miércoles, 28 de enero de 2015

Mi catarro y la Conquista


Una mañana cualquiera, sin que mi sistema inmunológico lo sospechara, el catarro plantó sus naves frente a mis costas. A poco inició el desembarco. Fue cruel la conquista, conseguida a base de espadas y mosquetes invisibles para mis defensas: los virus.

La colonización resultó igualmente violenta:  nada de espejitos y cuentas baratas fabricados en China; lo que me cambiaron por mi paz aborigen fue una fiebre violenta, que en su peor noche me produjo unos temblores precolombinos.

Después vinieron intensos dolores en mis articulaciones, que jamás han estado como para llevarlas a Europa y mostrarlas a la Reina. Y mi garganta ha quedado sin deseos de repetir la vieja lección del caney: fotuto, cocuyo, casabe, biajaca, guao, iguana, tocororo…

Muy pronto, cuando descubrí que mi tos no era obsequio de dioses, me rebelé, pero entiendo que la batalla es desproporcionada. A falta de otra defensa, respondí con jarabe de orégano, un brebaje de los tiempos del behique. Quizás aparezcan remedios más fuertes, pero mientras tanto insisto.

Si hace falta, haré como Hatuey, que al borde del fuego se fue satisfecho para otro cielo. Él jamás se hubiera embarcado a un cielo donde hubiera catarro español.  Porque quién sabe si entre las causas de las primeras rebeliones en nuestra tierra estuvo la seria protesta contra este mismo catarro que mientras escribo me obliga a estornudar.

sábado, 17 de enero de 2015

Educación superior



A saber, hay ahora mismo dos carreras muy caras: ser pobre y ser bueno. Quien emprende las dos juntas obtiene automáticamente una beca para la más costosa de todas: ser loco.

lunes, 12 de enero de 2015

Irma


Irma Trujillo ha muerto. Seguramente muy pocos, más allá de sus allegados, sepan qué significa esa oración que escribo justamente así, como un rezo. Es que ella era uno de esos tesoros ocultos que existen en el algún lugar para demostrarnos a los incrédulos que siempre le cabe un color a la vida. A mí nunca me engañó: jamás me pareció casualidad que naciera en un pueblo llamado Esmeralda.

Para ser su primera muerte, hay que decir que le ha quedado como un acto típico en ella, que siempre hacía sus cosas calladamente, sin alardes ni avisos que lo parecieran.

Yo, que me traje a La Habana, entre otros amuletos de sobrevivencia, el cariño de esa amiga que pasaba los 80, llamo como un día cualquiera, para saber de ella, y me dicen que no, que esta vez no puede tomar el teléfono. Me dicen y entiendo que ya el día no es cualquiera. Me dicen y yo, que la conozco bien, sé que tiene que ser muy fuerte la razón para que esta vez no quiera hablar conmigo.

Con su inocencia característica, Irma se llevó a otra parte cosas mías. Ya sé que cuando vuelva a Camagüey no me esperará su beso de anciana venerada; ya sé que no pondrá en su mesa un dulce casero que ella, viéndome comerlo, disfrutaría aun más que yo, que es mucho decir. Ya sé que a mi despedida no podré estrechar con mucho cuidado sus manos delgadísimas ni oírle decir, por millonésima vez, que yo era parte de su familia y aquella era mi casa. La muerte es cruel: me doy cuenta que tal vez sea ahora que le creo.

Como solía hacer a cada rato, Irma puso el punto burlándose rotundamente de sus caderas fracturadas, de su columna en huelga, de su piel de orquídea y su apetito de pajarillo y emprendió a solas, sin andador, el viaje más empinado. Esté donde esté, sé que me mirará (como a otros muchos) diciéndome: «Esta es tu casa, Milanés…». Tal vez un día vaya a visitarla. Y cuando tenga a la fuerza que mudarme para allá, sería un alivio tener vecinos semejantes.

No es cosa de ahora: Irma Trujillo siempre fue un espíritu de bondad, pero no hagan mucho caso de esa condición. Nunca vayan a tomarle lástima porque ella lleva sus filos. Yo estoy seguro de que en el sitio donde se encuentra ya tiene graves problemas: aun sin convencerme de su muerte, no tengo, sin embargo, la menor duda de que los ángeles se dieron cuenta de que ahora sí tienen competencia.