Repleta su caja de herramientas —la cola de un cometa albino, un apretamores criollo hecho con cuerno de unicornio, una lira de musa adorablemente desafinada, doradas escamas de sirena, un manual de diosa adolescente lleno de subrayados y hasta una varita trágica para las emergencias—, cierta noche L, M y N deciden rescatarme.
Me llaman a casa entradas las 11 y así, porque sí (¿por qué no?) mejoran mi sino sin remedio. Cada una a su modo, que yo creo ya sabe, es capaz de ordenar mi galaxia, pero esta vez tramaron juntarse para ahuyentar mis fantasmas por aquello de “no es por abuso; es para acabar rápido”.
Por pura modestia, con rara austeridad, emplean un teléfono común, terrenal aparato con el que seguro no están familiarizadas. Me llaman a mí, al señor E, fonema distante exiliado al otro extremo del abecedario, sonido mudo la mayor de los días, y en seguida comprendo que ellas conmutarán mi pena.
En solo 10 minutos, L, M y N recargan mi agotada batería de afectos por unos siglos más, pero yo sé —suerte la mía— que el saldo no las dejará conformes: volverán otra noche a seguir demostrándome que con ellas, por ellas, se puede describir el mejor perfil del amor sin necesitar una sola vocal.
sábado, 30 de marzo de 2013
viernes, 29 de marzo de 2013
Muñequitos
A
veces, cuando quiero, soy el tipo más despistado del mundo. Una
amiga me copió unos muy modernos animados rusos y yo —porque están
deliciosos y porque no todos los días puedo hacer un regalo de valor—, decidí compartirlos con otros buenos seres de este mundo
que en seguida lo agradecieron.
Así,
oportunistamente, aproveché aquel recurso gratuito para seguir
contagiando satisfacciones. Le pregunté a otro amigo:
—¿Tú
ves muñequitos...?
—No...
-respondió con tono dudoso y cara extraña.
Le
expliqué sobre el tesoro que ofrecía: es tremenda esa Masha,
siempre complicándole la existencia a su contrafigura, un oso tan
buena gente que ya quisiera yo tenerlo de vecino. Ellos dos me
hicieron entender que es cierto: un día dejaré de ser niño... pero
para eso me faltan unas cuantas vidas todavía.
Continué
con mi tesis: los cubanos parecemos hijos del bandazo. Primero todo
ruso, ahora lo ruso es fruta exótica entre tanto policial
estadounidense, tanta sangre en inglés, tanto cuerno brasileño
entre chinas recetas y algún bailecito nupcial con novia de la
India. También en muñequitos los rusos han crecido un mundo, le
añadía.
—Bueno,
sí, voy a copiarlos -dijo entonces con rostro de aliviado. Lo puso
en su laptop y minutos después ya sonreía.
Fue
un buen rato más tarde, armando los pedazos, que entendí su cambio
repentino. Resulta que en la calle muchos llaman “muñequitos” a
cierta pornografía clandestina que circula pequeña pero igual de
atrevida, y quizás mi amigo pensó que yo le ofrecía un material
cargado de curvos “materiales”.
Ya
dije que no soy el super perspicaz; que a veces, aun cuando no quiero
también soy despistado. En cambio en esta ocasión no me avergüenzo
de andar en larga caminata por las nubes.
Es
cierto: una mujer desnuda es siempre un verso, en cambio no imagino
al tío Estiopa, al responsable y ocupado tío Estiopa, dejando al
pairo el tránsito rebelde de Moscú para irse a un discreto motel de
la estepa a grabar un video hot con la frígida reina de las nieves.
jueves, 28 de marzo de 2013
Eros y Prometeas
¿Qué
voy a hacer? También yo tengo mi corazoncito, aunque a cada rato me
burle de él. Como las causas, me persigue perseguir mujeres
imposibles. En algún lugar tropecé con Diana, una rubia de catálogo
nacida en Canadá, y quedé prendado (he de decir prendido, cuando
ella lo permite). Miles de kilómetros después, en una casa
perdida de Belice, encontré a Norah, más joven, más tierna, suerte
de lienzo mitad estadounidense y un poco de la India, y sentí que
había encontrado el amor de mi vida.
Pero más tarde di con Sade, la mayor de las tres con raíz bifurcada de Inglaterra a Nigeria, y entendí que era Ella, ¿quién más podría ser? Así me volví promiscuo: quiero fundar un harén de tricolor bandera, quiero tenerlas a las tres, si se puede simultáneamente, reiteradamente, incansablemente. Yo quiero amarlas con todos los adverbios que empiecen en mi mente. Quiero en mi cama y en mi mesa, sin ninguna protección, escuchar a la Krall, la Jones y la Adu, tres diosas que robaron del Cielo el fuego de la canción y nos lo dan, en heroico intento por salvarnos.
sábado, 23 de marzo de 2013
Vecinos
Talaron el árbol, pero como el manco flamboyán tiene más alma que ellos, aun quiere ayudarnos y cada cierto tiempo asoma tímidos retoños que una señora sin verde, sin flores y sin raíz se ocupa de aplastar pacientemente, como si pisoteara los callos al Diablo.
jueves, 21 de marzo de 2013
La oveja gris
No
me interesa el sendero fácil del rebaño, el agua en el camino si
pago una lisonja. No voy a andar la rápida autopista del tumulto que
sabe que al final le espera un gran cartel de bienvenida.
Tampoco
quiero -lánzame al agua, viejo Noé, si ello me tienta-, la
mediática senda de la oveja negra, esa lanuda VIP que se retiró a
oscuros aposentos a vivir de rebeldías distantes.
Quiero
la espina silvestre del ahora, el No cerrero y mesurado, de a
poquitos, que dé valor real al Sí que se me ocurra. Quiero
emprender el trillo más derecho; quiero ser yo, aunque jamás
encuentre seguidores.
miércoles, 13 de marzo de 2013
La evolución y la obra
No
hay en Cuba crítico más mordaz que el ingenio popular, ese
vigilante anónimo, fuenteovejunesco pleno, que defiende la justeza
de la obra incluso desde la burla rotunda de sus errores.
Los
cubanos lo sabemos: aquí y allá, las obras en construcción
informan en letreros visibles qué se hace, quién es el encargado y
quién paga, además de dos detalles esenciales en un país a menudo
dado a la calma: las fechas de inicio y conclusión.
Día
por día, una céntrica fachada de Camagüey me saca una sonrisa. Es
la gracia del pueblo, bendito humor. Resulta que nos propusimos un
acuario. Dicen las letras que debió comenzar en octubre del 2010 y
concluir ocho meses después, pero el tiempo ha pasado, así que
algún buen jodedor de esos que abunda en la Isla rasgó la pared
para rectificar un número en la fecha de terminación.
Gracias
a él, ahora todos confiamos en que, en efecto, tendremos nuestro
acuario... en junio del 3011.
Claro,
según sugiere de lejos el terco Charles Darwin, es posible que para
esa fecha, dada la constante evolución de las especies, los peces
ornamentales se hayan convertido en anfibios y nos enteremos de que
es tiempo de construirles un pantano.
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