viernes, 28 de enero de 2011

Una pregunta

Ya sé las historias, ya las sé... que fue un niño callado y un hombre taciturno, que su padre le regañaba y su madre no le comprendía, que las hermanas vivieron siempre condenadas a la ausencia crecida del único varón.

Sé que el suyo fue amor extraño, que se le parecía: mientras más amaba más se ausentaba físicamente. Entonces, por mucho que voló, jamás pudo ser un hombre ave: no daba calor al hogar; ni hogar tenía siquiera. Su calor fue a dar a otro sitio; a ese horno especial que demandaba tanto fuego que quemó su cuerpo como el tronco más valioso. Todavía arde.

Ya sé que no vio crecer a su hijo, que su hijo no pudo verlo encanecer ni cerrarle los párpados a un muerto sedentario. Su hijo vivió huérfano de padre, y huérfano, tanto como nosotros, de presenciar esa misteriosa historia de cómo el hombre se empinó hasta el cielo montado en un brioso pegaso que no tenía alas.

Sé que, cercana su marcha, desobedeció al mismísimo General en Jefe y se acompañó de un imberbe Ángel de la Guard(i)a vestido de mambí que lo llevó hasta el cielo por un atajo nuevo, entre un dagame y un fustete, a unas escasas leguas del sol.

Ya sé que no fue solo aquella carta; dejó inconclusa unas cuantas vidas: la suya y las nuestras. Aún esperamos nos dé las respuestas y, si puede, las preguntas para resolver el difícil cuestionario de estos días.

Sé, está claro que lo sé, que este hombre grande  i/rresponsable murió de causa natural: tres certeros reproches vestidos de balas se incrustaron en su cuerpo. Es cierto, dejó miles de deberes familiares incumplidos, pero en dos palabras tiene su atenuante: ¿Por qué? 

lunes, 24 de enero de 2011

Monólogo del refrigerador cubano

Abrirme es como entrar a la tundra: los grados bajan y suben las escaseces. Muchos me dicen el coco porque solo el agua abunda en mi blanca palidez, pero ni aun allí, en esos pequeños lagos de cubana previsión, pican los muy esquivos camarones y langostas que solo saben invernar en neveras de cinco estrellas… nada marinas, por cierto.

Aunque a veces me descompongo y sufro jornadas de puro calor, no me ha afectado el cambio climático: desde que llegué a esta casa procedente de cuna China la vida sigue igual: algunas libras de picadillo de soya mezclada con soya, un filetillo de ONNI (objeto nadador no identificado), una cuña de dulce casero mordida a escondidas por el chico de la familia, el arroz sobrante de hoy para mañana, y agua… mucha agua, suficiente agua para inundar el Sahara.

No conozco a las vacas —ni siquiera las locas se atreven a venir—, que imagino son pastoreadas bien lejos de mí, pero tengo todavía la esperanza de que un día los búfalos de agua hagan honor a su apellido y fusilen a un paisano forajido contra los húmedos muros de mi congelador.

Es cierto: hay poco tránsito en mis pisos. Es cierto: me aburro a mares. Es cierto que bien pudiera amansar una montaraz araña en esos potreros desnudos que semejan mis parrillas. Sin embargo mi certeza más caliente es que no envidio en nada la abundancia vacía, allá y aquí, de otras congeladoras que para llenar su panza vendieron al mismo Diablo su fría alma de freezer.

Si se fijan con detenimiento, si miran bien allá abajo, si buscan en mis caídos calzones de refrigerador, hallarán entre cables un par de huevos de dinosaurio —¿posturas de hoy o jurásicos testículos?— excelentemente ejercitados porque, entre ayunos y peleas, jamás le aceptan al hielo el poder de congelarlos.  

miércoles, 19 de enero de 2011

Western filete

Entre el polvo, la calle ha quedado desierta y todos saben por qué: al fin se encontraron los dos cabecillas. Bebiendo sus tragos con calma e intriga en lados opuestos del bar de mi pueblo, los pistoleros se estudian con odio seguro y fingido descuido.

El duelo es inevitable y yo, temeroso en la silla más cercana a la mampara que da a la salida, no tengo aún la idea de a cuál apostar mis kilos escasos para cuando las balas terminen de hablar.

Es que todos lo hemos visto: ambos gozan de letal puntería y están armados —no es simple metáfora— más allá de los dientes. Cada uno tiene un repleto cementerio personal casi zoo/lógico y, hasta hoy, ninguno había encontrado al cowboy que intentara tirotear su prevalencia.

No es película, Clint Eastwood: ahora mismo estoy al borde mismo de esta playa y no tengo una cabrona idea de cómo va a parar la bronca cuando el pez león se trepe río arriba a pelear con esa claria que pretende arrebatarle su reino en las olas.

lunes, 17 de enero de 2011

Historia del arte

Definitivamente, el misterio no está en la sonrisa. Lo realmente enigmático es qué le proponía Leonardo a su modelo en ese instante que sus pinceles congelaron para siempre.

jueves, 13 de enero de 2011

El balcón indiscreto

¡Ya llegaron! Se ven tarde a tarde, a la sombra furtiva de aquel flamboyán. ¿Tendrán trece o catorce…? ¿Quién lo sabe? Tal vez ellos mismos olviden sus años en esos minutos de cortos segundos y lenta magia en que él se aproxima y ella esquiva, en que él se retira y ella incita, en que cada uno piensa en la forma rotunda, despiadada —si hace falta, asesina—, implacable manera de conquistar al cada otro.

Yo, que tengo buenos ojos para la siembra, he visto que algo ha nacido de esa semilla enterrada por cuatro manos que prometen fundirse de tanto abrazarse, de plantarse así con fertilidad no se sabe si ingenua o descarada. 

Desde mi piso he visto a la zozobra naufragar en el amarillo mar de sus uniformes, cabalgar la angustia en la espera que expira y arder en par de rostros el rastro nada policiaco del primer rubor.

Como un hombre de Hitchcock tras curiosa ventana, yo sé demasiado y tengo mi psicosis, yo he contado, lleno de vértigo, 39 escalones y soñé un que otro crimen con mortal perfección.

En mi set que no es Hollywood ya yo he sido detective privado, galán irresistible, trajeado fumador, o quizá un revoltoso, un tipo de diez whiskys, un serio jodedor. Espía de tres frentes, certero pistolero… un chico de los duros que en un atraco raro, ausente en el guión, se emociona al mirar cómo dos adolescentes, dos extras, dos mocosos, descubren a sus anchas lo bello del amor. 

miércoles, 12 de enero de 2011

Desacato

¡Estos cubanos, siempre tan informales! Yo debo disculparme, Señoría, porque no llegan mis testigos principales. Dicen que vienen en un DC-8, viejo aparato que no sabe volar.

Regados y pachangueros, dados al sexo y al amor —y también viceversa—, son sin embargo los mejores testigos, los que podrían contar con pelos y con señas cómo muerde el chacal, los que han visto de cerca su luz cegadora, los que habrán de recordarle más allá de su suerte.

¡Estos cubanos, no toman nada en serio! Pese a que volaban en un DC-8 al fin no van a presentarse. Tuvieron un leve impedimento, pequeño tropiezo celestial: allá por Barbados, dizque por hijos de barbudos, Posada los mató.

martes, 11 de enero de 2011

Honestidad

Las actas, veleidosas como siempre, tergiversaron lo que pasó. En aquel momento Galileo pensaba en una cosa bien distinta de la que se le preguntaba. Mientras a la vista de los instrumentos el inquisidor hacía su nada santo oficio, al gran sabio le preocupaba la masa fétida y pastosa que se multiplicaba justo en la zona meridional de sus calzones:
 
—¡Y sin embargo, se mueve!

viernes, 7 de enero de 2011

Mis tres con 40

Un mozalbete que, sin ser espiga de mis hermanos, me pide en la calle: “Tío, el tiempo”; un deseo de tirarle en un segundo cada hora repleta de minutos por la cabeza.

Una reunión de padres en la escuela de mi hijo; una mirada decepcionada a esas coetáneas, progenitoras de los condiscípulos del niño, que hasta hace poco estaban de pura madre y ahora… ahora no sé, ni saben ellas.

Un comprobar que mi Daniel se ve más alto cada vez; un barroco dudar de si él se empina o si desciendo.

Un inédito interés por las perspectivas muy matemáticas de la longevidad; una mirada al asunto que, más que del internauta, parece del aspirante a un cupo de internado.

Un memorioso regreso a los húmedos días de la infancia; un sospechoso modo de recordar solo lo bueno.

Una caricia más reposada a las manos sin mancha de mi madre; una aprensión enorme de que un día de estos se me vaya.

Una manera empecinada de soñar con mi muchacha; un corazón sanguineamente negado a encanecer.     

miércoles, 5 de enero de 2011

Paseo lunar

El astronauta estaba lejos de imaginar que aquello resultara tan especial. Tras prolongado vuelo, pasó sus dedos por la superficie y pensó en seguida que si la tierra de la Tierra fuese así, seguramente habría menos tiempo para pensar en guerras y en destrucción: bastaría con que todos tuviesen una experiencia similar a la suya, lo cual —sacando una cuenta estelar— no sería nada difícil. Estaba ajeno a la gravedad cuando la muchacha le pidió, cariñosa, que volviera a besar el lunar en su espalda.