domingo, 28 de octubre de 2012

Santiago

Hace tiempo, Santiago me dio cinco años de su tiempo. Me puso delante letras inolvidadas. Partió en mi mesa su cazuela ancestralmente humilde y me buscó amigos de los mejores: esos tercos sin cura que aun de lejos persisten en intercambiarme afectos.

Me sumergió en su mar, que es grande sin renunciar a arenas plebeyísimas, o precisamente por no hacerlo. Sin embargo me hizo un regalo mayor: su Sierra, “maéstrica” mole de azulados verdes que mis ojos llanos no se cansaron de ad/mirar. Todavía, cuando a ratos me aburre la sabana, la memoria fabrica un suspiro:

—¡Santiago…!

Soy intransigente: no acepto que nadie sacuda, ahogue, evacue mis recuerdos más míos; nadie… llámese Sandy o vista de huracán. Aun menos acepto la traición: casi todos esperábamos que la herida a Santiago vendría del empujón de oculto terremoto y ha llegado, así, como si nada, con agua y remolino.

Cuando este ciclón pasó y mató, cuando dio voz de luto a la corneta china, cuando tiñó de negro la falda de las lomas y decretó un toque de queda a las botellas, yo me sentí, a 400 kilómetros, un damnificado más, un nagüe o un negüere, un amigo tozudo que hoy le brinda su larga llanura para que descanse y alivie sus heridas. Yo le devuelvo lejanos abrazos mientras armo, para animarle, las mejores ocho letras que conozco:

—¡Santiago…!

sábado, 27 de octubre de 2012

¡Maaaaarrrrr!

Siempre supe que los grandes navegantes andaban al revés. Terriblemente perdidos. Y que los que se tienen por más gloriosos eran precisamente los más despistados.

Tal gazapo ha llenado la Historia de faltas de “otrografías”, así que yo, que me enrolé en este mundo por un litoral fangoso y modesto, a cada rato pretendo corregir la pifia global buscando mejores travesías.

En la blogosfera, este océano que junto a hermosas sirenas esconde monstruos que hubieran puesto de punta la blanca melena del Gran Almirante, he pescado de todo: saludos, abrazos, cariños intensos y ruidosos silencios, alientos, ofensas, amenazas veladas y hasta velantes… pero sigo buscando.

Así, un día di con Un pedacito… de ella. Hay pedazos tan grandes, yo no sé… que no se exige la pieza completa. Ocurrió hace tiempo: encontré en la cayería aquel blog extraordinario y en seguida me pregunté quién escribiría metida en una ola. La respuesta no era fácil porque, en lugar de dar sus señas, la autora se refugiaba en la marea. Y como no pude enlazarla a ella, enlacé su blog al mío, borda con borda, con mi más firme nudo caribeño.

Hace unos días, por casualidad, descubrí en una red social de La Mancha la identidad de esta originalísima bloguera, armé parte de su historia y comprobé en las fotos de la amiga que, efectivamente, se parece a lo que escribe, de modo que no sería difícil leerle la cara como suelo piropearle la letra.

Esa jornada de fisgón me confirmó en mis certezas: a los viejos marinos los impulsa la añoranza de tierra porque ignoran que, justo al lado contrario, una muchacha tremenda corregiría en dos líneas —en un post— sus cartas de navegación. Apenas necesitan descubrirla a unas millas, enderezando horizontes, y anunciar, por fin, el hallazgo:

—¡Maaaaarrrrr!         

miércoles, 24 de octubre de 2012

Pirata del Caribe


Afuera, en pleno mediodía, las nubes le han cerrado los párpados al cielo. Y puede que ahora mismo, mientras yo finjo estar tranquilo y junto letras en una oficina con su buen tiempo fabricado, un hermano se juega en alta mar la vida suyamente nuestra.

Mi hermano Iván, el único marino entre nosotros (cuando debimos ser más, dado lo torpes que somos en la tierra) viene o se va ahora mismo a Venezuela y muy probablemente encuentre en el camino a un raro pez volador, a un peculiar pájaro de escamas tan revueltas: el ciclón Sandy, un ser despeinado y despeinante según confiesan radares y dicen los partes más completos.Ya sé que, como Ulises, Iván se hizo a la mar más que tranquilo:

―Es el barco más grande que haya venido a Cuba -me dijo hace unas noches, por teléfono.

Y sé que en la familia los ciclones desandan nuestras venas. Ya sé que nuestras lágrimas son lluvia, que la risa nos llega en un relámpago, que sabemos de brisas en los dedos y la ira se nos pasa tranquilamente líquida, cual acostumbran las mareas. Ya sé que él no está solo en su dilema y enfrentarán al huracán a pura proa, centímetro a centímetro, rugiendo los motores por horas sobre olas.

Sin embargo ahora mismo cambiaría mi comodidad de cartón por buen mal tiempo. Quisera subir de polizón, ofrecerme de camorrero pirata del Caribe para echar una mano, y dos, a mi tranquilo hermano que sin ruidos ni alarmas se lía a trompadas con Sandy el revoltoso, como si fuera Ulises, el grandísimo Ulises, retando a Poseidón sobre un mar griego.

viernes, 19 de octubre de 2012

Tamales

Los mejores tamales. Los soñados congrí. Las mariscos divinos... Martha la Gorda, mi vecina de al lado en el Santa Cruz de antiguos calendarios, conquistó mi alma de muchacho a puro sazón. Como en su casa eran unos milímetros menos pobres, de vez en cuando ella nos invitaba a mi hermano Iván y a mí, que crecíamos parejo con sus muchachos, a comer algún plato especial que yo discretamente traspasaba a mi madre mientras todos tenían el cuidado de fingir que no lo notaban.

Mi madre, su comadre... Mi madre, la misma que anoche no pudo ocultarme en el teléfono una honda congoja:

Es que Martha murió... -respondió, apagada, a mis preguntas.

Entonces vinieron los detalles: un cáncer “en el interior”, como si acaso hubiesen cánceres externos. Y yo que no lo supe, que no pude pasar al hospital a verle. Y yo que no pude brindarle un "hasta luego". Y yo que no identifiqué en el aroma enrarecido de estos tiempos el olor del último tamal en la mesa de Martha la Gorda, mi vecina, que todavía marchando me invitaba.

viernes, 12 de octubre de 2012

Un mechón


En los '90, cuando en Cuba la luz era casi un privilegio diurno, Dios o alguno de sus funcionarios se acordó de mí: me otorgó un mechón de canas para que conjurara en las noches aquellos apagones que, cual agujeros negros, tragaban para siempre la menor claridad.

Pelo a pelo, aquella estrellita fue consolidándose en la alambrada de mi cabeza hasta formar esta isla con franja de arena que, a falta de méritos, me distingue entre los siete Milanés León.

Las canas me dicen que voy llegando a viejo sin pasar por Diablo, pero de vez en cuando, en una estación del camino, me regalan alguna vivencia curiosa. Yulennis, una vecinita de diez u once años, me comentó el otro día que su maestra tiene un cayo de canas igualito al mío; luego se me quedó mirando, presa de una duda inmensa que amenazaba explotar su delgado cuerpecito:

—¿Y eso... no te pica?, -preguntó.

A esa hora traté de explicarle que no, que era cosa apenas del color del pelo y no afectaba la piel. Pero ya se sabe: nada hay tan temible como la pregunta de un niño. Desde esa tarde, siento tremendos deseos de rascar mi mechón.

jueves, 11 de octubre de 2012

Mambisada

En toda la Historia de Cuba solo se reconoce un Generalísimo. Es Máximo Gómez, el dominicano que metió la Isla en su sangre, no solo por tener mujer e hijos cubanos, sino, sobre todo, por pelear por esta tierra con más ardor y altruismo que muchos nacidos aquí y a veces, también, por soportar con humildad nuestras malacrianzas.

No obstante, El Viejo —o el Chino, como también le decían— se las traía, y no era raro hallar en “el cepo” de su campamento mambí a alguno de los nuestros tomando un largo baño de sol por faltar a la disciplina. Que así como le temían los españoles, le respetaban los mismos cubanos.

Gómez fue el primer militar que utilizó el machete de trabajo para cargar contra el enemigo, descubrimiento que por alguna razón los españoles nunca le perdonaron.

Todavía hoy, cuando alguien en Cuba ve un machete largo y pesado, se acuerda del General en Jefe del Ejército Libertador, un hombre enjuto que sin embargo empuñaba su arma con muñecas de jonronero. A algunos centros de trabajo se les entrega su réplica como gran estímulo; el mío, por ejemplo, la recibió.

Por ahí escuché algo que parece leyenda urbana. Resulta que un custodio descubrió en la madrugada que un delincuente rondaba los tejados. Sin pensarlo, el vigilante echó mano en el mural al recio machete plateado de funda de cuero que recuerda la gesta mambisa y se fue a por el bandido, cual si este fuera miembro del Batallón Cazadores de San Quintín.

Ocurrió hace meses, dicen, pero estoy seguro de que, viviendo la hispánica angustia de sentirse perseguido por el mismísimo Máximo Gómez, el malhechor todavía no ha parado de correr.

miércoles, 10 de octubre de 2012

NTIC

Se conocieron en Internet, chatearon un poco, y cuando se dieron cuenta de que eran el uno para la otra, y también viceversa, se casaron en vivo y en directo. Tuvieron un matrimonio de punta, con múltiples hipervínculos, hasta que a ella le apareció un virus de una máquina ajena…  ¿o también viceversa?