Veo el titular en un periódico: Mamíferos invasores, una amenaza a la biodiversidad, y comienzo a leer. Resulta que han entrado a Cuba, por debajo del telón, unas 30 especies de ilegales de ese orden biológico que se han establecido en los ecosistemas menos imaginables e impusieron su ley a ejemplares locales que a menudo resultan demasiado nobles para luchar (ya se sabe que los cubanos somos en extremo cordiales con los extranjeros).
En fin, la nota refiere casos de bruscas intromisiones y algunas de sus consecuencias, sin embargo me llamó la atención que no dedique una línea, ni siquiera una, al invasor más notorio, ese que por un lado comienza a afectar nuestra típica biodiversidad porque rompe la clásica armonía corporal de las mujeres de la Isla y, por otro, causa ahogos irreversibles en más de un hombre criollo. Lo cierto es que en los países donde ha atacado, este mamífero aniquiló la variedad del paisaje.
Dicen fuentes no oficiales que el intruso a veces llega de China, a veces entra de Europa, yo no sé, pero de lo que sí estoy seguro es de que, instalado en el pecho de las criollitas, el siliconis eroticus podría desaparecer del mapa el frágil equilibrio ecológico que nos quede.
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jueves, 21 de noviembre de 2013
jueves, 25 de abril de 2013
Ladrar español
Supongo que fue por el Día del Idioma, 397 abriles después de que Don Miguel callara para siempre y se fuera de este mundo. Estaba sentado en casa, viendo un programa sobre ese misterio que es el español hablado en Cuba. El espacio, de cuyo nombre no quiero acordarme —créanme que esta vez merezco ser el dueño de la frase—, se trasmitía nada menos que por el Canal Educativo.
Alguien abordaba transeúntes en la calle. Casi todos reconocían los tajazos que a diario propinamos a nuestro idioma y, para no dejar dudas, los demostraban en sus palabras, a cielo abierto, quién sabe si con honestidad o con desparpajo. Entonces tocó el turno a un niño de unos ocho o nueve años: “¿Cómo hablamos los cubanos?”, le preguntaron.
—¡Sabroso, rico, porque nosotros sí gozamos…! ,-respondió el muchacho con la correspondiente mímica acompañante.
Hasta ahí yo estaba apenas apesadumbrado, tranquilamente dolido mientras calculaba el trabajo que nos dará en unos pocos siglos retornar a la jungla y volver a treparnos en los árboles, considerando que, pese al notorio interés que mostramos para hacerlo, desaparece la jungla y hay cada vez menos árboles, porque si nos rehusamos a articular, ¿cómo vamos a querer sembrar?
Hasta allí fui un duelista controlado, púgil en esquina blanca, soldado lejos del frente, pero cuando de veras quise ir a Lepanto, rescatar el arcabuz que hirió la izquierda de Cervantes y perseguir a los mismos malandrines que en La Mancha sulfuraban al Quijote, fue cuando escuché a quien hacía la encuesta televisiva —no sé a quién asaltaría para hacerse de un micrófono— declarar frente a cámara, con una sonrisa de levante a poniente:
—¡Este niño va a ser tremeeendo orador!
Alguien abordaba transeúntes en la calle. Casi todos reconocían los tajazos que a diario propinamos a nuestro idioma y, para no dejar dudas, los demostraban en sus palabras, a cielo abierto, quién sabe si con honestidad o con desparpajo. Entonces tocó el turno a un niño de unos ocho o nueve años: “¿Cómo hablamos los cubanos?”, le preguntaron.
—¡Sabroso, rico, porque nosotros sí gozamos…! ,-respondió el muchacho con la correspondiente mímica acompañante.
Hasta ahí yo estaba apenas apesadumbrado, tranquilamente dolido mientras calculaba el trabajo que nos dará en unos pocos siglos retornar a la jungla y volver a treparnos en los árboles, considerando que, pese al notorio interés que mostramos para hacerlo, desaparece la jungla y hay cada vez menos árboles, porque si nos rehusamos a articular, ¿cómo vamos a querer sembrar?
Hasta allí fui un duelista controlado, púgil en esquina blanca, soldado lejos del frente, pero cuando de veras quise ir a Lepanto, rescatar el arcabuz que hirió la izquierda de Cervantes y perseguir a los mismos malandrines que en La Mancha sulfuraban al Quijote, fue cuando escuché a quien hacía la encuesta televisiva —no sé a quién asaltaría para hacerse de un micrófono— declarar frente a cámara, con una sonrisa de levante a poniente:
—¡Este niño va a ser tremeeendo orador!
jueves, 26 de enero de 2012
Tesis de agronomía
Hay gente la mar de aburrida. Parece que en aquella familia escaseaban los nombres: John Quincy Adams no solo era hijo de John Adams, sino que siguió los pasos de su viejo hasta la misma presidencia norteamericana: en tiempos distintos, papá fue el segundo mandamás y bebé, el sexto escuchamenos.
Que no falta burocracia en las oficinas de Dios y a menudo envía los castigos con original y copia. El hijo de marras, digámosle John el Corto, calcó gen a gen el odio anticubano de su padre. Y como quería darle altura a su ojeriza, proclamó en 1823 una teoría que, según él, se caía de la mata.
Era la idea de la gravitación política, más conocida como de la fruta madura. Sencillo, diría mi abuela: resulta que él "descubrió" que, como fruta separada de hispano árbol, Cuba no podría, aunque quisiera, dejar de caer al suelo... estadounidense.
Inteligente como había sido, Isaac Newton no hubiera esperado por esta manzana para descubrir lo suyo. El mundo estaría aún con los textos de física a medio escribir, huérfano de gravedad y muy aburrido mirando el arbolillo.
Pero bueno, no todos pueden ser genios. El hallazgo teórico del yanqui padecía un error nefrítico, una piedra impresa, un ambidextro dolor de escroto que desde entonces le impide progresar. La persistencia en su rama de esta isla amanzanada lo demuestra: en bosques de la política, lo más normal del mundo es que se caiga… la fruta inmadura.
Que no falta burocracia en las oficinas de Dios y a menudo envía los castigos con original y copia. El hijo de marras, digámosle John el Corto, calcó gen a gen el odio anticubano de su padre. Y como quería darle altura a su ojeriza, proclamó en 1823 una teoría que, según él, se caía de la mata.
Era la idea de la gravitación política, más conocida como de la fruta madura. Sencillo, diría mi abuela: resulta que él "descubrió" que, como fruta separada de hispano árbol, Cuba no podría, aunque quisiera, dejar de caer al suelo... estadounidense.
Inteligente como había sido, Isaac Newton no hubiera esperado por esta manzana para descubrir lo suyo. El mundo estaría aún con los textos de física a medio escribir, huérfano de gravedad y muy aburrido mirando el arbolillo.
Pero bueno, no todos pueden ser genios. El hallazgo teórico del yanqui padecía un error nefrítico, una piedra impresa, un ambidextro dolor de escroto que desde entonces le impide progresar. La persistencia en su rama de esta isla amanzanada lo demuestra: en bosques de la política, lo más normal del mundo es que se caiga… la fruta inmadura.
lunes, 21 de noviembre de 2011
La caída de la URSS
Que me perdonen los tovarich, pero nunca soporté el idioma ruso. Cuando en séptimo grado entró a mi aula aquella profesora tan negra como mi abuela hablando ruso, pensé en seguida que, en efecto, era la buena Cacha regañándome. Por suerte, en solo un semestre permutamos, pelo a pelo, de Moscú a Washington: comenzamos el inglés.
Es un alivio que no todas las cosas hablen en su idioma. De aquel país disfruté sobremanera las compotas de manzana, la jalea de leche, los exóticos dulces en conserva, los juguetes, los muñequitos (dice en Cuba la leyenda urbana que le costaron sanción a un popular humorista que afirmó usarlos para castigar al nieto), las bicicletas y, por supuesto, la carne rusa.
Sobre esta última, por cierto, jamás creí fuera de oso, como rezaba en bello inglés cierta propaganda, ni que significaba la repatriación, en latas, de los niños que el naciente comunismo devoraba en la Isla. Les digo, porque de vez en cuando me muerdo a mí mismo, que los cubanos tenemos la cáscara dura y debemos ser ácidos, muy ácidos, al paladar. Vaya, que no hay lata que nos soporte.
Lo que jamás les perdoné a aquellos distantes amigos fue la introducción en Cuba de una especie invasora: los Bergobinas. Los Bergobinas, que desde entonces asolan las calles cubanas, son motos pequeñas conocidas en la Isla como “bicicletas con rabia”, una especie de vehículo gruñón que no acepta la lógica del tránsito, el respeto ambiental ni la paz de los vecinos. Es un virus letal que mata peatones, da igual si por sordera o por infarto.
De algo tienen que vivir los politólogos. Todavía estudian, ya sea con satisfacción o desconsuelo, las causas de la caída de la Unión Soviética. Yo no tengo mucho que analizar al respecto: escuchando estas motos, que más bien parecen mocos con ruedas, estoy más que seguro: la URSS cayó mortalmente herida tras una tsunámica vibración, al paso de un Bergobina.
Es un alivio que no todas las cosas hablen en su idioma. De aquel país disfruté sobremanera las compotas de manzana, la jalea de leche, los exóticos dulces en conserva, los juguetes, los muñequitos (dice en Cuba la leyenda urbana que le costaron sanción a un popular humorista que afirmó usarlos para castigar al nieto), las bicicletas y, por supuesto, la carne rusa.
Sobre esta última, por cierto, jamás creí fuera de oso, como rezaba en bello inglés cierta propaganda, ni que significaba la repatriación, en latas, de los niños que el naciente comunismo devoraba en la Isla. Les digo, porque de vez en cuando me muerdo a mí mismo, que los cubanos tenemos la cáscara dura y debemos ser ácidos, muy ácidos, al paladar. Vaya, que no hay lata que nos soporte.
Lo que jamás les perdoné a aquellos distantes amigos fue la introducción en Cuba de una especie invasora: los Bergobinas. Los Bergobinas, que desde entonces asolan las calles cubanas, son motos pequeñas conocidas en la Isla como “bicicletas con rabia”, una especie de vehículo gruñón que no acepta la lógica del tránsito, el respeto ambiental ni la paz de los vecinos. Es un virus letal que mata peatones, da igual si por sordera o por infarto.
De algo tienen que vivir los politólogos. Todavía estudian, ya sea con satisfacción o desconsuelo, las causas de la caída de la Unión Soviética. Yo no tengo mucho que analizar al respecto: escuchando estas motos, que más bien parecen mocos con ruedas, estoy más que seguro: la URSS cayó mortalmente herida tras una tsunámica vibración, al paso de un Bergobina.
jueves, 20 de octubre de 2011
La miel prohibida
En 1917, ciertos políticos (en estado) sumidos de morteamérica inventaron la Ley de Comercio con el Enemigo, la semilla más vieja que se conoce de una planta trepadora de extrañas espinas que nacería después y que su cuidador nombra embargo, mientras que la víctima le llama bloqueo.
Como suele ocurrir, la ponzoña creció, creció, creció y empezó a hincar bondades con diestras siniestras, pero por alguna razón los jodidos no se han rendido. Que si el mismísimo Galileo pudiera ver el conflicto con su telescopio, diría algo así como:
—Y sin embargo, con bloqueo, los cubanos se mueven…
Pero esa movida sale cara. Más de 975 mil millones de dólares nos ha costado fracturar, brincar, cavar por debajo de ella o circunvalar esta cerca tan cerca que amenaza tan lejos. A resultas, en Cuba el bloqueo no sólo tiene héroes; también deja mártires: esos niños que han muerto porque no llega un no sé qué de no sé dónde, ¿qué otra cosa serán?
Para comprobarlo no hace falta molestar a Galileo, tan ocupado aún en cuidar su verdad de otro poder igual de ciego. El odio se pasa la muerte superándose a sí mismo. El colmo es que ahora hay en Estados Unidos nuevos sumidos que dicen ver amenazas en los actores de La Colmenita.
Señores… La Colmenita es una compañía de cubanísimos niños de teatro. Actuaron en Washington y hoy aman a Nueva York. Porque se entregan como pocos siempre se llevan a muchos. Es cierto, los cerqueros no podrían aplaudirles: tienen las manos cargadas de alambres. Sienten terror de su amor y no quieren que estas abejas, pequeñas reinas obreras, brinden miel de su panal.
martes, 9 de agosto de 2011
Estilo libre
Tuvo que parar a 29 horas de lanzarse. Muchos afirman que falló por par de veces, y no faltan los nadadores de agua seca que sostienen que está vieja y hasta un poco loca: “¡A quién se le ocurre, con su edad...!”
A ella, a Diane Nyad. A la estadounidense que desafió no solo el asfixiante aislamiento entre Washington y La Habana sino sus 61 agostos, las corrientes del Golfo, los animosos tiburones de la zona, el asma, los calambres y hasta a la mismísima Diane Nyad que con 28 años intentó por primera vez la hazaña, dizque sin conseguirlo, en 1978.
A ella, a Diane Nyad. A la estadounidense que desafió no solo el asfixiante aislamiento entre Washington y La Habana sino sus 61 agostos, las corrientes del Golfo, los animosos tiburones de la zona, el asma, los calambres y hasta a la mismísima Diane Nyad que con 28 años intentó por primera vez la hazaña, dizque sin conseguirlo, en 1978.
Esta vez, en La Habana, declaró que Cuba es su país preferido y comenzó a nadar, buscando acercar desde el agua a vecinos que parecen siempre más distantes en la pantanosa orilla de la política. Cada brazada fue una cachetada al odio, así que calculemos: no fueron pocas en 29 horas.
La gente de alma sumergible insistirá en que falló, pero los ojos más sabios le verán triunfadora por segunda ocasión. Habrá de ensancharse con nadadoras semejantes el Estrecho: ese lanzarse a conectar pueblos en el mar, ese cantarle Guantanameras a las olas, ese desatarle nudos a los vientos, ese nadar contra las jaulas... nos dice que esta Diane veterana dio de nuevo en el centro preciso de su diana.
lunes, 13 de junio de 2011
¡El folclor...!
Que el folclor está lleno de atractivos. Los turistas desembarcan en cualquier punto de mi Isla sin previo aviso y, casi siempre, casi todos, vacíos de humildad. Lo primero que desempacan es la cámara de video. Porque un turista puede no tener pasaporte y no llevar puesta camisa, pero siempre llevará, adosada a su cuerpo, una cámara de video con que mostrar a su vuelta unos cuantos nativos captados en Las Indias.
Con su cámara nos graban en exóticas escenas: pedaleando pesados triciclos que llamamos bicitaxis, a bordo de rústicos camiones (in)adaptados al transporte público, calentando un aromático cáncer con la magia de un habano que no acaba o haciendo, para comprar cualquier cosa que quizás sirva para algo, luengas colas que a menudo terminan en el trámite complejo de la muerte.
Algunos cazadores de estampas más afortunados logran grabarnos para su posteridad en esas escenas irrepetibles en que perdemos la calma y gritamos más de lo debido y hasta manoteamos frente a la cara de un “enemigo” circunstancial que en 24 horas habremos abrazado.
O son testigos de un piropo desafortunado ante el paso de una mulata descomunal, o tienen la gran oportunidad de reportar para Discovery Channel que también en Cuba la gente sabe llorar. Es por eso que más de un mister, más de un don y algún que otro monsieur resultan tan humildes que prefieren alojarse en nuestras incómodas viviendas para ver la forma deliciosa en que vivimos.
Con justicia lo reconocen: somos nosotros el producto más valioso de esta Isla en extremo singular. Es tan bello el panorama mestizo de mi Isla que yo quisiera proponerles a los misteres dones monsieurísticos se queden con los bicitaxis y los camiones, se muden de veras a mi casa, hagan mis colas por mí y dejen que esos ómnibus inmensos de cristales oscuros que no saben del calor recojan en las mañanas mi relajado cuerpo de huésped en un hotel que alumbre cinco estrellas... para entonces inspirarme y escribir mi crónica del folclor.
lunes, 6 de junio de 2011
Alicia
La tienda se llama Las Maravillas y ofrece la magia de que, sin llamarse Alicia, cualquier muchacha puede comprar unas cuantas cosas más que necesarias en moneda nacional; jabones, por ejemplo.
El otro día fui allí a comprar par de jabones de aseo. Antes de pedir le di a la empleada un Buenas tardes que no respondió. Pagué y le dejé unas Gracias huérfanas de respuesta. La mujer no levantó la vista, dedicada fervientemente a acribillar con números un pobre papel que seguramente no le había hecho ningún mal.
Cuando me fui ella seguía escuchando una música de jíbaras pailas subidas de tono: “Dale al que no te dio...”, gritaba un cantante escondido en las entrañas del aparato de radio y ella ladeaba su cabecita infeliz copada por sumas y ruidos.
No le escuché la voz, pero al final me solidaricé con ella. Hay tantos sitios similares que pudiéramos llamarnos con toda justicia el país de las maravillas. Pero no nos juzguen mal: yo estoy seguro de que la culpa es del bloqueo yanqui. No tengo dudas de que son esos HP los que impiden que Cuba le compre saludos a las firmas extranjeras.
El otro día fui allí a comprar par de jabones de aseo. Antes de pedir le di a la empleada un Buenas tardes que no respondió. Pagué y le dejé unas Gracias huérfanas de respuesta. La mujer no levantó la vista, dedicada fervientemente a acribillar con números un pobre papel que seguramente no le había hecho ningún mal.
Cuando me fui ella seguía escuchando una música de jíbaras pailas subidas de tono: “Dale al que no te dio...”, gritaba un cantante escondido en las entrañas del aparato de radio y ella ladeaba su cabecita infeliz copada por sumas y ruidos.
No le escuché la voz, pero al final me solidaricé con ella. Hay tantos sitios similares que pudiéramos llamarnos con toda justicia el país de las maravillas. Pero no nos juzguen mal: yo estoy seguro de que la culpa es del bloqueo yanqui. No tengo dudas de que son esos HP los que impiden que Cuba le compre saludos a las firmas extranjeras.
viernes, 20 de mayo de 2011
Cinco cuadros de Da Vincis
En Miami les llaman los espías, en La Habana los nombramos los Héroes, en el mundo les dicen Los Cinco. Su caso es largo y complicado porque es un caso lleno de cosas colaterales: mucha espina, mucho humo y algazara para escondernos la flor.
Ellos, que nadie duda están entre dos fuegos con brazas de política, sencillamente trataron de parar bombas que irían a caer, por “pura” gravedad, con toda gravedad, cerca de su gente, en esta Cuba altiva y cerrera que se resiste a caer.
Parecen prisioneros de otra época porque viven la paradoja de estar encarcelados por prevenir un terrorismo que quienes los condenan dicen combatir.
Tras sus hierros han sufrido de todo: perdido a la madre, al abogado amigo, el sexo y el calor. El sol mismo, que se supone sale siempre para todos, a cada rato les dedica un personal eclipse. Y en otra condena condenable, alguno está perdiendo las opciones matemáticas de darle al mundo un hijo que un día escriba la historia de su padre. Es la esterilidad forzosa, el genético apartheid.
Sus vecinos de celdas se han asombrado: estos cubanos que dicen Buenos días y se hacen respetar son pintores, dibujantes, aviadores, poetas, ingenieros, economistas, grandes pensadores... casi Da Vincis tropicales pero con más: con un toque jodedor que el gran florentino jamás supo tener.
What the hell are they here...? se preguntará en inglés de frontera alguno de los muchos latinos segregados que abundan en las cárceles que el amo del mundo construye para nosotros, con muchísimo amor.
Se llaman Fernando, Ramón, René, Gerardo y Antonio. Aunque pocos las sepan en el mundo, sus historias son conmovedoras. Todas ellas. Pero acaso sacuden más los detalles íntimos de Tony, el preso sensible que, pese a tener en el pecho un arsenal de versos listo a estallar, es el único de Los Cinco al que del otro lado de la celda no lo espera una mujer.
jueves, 19 de mayo de 2011
Casting
En Cuba mantiene rotunda actualidad un chiste tan serio y tan viejo que ya no da risa: “Si quieres viandas, pon el noticiero y abre la jaba”. No nos deja muy bien parados a los periodistas, ni es lo que se dice un elogio a los campesinos, pero algo de cierto tendrá cuando ese jurado imparcial e implacable que es el pueblo lo sostiene en su top ten de chanzas cotidianas. Sin embargo nadie repara en la tercera culpa de esta historia: esa debilidad raigal que, desde niñas, tienen las viandas por la tele.
miércoles, 11 de mayo de 2011
Mi abuela María
En su ocaso, mi abuela María veía mal y escuchaba peor. Una vez me preguntó qué llevaba en la mano; yo le respondí que camarones, para guardar en la nevera de un vecino. Me hizo un pedido inverosímil, así que seguí mi camino con apuro adolescente. Poco después se quejó con mi madre:
—¡Qué muchacho tan malcriado... mira que negarle un caramelo a su propia abuela!
Unos cuantos años después fue que la mataron los agentes secretos. Sí, la mataron unos tipos que en su inocencia senil ella no conocía: los inquilinos de la Casa Blanca, los exquilinos del Kremlin —la manchita (interior) de Gorbachov, las lágrimas en que Moscú tuvo que creer a la fuerza, la hoz torcida y el martillo machacante—, los que se callaron, los que se cayeron, los que las dos cosas, los que al tumbar un Muro fueron al piso por germana inercia, los horrores ajenos, los errores propios y hasta el copón divino, que según se dice también hizo lo suyo en esta Historia.
Bueno… el asunto fue que a ella se la llevó de la vida, a los 97, esa nube oscura y aún palpable que en Cuba llamamos período especial, que se tradujo en su mesa en una frugalidad extrema no aceptada por su cuerpo y protestada por su alma.
Murió lúcida, con unos años de más y unos kilos de menos. A mi abuela no le gustaba nada la poesía; prefería el bistec de vaca y los plátanos maduros fritos a la vera de un oloroso arroz con frijoles y de un refrescante vaso de leche. Esa cuarteta la emocionaba profundamente, pero al final de su tiempo apenas tuvo oportunidad de leerla.
En sus buenos días, ella pudo llamarse Bola de Nieve: era blanca y redonda y bonachona como los copos en distante Navidad. Mi abuela comió mucho, pero trabajó más como una de tantas obreras en el combinado pesquero de nuestro pueblo.
Una tarde, tras previo aviso, el corazón se le fue a la huelga: por casi ciego-sorda que estuviera, por lejana que percibiera la cercanía de sus incontables nietos, no pudo adaptarse a estos tiempos en que casi todos tenemos un bellísimo refrigerador y podemos negociar un caramelo, pero los camarones se los llevó a otra mesa la corriente.
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