martes, 26 de abril de 2011

Lecturas

Dicen que era analfabeto, pero hasta el día de su muerte, ocurrida a los 66 años, se le vio llegar cada mañana a aquel parque de las afueras y sentarse a fingir que leía. En otoño alargaba las estancias. Desde los bancos cercanos las  piedrecillas venían a dar a su cuerpo por accidente o por pura gravedad; abundaban las suspicacias y las burlas, en todos los tonos, que él ignoraba cual si fuesen densos párrafos de Gramática Española. Se fue de la vida con la tranquilidad de quien será simplemente trasplantado. Murió fresco,  firme y frondoso de bondad: lo que leyó toda su vida no fueron páginas de libros, sino hojas de árboles.

viernes, 22 de abril de 2011

Un cuadro polisémico

Conocí a Agustín Bejarano hace unos pocos años, en una galería de arte de nuestro común Camagüey que a la sazón exponía unos cuantos trabajos suyos. Cuadros increíbles, es verdad, pero es verdad también que, por sobre ellos, me impactó más su crecida sencillez de ser humano.

Me pareció entonces, como ahora, un cubano que no ha dejado que suba a su cabeza el colorido remolino de la fama. Fue un pincelazo de charla, pues dice poco y no hablo mucho, sin embargo ello bastó para un retrato: me contó ―nos contó, al par de colegas que le trazábamos preguntas― de cómo fomentaba el grabado en nuestra tierra, proyecto que incluía donar de su bolsillo equipamiento.

Hoy, lo que de él graba Miami es otra cosa: que si abusó lascivamente de un pequeño. Y para no variar un óleo conocido, La Habana entera jura lo contrario.

No soy fiscal ni emito veredictos. No estuve allí, en ese baño que guarda una desgracia y, más que olores fuertes, es trágico capítulo en esta Historia del Arte que ya rebasa la paleta.

No estuve allí, pero no obstante  veo la sentencia: si él es culpable, habría teñido de negro sempiterno la transparente infancia de un muchacho; si es inocente ―como no dejo de pensar recordando el boceto que aquella vez me hice de sus formas― no hará mucho cambio que un día pueda quitarse el nada artístico traje que hoy viste como reo: ya una maldad nada infantil habría teñido su vida de naranja.   

jueves, 21 de abril de 2011

Mala cabeza

Una amiga se niega a creerme que soy un mala cabeza.

—¡Con esa cara…! –me dice irónica, ignorando que tengo unos cuantos cuños que confirman mi declaración.

La primera sutura fue de tres puntos, allá por los 10, cuando resbalé en el pavimento cumpliendo una misión de recogida del comando infantil familiar, que cosechaba naranjas ilegales de un camión estacionado. Llegué a casa mucho más tarde de lo previsto, a bordo del propio vehículo desvalijado, con una horrible tonsura… y una jaba de deliciosas naranjas que fueron mi único tratamiento.

Sobre los 13, dicen las crónicas juveniles que me propasé con una compañerita de aula que tuvo a bien aterrizar de emergencia una lata de mermelada, sin mermelada, en este estuche cerebral tan vulnerable al cambio climático.

Siempre he creído que mi esfera neuronal tiene un multiplicador especial para la fuerza de gravedad: allá por los 15, algo así como el fragmento de un meteorito, llegado de una galaxia desconocida, impactó unos pocos grados al Norte de mi oreja derecha. Si no extinguió dinosaurios en mi chola fue porque no los había, pero el impacto, se los juro, parecía yucateco.

La cosa no era nueva. Años antes, en mi pueblo fatal, había recibido otra pedrada trapera que marcó surco propio en la ruta neolítica que me ha tocado archivar para la posteridad. El autor —modestos que eran los chicos de entonces en mi pueblo— también quedó desconocido.

Aquello pasaba de castaño oscuro, así que decidí tomar medidas. Unas cuantas películas de Bruce Lee me iluminaron: me pondría fuerte y lucharía, a puño limpio, con aquella legión de invisibles ninjas rompecabezas. Así fue como una tarde, en pleno ejercicio de mi tensor muscular, el equipo se resbaló de alguna mano y me hizo una herida pequeña al borde de la ceja que sobre mis ojos lee lo que escribo. Iracundo, con sus ligas le reparé un par de sandalias a mi hermana Caridad.

Son cinco heridas. Mi cabeza parece un mapa de repúblicas exsoviéticas, sin embargo mi amiga me cree un santo. Pensándolo bien, tal vez lo sea: un santo con su aureola astillada, precariamente pegada con kola loka.

miércoles, 20 de abril de 2011

Un pronombre enclítico

No es un cuento: había una vez un familiar cercano que me pidió ayuda con una novia: él la había conquistado, pero quería impresionarla con cartas irresistibles. Ahí fue donde se acordó del primo que leía mucho.

Por supuesto, yo accedí a tirarle un cabo en su tierna red de amores.

Nada tan fuerte ―me pareció― como anexarle algún pronombre enclítico a este ramo de verbos enamorados, de modo que la historia tome un toque de cervantino romance. Él torció un poco los ojos, pero confió en mi argumento:

―Al Qujiote —seguí con mi clase—jamás le falló.

Pues no sé... tal vez la muchacha no seguía del todo a Dulcinea. El asunto es que todavía creo que aquella esquela costole a mi primo la pérdida de su novia.

lunes, 18 de abril de 2011

Un asalto

A una amiga le asaltaron la barriga. Ocurrió hace un tiempo, en medio de la noche, cuando todo parecía tranquilo y sosegado. Nadie se dio cuenta porque apenas gimió un poco.

Fue un comando pequeño, solo de dos, pero pocas veces se ha visto ―aun en esas películas donde un yanqui camuflado lo puede totalmente todo― una efectividad tan rotunda y asombrosa.

Primero el agente A disparó un proyectil, dizque espermatozoide, que enfrentó por el camino a millones de contrarios: ninjas de Edo, oficiales rusos, espías israelíes, suicidas árabes, cero cero  sietes al mando de una Reina, hunos y otros... No tengo que decir que venció a todos.

Una vez llegada a su destino, la bala vibró un poco, giró tres veces a la izquierda, tomó un ángulo de 37, 4 grados, se calentó a la temperatura prevista de antemano e hizo unas cuantas cosas aún no desclasificadas hasta convertirse en el agente B.

El agente B es el centro del operativo. Nadie sabe su nombre, ni siquiera su sexo, pero todos le quieren y respetan. Todos se le han sometido, aunque sea tan solo un punto en el centro, en el cetro, de una barriga; nadie le contradice aunque apenas sea el anuncio de un bebé.    

sábado, 16 de abril de 2011

El síndrome

Poco después de las siete regresaron del laboratorio. Él, jubiloso, fue directamente al bar, sacó una botella color oro y dos copas finísimas, que hacía mucho no usaban, para celebrar el resultado. Aquella aventurilla —¿de él, de ella… de cada uno con cada otros?— no tuvo las temidas consecuencias físicas. 

Mientras el hombre hablaba sin parar de segundas nupcias, de reservar un hotel para vacacionar y de otros proyectos remotos de la juventud, la mujer miraba a lo hondo de su trago, maldiciendo se le hubiera escapado el pretexto para no vivir.   


miércoles, 13 de abril de 2011

Fantomas

Muy pobre como era, Fantomas se cansó de pedirle a Jesucristo que no pidiera más.

—Yo tengo menos y no lo hago —dicen que le decía sin mucho protocolo.

Por eso un día tomó un hacha y amputó de dos swingnazos las manos suplicantes de aquella estatua que franquea la entrada de una iglesia en Santa Cruz.

Que a su manera, también los locos reescriben las Santas Escrituras.

martes, 12 de abril de 2011

Azuquita

Las malas lenguas, por largas leguas, dijeron siempre que ella era la candela, puro fuego, el acabose mismo. Y en honor a la verdad he de recordar que sus ojos no hacían mucho por sugerir lo contrario.

Vaya… que parece que era devota del viejo oficio en esos ’80 en que la pureza todavía prometía algunos premios. Según se mirara, según se entregaba, resultaba una precursora rotunda o una heredera tardía; una solitaria, por esas fechas.

Pero así y todo, ella fue el gran amor de mi tío Mario, que murió un montón de años después, soltero a los noventa y pico, tal vez con su sexo rendido solo frente a la cama violenta de aquella puta.

lunes, 11 de abril de 2011

Guilty!

Luis Posada Carriles es un hombre floridamente libre. Lo acaba de decidir un jurado que parece haber botado sus votos a la cloaca. Sin embargo hay algo que no saben en El Paso: cada acusado incuba su propio tribunal, el verdadero, el que no precisa juramentos para vestir la verdad. Del gemido de sus muertos, del estruendo de sus obras, del dolor que ha producido, de las rejas de su odio… no hay veredicto comprado que lo pueda exonerar.

sábado, 9 de abril de 2011

Julio Huelechurre

Entonces yo tenía 10 años y le veía, cada mañana, en los alrededores de la cafetería cercana a mi escuela: sentado en el suelo, los pies cimarrones hinchados de no caminar, perdido en su cuerpo, náufrago de sí mismo, prófugo de su razón. En efecto, todo el churre del mundo parecía repartirse entre su ropa y su piel y aquella voz rota y terca pregonaba por días enteros cualquier frase sin cambiarle un acento de su justo lugar. Nunca supe si desesperaba o conmovía.
 
Los muchachos más grandes, los jodidos que se fingían jodedores, le daban algunos centavos para que él repitiera como un niño la oración encargada. 
Así podía oírse al gran loco, al ceniciento sin princesa en espera, gritar por ocho horas, con envidiable disciplina laboral, que las mujeres de la familia Pacheco no usaban blumers. “No lo usan, no lo usan, no lo usan…” y heme aquí, treinta y tres años después, imaginando sin justicia la atractiva ventilación de aquellas damas. 
 
Pero eso solo pasaba cuando el triste loco vestía de mercenario. Con el tiempo que nos ha caído encima, con la muerte que ha creído esconderlo para siempre, yo lo recuerdo por su frase más suya, la que decía porque sí, sin que nadie le pagara: “¡Dale luz al almacén!”. Cuatro palabras fatales que al buen hombre se le ocurrió pronunciar la noche en que unos ladrones fueron a hacer su trabajo y se sintieron descubiertos por él, que dormitaba ebrio y tranquilo en un rincón. Fueron ellos quienes, a puñaladas, apagaron todas las luces en la cabeza de Julio.

viernes, 8 de abril de 2011

Owner's book

Manual del usuario (leer con mucho cuidado antes de usar el equipo).
Para ver nítidamente al hombre nuevo, debe primero reparar seriamente al hombre viejo. ¡Ingresemos en el taller!