miércoles, 31 de agosto de 2011

El corazón de Jesús

A mí nunca me engañó. Yo en seguida me di cuenta. La noche avanzaba, la conversación era queda y agradable, pero algo no encajaba en el retrato que siempre hace bajo la mesa cada interlocutor: ella no era la tímida estudiante de periodismo  que tal vez alguno hubiera creído, sino una de esas personas que aun a solas se saben vestidas con signos de admiración.
 
Cuando la escuché defender con silencios vehementes sus palabras, cuando descubrí en sus manos un raro Norte magnético para las de él, cuando asistí a sus miradas trenzadas con los ojos de su amado, comprendí que bajo la cáscara tierna de aquella jovencita papita una excelente cardióloga. Por eso le rogué que cuidara el gran corazón que tenía en custodia: el de mi amigo Arencibia.

martes, 23 de agosto de 2011

El truco

Me da pena el mago, que cree que me engaña. Ocupado en mi número, yo lo dejo hacer.

Mientras él pasa público inventario de su sombrero de granja, mientras mueve su varita pinochesca y hace que sus aparatos repitan la trampa disfrazada, mientras aparece y se pierde bajo un humo de aplausos... yo miro a su asistente.

Me la llevo de allí y él jamás se ha enterado. Él alardea de que sus manos son más rápidas que mi vista y yo callo, tranquilo, porque sé que más rápida que sus manos es esta imaginación.

viernes, 12 de agosto de 2011

El detalle

Como quien dice, hoy cumplo un centenario de cien años y eso es como si juera un acontecimiento. Pos claro, si miento ustedes no me van a creer, pero qué se le va a hacer, si ultimadamente todo el mundo habla de mí.

Que ya nadie se acuerda que yo era el sexto de doce hermanos del barrio de Tepito y mi papá el cartero a cada rato nos pitaba:

―Me dice su señora madre que horita vamos a comernos unas cartitas porque otra cosa... pos bueno, otra cosa no tenemos.

¡Bien que sabían los “Ay mi amor...” y “No me esperes...” de aquellas escuelas que mi papá nos repartía.

Huy, pues así fue como me fui a la carpa teatral donde bailé, actué y me inventé este personaje personalmente para que no fuera de otra persona. Cuando el personaje y mi persona eran la misma persona, nos decían El Peladito. Me ponía mi sombrero de pico, me arreglaba este fondoso bigote sin pelos y con mi pantalón a media nalga, y también en diceversa, le daba la vuelta al día en 80 mundos con mis zapatos que ya se gastaron de tanto gastarse.

Una vez me preguntaron: “¿En qué cantina inflas?”, sugiriendo que se me olvidaba el bocadillo —¡a mí, que no había probado nada!— porque unas copas me hubieran tomado. Desde entonces tengo este nombre de Cantinflas que me queda mejor que Mario Fortino Alfonso Moreno Reyes, porque aunque me veía un poco moreno, no tengo fortina ninguna, y menosmente de rey: no soy ni lo uno ni lo otro sino todo lo contrario.

No me diga que no se le hace: con este cuerpo así de cuerpo entero yo fui boxeador; me dieron algún nocao y también algún sicao cuando yo no veía la trayehistoria del golpe. ¡Ta bueno...! Que no más que uno se sube a un ring y el otro contendiente tiende a tirarle de golpes. ¡Que sí que no...! ¿Verdá que esto lo entiende cualquiera?

Hasta a torear aprendí, pero como los toros mexicanos son como que un poquito morosos, dizque porque no han viajado a España, en la península Inbérica, no aprendían mucho y me salí rápido del negocio, a las malas, no fuera que ellos me sacaran a las peores.

Por si los moscos, no vayan a creer todo lo que hoy dicen de mí. Los gringuitos me dieron hasta una estrella en Joligud, mas sin tampoco me creo famoso como Don Chicaspierito, que armó una consalación entre Montescos y Capuletos y después acabó con los dos, dizque para ser imparcial. 

Ya los agarro cansados, entonces me despido. Total, a mí me despidieron tantas veces... Miren con mucho cuidado mis películas, no crean lo que dicen los libros cuyos escribidores no sepan cuyamente cantinflear, y no vayan a comerse los timbres postales con mi figura, que eso no alimenta ni alifresa. De todas maneras, les doy y les hago las gracias por acordarse de mí. ¡Ahí está el detalle!

miércoles, 10 de agosto de 2011

Phénoménal

Si pudiera sumergirse y explorar por acá, el muy flemático Jacques Cousteau concordaría sin réplica: el mutismo asombrado que inspiran ciertas mujeres cubanas en su andar cotidiano solo podría compararse con la estela de asombro que deja en su paso oceánico la más espléndida ballena azul.

martes, 9 de agosto de 2011

Estilo libre

Tuvo que parar a 29 horas de lanzarse. Muchos afirman que falló por par de veces, y no faltan los nadadores de agua seca que sostienen que está vieja y hasta un poco loca: “¡A quién se le ocurre, con su edad...!”

A ella, a Diane Nyad. A la estadounidense que desafió no solo el asfixiante aislamiento entre Washington y La Habana sino sus 61 agostos, las corrientes del Golfo, los animosos tiburones de la zona, el asma, los calambres y hasta a la mismísima Diane Nyad que con 28 años intentó por primera vez la hazaña, dizque sin conseguirlo, en 1978.

Esta vez, en La Habana, declaró que Cuba es su país preferido y comenzó a nadar, buscando acercar desde el agua a vecinos que parecen siempre más distantes en la pantanosa orilla de la política. Cada brazada fue una cachetada al odio, así que calculemos: no fueron pocas en 29 horas.

La gente de alma sumergible insistirá en que falló, pero los ojos más sabios le verán triunfadora por segunda ocasión. Habrá de ensancharse con nadadoras semejantes el Estrecho: ese lanzarse a conectar pueblos en el mar, ese cantarle Guantanameras a las olas, ese desatarle nudos a los vientos, ese nadar contra las jaulas... nos dice que esta Diane veterana dio de nuevo en el centro preciso de su diana.

lunes, 8 de agosto de 2011

Cardiología

No me impresiona en absoluto su fama de pájaro mosca, su dieta a base de néctar, sus dos gramos de estrella del pop libre de anorexia ni la manera en que consiguió en el mercado de alas los siete colores del arcoiris.

No me parece nada del otro cielo que sea el único pájaro capaz de volar hacia atrás, que pueda aletear por veinte horas seguidas ni que alcance sin trabajo, cuando le cosquillea alguna urgencia, los 114 kilómetros por hora.

No me asombra la coreografía de plumas con que el macho seduce a la hembra. A fin de cuentas ―dicen los que lo han visto―, él no acostumbra sacarla a volar con sus amigotes y es un incorregible adicto a la poligamia.

No voy a reconocerle en acto público que mueva las alas cien veces por segundo ni que muchos admiran cómo liba, besando, flores casi siempre rojas cual labios de pequeñas vampiresas de pico fácil que brincan por ahí, de nido en nido. 

Como se ve, no soy lo que se llama un fanático suyo, pero no puedo negar lo que realmente reverencio en el zunzuncito: las veintiuna veces por segundo que late su corazón, con dulzura y frenesí, para sugerirnos que la más grande inspiración del amor puede nacer, agitada, de un músculo diminuto.