miércoles, 14 de noviembre de 2012

La selección natural y el fichaje equivocado

Vista hace duda: no se puede creer con fe ciega todo cuanto vemos. Un documental televisivo mostraba con todos sus colores algo llamado carrera de enamorados. Resulta que una ballena jorobada en celo —expresión redundante porque los celos lo joroban casi todo—, nadó cinco mil kilómetros hasta las aguas de la isla de Tonga, en el Pacífico, en busca de un compañero.
 
Una vez en el lugar de los lechos, no tardaron en aparecerle candidatos. Ocho ballenazos de lo mejorcito del barrio se presentaron con un ramo de algas en una aleta caudal, pero había un problema, ligera dificultad que las ballenas aun no han aprendido a resolver: la doncella solo aceptaría a uno de ellos.
 
Así comenzó el certamen de caballeros. La pretendida nadaba y los machos la seguían, cada uno enfrascado en ocupar el lugar más cercano a la cola de aquella belleza. La puja empezó con burbujazos de lo más curiosos, pero el asunto no tardó en calentarse y en dos horas de bravuconerías y malos silbidos que no me atrevo a repetir en aras de la decencia, los aspirantes de 40 toneladas pasaron a los golpes y a tratar de hundirse. ¡Y después hay bichos por ahí que hablan mal de los humanos!
 
Luego de aterrorizar a todo lo que pasaba por la zona y ventilar sin rubor un asunto tan íntimo, al final solo quedó el elegido, probablemente entre algún cadáver flotando, pero la causante de la trifulca limpió su conciencia con la justificación de que ese vencedor, el más fuerte, garantizaría la mejor descendencia.
 
Ahí mismo es donde yo, que no tengo ningún interés romántico con ella, le hago una pregunta a esta Helena de Tonga, a nombre del futuro escolar del ballenatillo por nacer: ¿será ese padre escogido, ese machazo triunfador, el más inteligente?  

lunes, 12 de noviembre de 2012

El Tipo

Desde que apareció, El Tipo era un tipo sigiloso. Presumiblemente subía por el pararrayos, entraba en el albergue y deambulaba por gusto, sin causa ni bandera, por pura jodedera. 

Muchos estaban convencidos de que lo hacía solo para retarnos.

Eran los maravillosos '80 y en la beca, muy buena, no faltaban los mitos de aparecidos. Por desgracia, a nosotros no nos tocó La Gata, aquella felina erótica que, según decían, rasgaba en otros lares las vestiduras de los durmientes sin que estos despertaran. Contaban que sus clarísimos ojos hipnotizaban y otras cosas que elevaban hasta el cielo su condición de hembra hormonal. Era muy atractivo, pero no... en lugar de ella, a nosotros nos tocó “un tipo ahí”.

Nunca podíamos sorprender a aquel desfachatado, pese a que hicimos no pocos intentos: que si a esta hora a ti te toca esto y a ti aquello, que seguramente él sale por aquí y tú lo emboscas por allá... Yo lo intenté una vez: escuchada la alarma de combate corrí al interruptor a encender la luz y casi fui alcanzado por una bota (muy rusa ella), especie de proyectil de grueso calibre que estalló en la puerta a escasos centímetros de mi cabeza. Alguien me había confundido.

Bastante es suficiente. Desde esa noche me desenrolé de aquel comando contrainsurgente, mas no fui el único. Las bajas eran continuas, pese a que El Tipo seguía apareciendo.Una noche entró y Cuco, el amigo de Vertientes, casi se raja la garganta:

―¡El Tipo... El Tipo... El Tipo...!

Sin embargo nadie se daba por enterado. Por el contrario, algún insolente anónimo gritó medio dormido:

―Bueno, déjalo. Dile que cierre la puerta cuando salga...

Aquello fue demasiado para el espíritu ninja de El Tipo. Nunca lo atrapamos, pero parece que sí vencimos su ego nipón. En adelante jamás se supo de él; en cambio, he de reconocerlo, las noches volvieron a ser de lo más aburridas.

sábado, 10 de noviembre de 2012

El tiempo

Hay días en que, con su único ojo, los ciclones observan hacia abajo, en que algún tornado torna su mirada, en que los relámpagos alumbran mi morada y los truenos simplemente carraspean… y todos ellos, al verme, se espantan y se esconden:

—Puede que haya una gran tormenta.