miércoles, 30 de abril de 2014

Dos duelos

Hay tardes como esta en que llego a casa derrotado y me voy a un rincón del rincón donde vivo a rumiar las preguntas que nadie nunca podría responderme.  

Sí, hoy supe de la muerte de una amiga y pensé otra vez en la seria tontería de este mundo —perdónenme, terrícolas felices— que no alcanzo a entender por mucho que no intento.


Se llamaba Zoila, y no era la nuestra una amistad de álbumes escolares ni fiestas ni salidas. Fue una amiga sencilla, de esas que uno ve poco y fugazmente pero que siempre supo sonreír y ser afable y ganarse, a silencio, limpio aprecio. Una amiga que pudo ser mi hija o pudo dejarme ser su padre y en cambio optó por poner en la mesa eventual el gen de los aprecios.


No entiendo nada. No hay derecho a llevarse de la vida a alguien que apenas tenga 25. No entiendo que ella tan tranquila, tan sana, tan amable, no le cantara a la Muerte las cuarenta y dijera que no, que no le daba la gana de marcharse. Pero esta muchacha que en las tardes solía encontrarme en una acera —en el intento común de conseguir transporte— fue montada a la fuerza en el silente bus que guía Doña Parca y nos dejó plantados al borde de la calle, apenas rezagados, diciendo adiós un poco atónitos y un tanto en desconcierto.


No acepto nada. No hay justicia, ni gloria, ni hay sentido en quitarle la vida a quien la ampliaba: fue cosa de parto, y de dolor donde se espera la alegría, de dividir la multiplicación y de teñir de oscuro las flores que aguardaban.


Aquí en mi casa, cantando en voz troyana la derrota que siento cada vez que veo caer a alguna gente plena, yo dudo de mí y desconfío de muchos. En momentos tales descreo de la ciencia y del Hombre, un pobre egocentrista. En instantes así le susurro a Dios —tan buena gente, dicen— que aún no me convence.  


En zozobras semejantes le recuerdo a la autora de estos pasajes que un día vengaré a los buenos por ella secuestrados: una tarde de azules rabias, como esta, dejaré a un lado mi mesura y mi paz y sostendré a nombre de todos un duelo a muerte con la Muerte.

lunes, 21 de abril de 2014

Historias amarillas

Llamo por teléfono a un gran amigo y, al responderme, me saluda apurado, casi bruscamente:
 

—Tengo que salir a buscar a mi abuelo…
 

—¿Se te ha perdido un abuelo…? –bromeo para ayudar.
 

—El único que me queda. Tiene 94 años y a cada rato se escapa a buscar mujeres. Nadie sabe por dónde anda.
 

—Uhmmm… es fuerte el hombre –agrego irónico.
 

—¿Fuerte…? Ven que anda solo, lo engatusan  y le quitan el dinero.
 

Prudente, hablo poco para que mi viejo camarada de estudios haga a tiempo su rescate. Lo animo y corto. Entonces no puedo menos que sonreír al imaginar a aquel viejito pícaro buscando muchachas entre los flamboyanes de un pueblo vaporoso de polvo eterno y repentinos aguaceros. Después hay crédulos que aceptan ese cuento de que García Márquez murió.

lunes, 7 de abril de 2014

Matemática discreta


Cuando uno cree firmemente que no lo ha visto todo, le ponen la certeza por la televisión. Así, como de pasada, en la simple referencia de presentación de un entrevistado, me enteré a estas alturas de que hay algo que se llama Matemática discreta. Ella no tenía que haber sido tan discreta para que yo la ignorara, pero ahora que se me insinuó corrí a buscar explicaciones de esta nueva máquina de tortura universal.

Científicos del mundo, perdonen a este hereje que no cree en la divinidad de los números y mucho menos en que ellos sean el centro del universo. Para mí, La Palabra es eso: cosa de letras. ¿Habrá algo más sagrado? En lo que a mi fe respecta, hasta las células están compuestas de letras.

Yo tengo mis traumas matemáticos, y no los oculto. Cuando me bequé con 11 años en una de las mejores escuelas de Cuba —así era entonces— y uno de mis primeros lances académicos fue desaprobar en toda la línea la pregunta escrita inaugural de Matemática, entendí claramente que aquel duelo desigual apenas comenzaba.

No ponché más, porque los milagros existen, pero siempre tuve claro que la que yo di era una Matemática absolutamente escandalosa, malediciente, en fin, totalmente indiscreta. Discretas, lo que se dicen discretas, eran mis notas.

Ahora leo que esta ciencia analiza, entre otros grandes problemas, el de los puentes de Koningsberg. Dicen que, en oposición a la matemática continua, que estudia conceptos como la continuidad, la discreta se ocupa de procesos contables.

Está bien, me convencieron, pero con todo respeto les cuento mi esperanza: aprovechando eso de la “oposición”, me gustaría fomentar alguna indiscreción de pizarra conyugal para hacer que las dos se enfrenten, dinamiten los puentes del señor mencionado, los exploten y caigan a un abismo insondable —como un día parecieron caer Sherlock y el profesor Moriarty con todo su genio al agua— para ver si de un cálculo salimos de ambas matemáticas.

martes, 1 de abril de 2014

Historias en azul claro



                                                          1
Luis Daniel hace un espacio en su apretada agenda de niño de nueve años y concede la primera entrevista de su vida. “¿Quieres sandwich de galleta?”, pregunta como si él fuera el periodista: “¿Qué es esto?”, interroga tocando el aparatico de una reportera, y cuando le responden, grabadora, él acota: “¡Vaya!”

¿Qué tú amas? -siguen los grandes, curioseando, y el pequeño confiesa que ama cosas: “Una pistola y un robot. Me gusta todo: los pajaritos y los globos. Me gusta ver a Bob Esponja”. ¿Y los maestros? “Un poquito...”

A Luis Daniel parece agotársele su tiempo; se interesa por cómo funciona la grabadora, deja la charla a medias y se va, sin reparar en protocolos, a juntarse o separarse a su antojo en un grupo de niños especiales que esa tarde nubosa convocaban a los mayores a amar, amar y ya, como absoluta prioridad del mundo.

                                                   2  

Con Alexis fue silente el encuentro, y más rápido, demasiado quizás. Minutos antes lo habían montado en su caballo, después estuvo un largo rato a solas frente a un juguete, antes de ponerse a correr. En un momento de su carrera el niño de apenas siete años dio conmigo: ¿aquello fue un abrazo o un simple tropezón? Después siguió su andar un poco accidentado bajo los cuidadores ojos de abuela y de mamá.

                                                  1.2

Se llama Ángela Quesada Illa y es la mamá de Luis Daniel. Desde sus dos años y medio el pequeño fue diagnosticado. “¿Quién sabe -me pregunta- si el mundo correcto sea ese en que él vive y que yo solamente puedo imaginar? Luis Daniel recuperó el lenguaje y me dice cosas. Me abraza y me da un beso; a veces no, pero él es todo para mí”, revela con ojos cristalinos.

¿Por qué lo siente único?

—Fue un niño deseado. Nunca imaginamos el diagnóstico, pero desde entonces me hizo cambiar, para más locura y más amor, me hizo más humana y más sociable; soy mejor persona gracias a él. ¿Cuándo él crezca? Siempre aparecen personas incondicionales; yo quiero que mi hijo sea querido y, para eso, cariño le sobra.

                                                     2.2

Annia Rodríguez Molina es doctora que sufre con amor de madre. Desde hace tres años sabe con precisión científica qué le pasa a su Alexis. “Su trastorno se manifiesta con bajo coeficiente intelectual. Es muy inquieto; ahora ha comenzado a decir algunas palabras, pues después del año y tanto sufrió una regresión en su lenguaje”, revela sin quitar la vista a su pequeño.

Alta, firme, la doctora no puede ocultar su cara dolorosa. “No es fácil ver a un niño así, con un futuro incierto porque depende tanto del estímulo exterior. Es un reto para la familia entera; yo tengo que dar gracias por la que tengo: mi esposo, mi madre, mi hija grande de 18 años”.

¿Cómo Alexis le dice que la ama?

—Saber que me quiere a veces es difícil -contesta la mamá con ojos medio hermanos de los ojos de Ángela- pero sigo buscando y buscando, nadando para ver. Cuando menos lo espero viene y me da un beso, o le paso la mano y se va el llanto, o me siento con él y consigo que coma. Yo me respondo así, multiplicando el amor por cuatro y por cinco. 

                                                   3.todos

La logopeda Mirna Méndez González Pardo trabaja en el centro de equinoterapia Jardín de sueños. La joven especialista explica que allí funciona, desde hace tres años, una consulta infantil de autismo, atendida por un grupo multidisciplinario. Los terceros miércoles de cada mes son atendidos casos remitidos por las áreas de salud y los centros de diagnóstico y orientación o traídos por familias que a su modo dudan o sospechan.

Los estudios, las pautas, las técnicas y pruebas son amorosos y gratuitos, como el diagnóstico final y el seguimiento.

¿Cuáles son los alertas de autismo en un pequeño?

—Los bombillitos rojos son, entre otros, que el niño no hable y no se comunique entre los dos y tres años, que no mire a los ojos, que se aferre a un juguete, se aísle y tenga fobias específicas, conductas repetitivas y movimientos incontrolados.

En Jardín de sueños médicos, especialistas, técnicos y hasta vaqueros de ciudad atienden a cada niño diferenciadamente. “El caballo es un mediador importante -agrega Mirna- en nuestro trabajo de socialización, lenguaje y afectividad de los pequeños. Tenemos casos que guían, peinan y hasta alimentan a su caballo. Pronto vamos a incorporar al tratamiento una piscina”.

¿Qué tiene la salud cubana para encarar un trastorno tan impreciso y complejo como el autismo?

—Cuba tiene una gran organización desde el nivel primario, pero cuenta principalmente con sus profesionales, que aman a los niños por sobre todas las cosas.

Los niños de esa tarde, incluso si no hablaban, le daban la razón a la logopeda. Este 2 de abril es el Día mundial de la concienciación sobre el autismo. Edificios célebres del mundo se tiñen de azul remedando el color que se asocia a este trastorno —de la paz del lago al cielo borrascoso—, sin embargo todavía queda mucha gente incolora ante el asunto.

Yo quiero pensar que en mi modesto Camagüey, sin Taj Majal, sin torre Eiffel, sin inclinada Pisa ni casa de la ópera de Sidney que "pintar", todos nos pusimos el pecho un poco celeste mientras Ángela cuidaba la felicidad con la pistola idolatrada de Luis Daniel y la doctora Annia seguía nadando y nadando, buscando en otro mundo señales del amor de su muchacho.