfrazados de escritores.

Claro, uno de los que yo siempre libraría del paro es García Márquez, apto ya —por mis lecturas suyas— para escribir mi biografía monótonamente impublicable. Kafka está al tanto de que en mis días malos suelo volverme Gregorio Samsa; Onelio Jorge a veces me pide prestada mi Candela para narrar, junto a la hoguera, las mentiras de su cuentero Juan; Galeano me lee, agudo y criticón, desde mil ventanas abiertas como venas y Monterroso siempre ha estado seguro de que cuando el dinosaurio despertó ya yo no estaba ahí para esperarlo.

Ciego solo en apariencia, Borges condena en prosa y versos mi cerebro poco memorioso; Martí me recluta para riesgosas expediciones por sus dos ríos de diarios y Dostoievski me ofrece a cada rato una plaza vacante de Raskolnikov que yo aceptaría si antes no me hubiera ido a ensartar molinos como copiloto de El Quijote, mandado por el gran manco.  

No es paranoia: otros me espían desde su falsa identidad de artistas de la letra, pero estos son los que más cerca pisan mis talones. Créanme, pese a su supuesta pose distraída, sus adormecidos músculos y metáforas de la paz, los escritores son gente bastante peligrosa y aunque yo no sea uno de ellos les recomiendo, por si las moscas, que no lean nada de lo que escribo.

viernes, 4 de marzo de 2011

Los 7 pecados capitales del cubano

Algo hay de cierto en que la soberbia nos ha llevado a creernos campeones de la lujuria, en que ciertas gulas de avaricia son culpables inconfesadas del impío retrato de nosotros que circula por el mundo y en que la envidia —que no mata, pero mortifica bastante, según acuñamos en célebre frase— nos provoca mucha ira mientras a la pereza nos encanta tomarle su gustico.

Pero aquí esas son faltas veniales, indisciplinas permisibles ante el sagrado Reglamento. Lo que ni el mismísimo Dios pudiera perdonarnos a los cubanos es que, dueños de una isla casi tan bella como su santísimo Reino, incurramos en estos pecados mortales:   

No querer nadar, contando con cinco extremidades: dos fuertes brazos, dos firmes piernas y un infinito brazo de mar.

No saber remar, a pesar de que el Creador nos puso enfrente una costa suave donde los peces están más a la mano que los panes.

No comer pescado —falta emparentada en línea directa con la anterior—, cuando nos sobra apetito y contamos con ofertas que serían plato de lujo en París.

No pasear en barco, ignorando las ventajas que para el cuerpo y el alma ofrece el primer vehículo de esta humanidad que muy temprano dijo ¡Basta! y empezó a navegar.

¡No ir a las playas, señores...! como si no supiéramos lo cerca que puede estarse en ellas de esas nietas de Eva que por algún lugar de la evolución redujeron el órgano que menos usan: la ropa.

No tener en casa suficiente sal, pese a que salación nos sobra y a que las olas pudieran traernos los paquetes hasta la despensa misma.

No aprender a zambullirnos, un pecado de veras curioso, porque en ocasiones alguno de los otros seis, o todos juntos, hacen pensar a un cubano casi penitente: ¿qué tal será tirarse de cabeza contra esa pared tan azul como las olas? 

jueves, 3 de marzo de 2011

Yo, Hannibal Lecter

Si llenara mi vaso con un jugo sacado en ayunas a la primera sonrisa de lunes de esa mujer…
 
Si sirviera en mi plato la ensalada de azúcar de sus pechos milimétricamente rebanados con el filo de fuego de vistazos oblicuos…
 
Si lograra que sus ojos me miraran, ciegamente propicios, oculares turistas —alojados con todos mis gustos pagados— en la copa ubicada como Norte magnético al centro de mi mesa…
 
Si pudiera catar con calma y con colmos esos muslos crujientes, al seguro trincados con tridente de dedos…
 
Si consiguiera que su voz hecha música concluyera mi cena con un:
 
—¿(Me) quieres más…?
 
Entonces, lo juro, yo diría que en este jodido mundo la comida ha mejorado. ¡Sustancialmente!

martes, 1 de marzo de 2011

Retrato

El reportero, llegado desde algún sitio del mundo donde muy bien debió haberse quedado, sacó en seguida sus aparatos de tortura y atacó al ermitaño:
 
—Descríbame la soledad…
 
—No puedo, no la conozco… por esta casa nunca ha pasado nadie.