En Miami les llaman los espías, en La Habana los nombramos los Héroes, en el mundo les dicen Los Cinco. Su caso es largo y complicado porque es un caso lleno de cosas colaterales: mucha espina, mucho humo y algazara para escondernos la flor.
Ellos, que nadie duda están entre dos fuegos con brazas de política, sencillamente trataron de parar bombas que irían a caer, por “pura” gravedad, con toda gravedad, cerca de su gente, en esta Cuba altiva y cerrera que se resiste a caer.
Parecen prisioneros de otra época porque viven la paradoja de estar encarcelados por prevenir un terrorismo que quienes los condenan dicen combatir.
Tras sus hierros han sufrido de todo: perdido a la madre, al abogado amigo, el sexo y el calor. El sol mismo, que se supone sale siempre para todos, a cada rato les dedica un personal eclipse. Y en otra condena condenable, alguno está perdiendo las opciones matemáticas de darle al mundo un hijo que un día escriba la historia de su padre. Es la esterilidad forzosa, el genético apartheid.
Sus vecinos de celdas se han asombrado: estos cubanos que dicen Buenos días y se hacen respetar son pintores, dibujantes, aviadores, poetas, ingenieros, economistas, grandes pensadores... casi Da Vincis tropicales pero con más: con un toque jodedor que el gran florentino jamás supo tener.
What the hell are they here...? se preguntará en inglés de frontera alguno de los muchos latinos segregados que abundan en las cárceles que el amo del mundo construye para nosotros, con muchísimo amor.
Se llaman Fernando, Ramón, René, Gerardo y Antonio. Aunque pocos las sepan en el mundo, sus historias son conmovedoras. Todas ellas. Pero acaso sacuden más los detalles íntimos de Tony, el preso sensible que, pese a tener en el pecho un arsenal de versos listo a estallar, es el único de Los Cinco al que del otro lado de la celda no lo espera una mujer.