viernes, 30 de diciembre de 2011

Mi editorial muelero

Pues sí, se nos acaba el tiempo que nos habían otorgado para el 2011. Y este caimán se despide, sin lágrimas de cocodrilo. Tiene que hacerlo, porque son muchos los amigos que ha encontrado en el camino, pese a que nunca prometió mieles ni regaló azúcares.

Nació pequeño, en esta esquina virtual, y ha crecido con gente de aquí y de allá que le han honrado con alguna mirada y enriquecido sus arcas echándole a su charca más de un comentario.

Quiero hacer un comentario de los comentarios. Hay amigos blindados, a prueba de las letras más amargas, gente a la que ya no tengo “muela” para agradecerle semejante aliento. Ellos se salen de esta página y se instalan sin permiso en mis afectos para recordarme que la vida es bella, al margen de todo lo feo que también hemos repasado juntos en estos post e inter/cambios.

He tenido la suerte de hallar interlocutores sensibles, respetuosos, cultos y educados. En todo un año, solo dos personas optaron por la senda de la ofensa; no pude publicarles, no por la intransigencia que, entre palabrotas, me adjudicaron intransigentemente, sino porque este no es espacio para emboscadas particulares o para herir individuos de ninguna parte ni de credo alguno, ni para poner segundas o hasta primeras mejillas. Aspiro a escribir una página amorosa para con la especie humana (más que surtida ya de odios y otras musarañas) y no hay en ella cabida a mordidas personales.

Ello no niega para nada que esta sea bitácora de claroscuros, como es la vida misma, donde se puede discrepar y a la larga triunfa (al menos eso creo) la luz. Sobre puntuales penumbras, hay mucha luz en la Cuba de ahora mismo, luz suficiente para alumbrarnos y calentarnos. No obstante, también hay manchas muy nuestras, “cubanísimas” como las clarias.

Y ya termino este editorial muelero (que contraviene el nombre de mi blog), que no marcho al Polo sino rumbo al 2012. En este año que acecha estaré aquí mismo, pensando cosas nuevas para ustedes. Un abrazo.

jueves, 29 de diciembre de 2011

El primer llanto

Muchos se empeñan en buscarle hondas teorías a lo evidente. En realidad es tan simple... los bebés lloran al ver la luz porque son sabios, muy sabios.

Conocen sin memoria que todos nacemos irremediablemente enfermos: desde ese momento, comenzamos a morir.

martes, 27 de diciembre de 2011

Un regalo

Aunque algunos no se enteren, en Cuba también se acaba el año. Y una amiga me hace un regalo. Me ofrece las Obras Escogidas de Martí en tres tomos, y los tomos uno, dos y ocho de las Obras Completas que en relucientes cuadernos azules están vendiendo desde hace un tiempo las librerías cubanas.
 
Siendo honrado, tengo que ponerle un pero y pedirle un para:
 
―Es que ya tengo las ...Escogidas, pero si me las das para el niño...
 
Ella acepta. Yo diría que hasta se ve complacida de traspasarle las toneladas de ideas que lleva ese millar de páginas a Daniel, que tiene apenas 13 años. Y hasta se las dedica.
 
Yo marcho a casa, en caminata de pensamientos, alegre con mi carga. Porque no puedo todavía comprar la luenga fila de libros azules que desafían mis ansias en un anaquel, agradezco más el regalo.
 
Como sucede con ciertos libros sagrados, debía prohibirse vender a Martí, al menos en Cuba. ¿Hay crédito mejor para llevarlo bajo el brazo que sentirse martiano? La palabra de un Apóstol no cabe en una página. Muchos menos en un precio.   

lunes, 26 de diciembre de 2011

Vivirse

Pese a lo tupido de la acolchonada nubosidad, en un claro podía leerse el epitafio celestial: “En memoria —decía— de un alma noble que se nos fue y bajó a la tierra, por fin, a cansarse bien lejos del Señor”.

jueves, 22 de diciembre de 2011

Manzanas prohibidas

Cualquiera de ellas camina sin prisa, enfundada en hábitos de afuera y adentro: la tela infinita, la austeridad, la misma calle, idéntica hora, similar paso, igual saludo y una puntualidad casi divina que nada parece saber de este mundo.

Tanta mesura escandaliza. Es todo un ruido a la pupila de los “machos”. Unos las miran con indiferencia, otros no las ven; estos les arrojan silencios y aquellos, incomprensión.

Ha de ser fuerte el velo que de lo alto les dieron, porque ninguno parece ubicar sus rostros en sus mapas ni percatarse de que hay allí, al Sur de las recogidas cabelleras andantes, cuerpos sin Mancha, tal vez dulcinéicos.

En tanto silencio, hay en las hermanas mucho que descubrir: bajo esa muralla textil que nadie toma por asalto viven montañas de estrógenos precolombinos, traviesos, intactos... que Dios puso allí para tentar a navegar rumbo al Poniente, a levantar motines, a establecer ayunos y a imaginar tesoros inimaginables.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Tiempos postmodernos

La consulta estaba llena de pájaros con fracturas en el pico. Era común desde que comenzó en el pueblo la carpintería de aluminio.

martes, 20 de diciembre de 2011

Remisión

Cada vez que oigo hablar de "envidia sana", solicito que a la susodicha se le haga un examen de resonancia magnética con la mayor urgencia.

lunes, 19 de diciembre de 2011

Cuatro camisas

Recién estuve en casa de un muerto entrañable. Fui, a pedido de su familia, a recrearlo. Sí, a re crearlo: a compartir historias que nos confirman que todavía anda por ahí, suelto y sin transplantar, con su cubanísima estampa de jodedor criollo, con su porte de Quijote muy loco montado en una moto y de médico de otro mundo, neurocirujano (le dijo alguna vez alguno) sin cara de neurocirujano.

La gente no lo deja en paz porque sabe que el descanso no es lo suyo. Se dice tanto y tan bueno todavía que por su tumba ya han visto rondando leyenda: “En un lugar de Camagüey, de cuyo nombre...”

Lo primero que comprobé fue que él vive en su casa; no muere en el cementerio. Y como anfitrión principal de mi visita, le vi en constante ajetreo, ocupándose de que en mi sexteto de horas por allí yo la pasara bien con su madre y hermana, dos contundentes versadoras, y con su padre, un interlocutor rulfiano.

La charla a veces pareció montaña rusa: en ojos de las mujeres, las lluvias llegaban sin respetar el parte meteorológico y podían inundar los dos opuestos pluviómetros de las lágrimas, pero siempre el orgullo vencía a la amargura. Así, el reloj corrió sigiloso.

―No sé si tienes prejuicios... -me dijo al cabo la madre, antes de mandar a darme algo.

Le respondí que no, que pocos, aunque me abundan certezas de no merecer. (Aquí omito, por supuesta, una controversia de afectos...).

Bueno, el asunto es que acepté, cual presente de alma y no como obsequio de tienda, algunas camisas que antes llevó mi amigo. Willy no iba a rendirse con la muerte; ahora anda multiplicado, porque otras personas recibieron regalos similares.

No sé cómo les irá a ellas, pero a mí, que vestiré esas piezas con la honra más grande que consiga, solo me preocupa saber si llenaré, con la talla precisa que hace falta, el hondo surco izquierdo de esas cuatro camisas.  

viernes, 16 de diciembre de 2011

Retorno

Cuando era pequeño, las ranas eran para mí Rubieras verdes: ellas me anunciaban, en vivo y sin margen de error, que había par de chubascos a la vuelta del tejado. 

Las ranas movilizaban en casa el consejo de defensa y, al escucharlas, todos sabíamos qué hacer en previsión de gotas que, sin falta, iban a caer. Era música pura el tic tac sobre palanganas y cazuelas de dispar acústica como banda sonora del coro de los batracios más desafinados de este mundo.

Las ranas eran mis compañeras de baño en aquellos interminables aguaceros que parecen perdidos para siempre, tal vez un pedazo más en la inmensa rodaja de mercado que voló cuando el finado campo socialista se llenó de maleza.

Una amiga que tiene la embotelladora virtual más hermosa que conozco ―donde llena los frascos de afectos y los regala, sin comprobantes ni etiquetas― relató hace poco la historia de la rana que, tras recibirme en casa hace unos años y partir al medio las cuitas de ambos, desapareció sin más, como verde unicornio.

Croando la dejé, y desapareció. Yo, que sé el tamaño de Silvio, no me atrevía a escribirle una canción, pero quedé igual que el trovador: dispuesto a pagar, por la información que ruego, los cien mil o un millón... que jamás voy a tener.

No se conmovió, no vino, parece que nadie sabe de ella. Sin embargo, justo ayer vi otra: más pequeña, más traviesa, más esquiva, pero con la seductora estampa de rana de compañía de su antecesora. Estaba en el mismo lugar donde vivió la otra. Mar pensado, como soy, quiero imaginar que es la hija de aquella (¿que encontró pareja y se mudó a casa más amplia?) y viene a reclamar sus derechos dinásticos en mi lavadero.

Cuando la vi, retrocedí con sigilo, me aparté callado, temeroso de espantar con mi brisa de encantador de ranas a ese ángel sin alas que, en lo que me acompaña, pudiera de un canto devolverme  todos mis aguaceros.  

jueves, 15 de diciembre de 2011

León en la cola

Tras el taquillazo, las ventas, los flashes, la manada de admiradoras y los autógrafos, el Rey León viajó por fin a Las Vegas. Allá se quedó, como un simple emigrante económico. Dicen que hoy es empleado del rey neón.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Intifada

Hace un tiempo, Yasser Arafat fue llamado de urgencia a conducir la lucha en otro frente: Abu Ammar partió y vio con agrado cómo sin armas allá arriba, ¡sin piedras siquiera!, las almas palestinas tiran fragmentos de nubes al agresor porque los muertos israelíes no las dejan descansar en el Cielo de su pueblo.

martes, 13 de diciembre de 2011

Indignados

Definitivamente, la soledad sabe escoger muy bien su compañía. Mucha gente buena, muchas almas claras, parecen ya ser parte de sus íntimos.

—Es la época de la comunicación -chillan los aparatos.

—Es la era de la incomunicación  -calla la gente.

Los individuos jamás nos vimos a tal extremo individuales. Y es así como Doña Soledad, ese vacío con nombre de bolero y atuendo hermafrodita, atrapa en las esquinas  a un montón de ellos y a una porción de ellas que estando tan nosotramente cerca viviremos a lo vosobramente, negados a juntarnos.

Varios amigos, y amigas por montones, escriben a menudo sobre esta seductora del todo indeseable que les separa incluso del prójimo más próximo.

Pero por suerte hoy corren tiempos de revuelta. Los solitarios pudiéramos juntarnos e ir de huelga. Pudiéramos sumarnos e ir de juerga. Pudiéramos jugarnos e ir de suma. Pudiéramos vestirnos de indignados y dejar en su casa de gobierno, muy solamente sola para siempre, muy suyamente suya sin pareja, a esa negrura pálida llamada Soledad. 

lunes, 5 de diciembre de 2011

Fertilidad

En la apasionada Italia, el dueño de un viñedo ha hecho un gran experimento: colocó altavoces al pie de los surcos y comprobó cómo las matas que escuchaban música, la "belísima" música clásica, crecían más vigorosamente y parían más (mucho más) y mejor (molto mejor), que las otras.

Al enterarme, comprendí por qué una parte de las mujeres del mundo paren cada vez menos.

viernes, 25 de noviembre de 2011

Memorias

Muchos mares después, en el norte de África, cuando sentados alrededor del héroe reconvertido al Islam sus admiradores le preguntaron qué fortuna había hecho en el muy promisorio Nuevo Mundo, Rodrigo de Triana dio una respuesta desconcertante.
 
—¡Tierra!

jueves, 24 de noviembre de 2011

Fe

Con un pequeño libro en la mano, hincó las rodillas e inició el ritual de los murmullos.

Pidió con el respeto y la humildad de siempre, convencido de que su fe le curaría la zozobra.

Al cabo, terminó de orar y se quedó aún más tiempo sumergido en la meditación.

Como cada tarde, antes de irse a casa, dios siguió rogando que el Hombre escuchara sus plegarias.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Mi falta de fe

No creer supersticiones es un  acto que libera. La peor amarra del homo sapiens es no “sapier” qué lo sujeta o lo conduce. Hasta ahora, yo he evadido ese nudo, pero a veces –quizás por aquello de que mi carne es flaca– dudo y siento que pago bien caro mi falta de fe.

Recuerdo que aquel día de otoño de 1995, en París, miré burlón a los turistas que en plena Plaza de Parvis, frente a la Iglesia de Notre-Dame, hacían fila vigilados por las gárgolas para tocar con sus zapatos la pieza empotrada entre adoquines que marca el Kilómetro Cero de La Ciudad Luz.

—Quien lo pise –insistían los guías turísticos– volverán alguna vez a París.

Apartado del barullo, yo sonreía. Aquello me pareció gracioso, un robo mediático más, un souvenir verbal para entretener a paseantes encandilados que nunca cerraban la boca, una postal, otra, con la cara bonita del capitalismo (¡oiga, al menos por fuera, por sus muslos firmes y piernas bien plantadas, por sus labios rojísimos y dientes casi perfectos, por sus ojazos azules y par de erguidas…  pestañas, el capitalismo es bello en París!).

No se alarmen mis amigos: sigo firme, dudando de los milagros. Aún creo que esas radiantes bellezas citadinas en buena parte nacieron y crecieron –y tomaron ese cuerpo de femme de mauvaise vie–, de robarle tantas veces la cartera al Tercer Mundo, pero no voy a negar que de vez en cuando, donde yo solo me veo, me pregunto por qué demonios no le di una pisadita a aquel pedazo de bronce.   

lunes, 21 de noviembre de 2011

La caída de la URSS

Que me perdonen los tovarich, pero nunca soporté el idioma ruso. Cuando en séptimo grado entró a mi aula aquella profesora tan negra como mi abuela hablando ruso, pensé en seguida que, en efecto, era la buena Cacha regañándome. Por suerte, en solo un semestre permutamos, pelo a pelo, de Moscú a Washington: comenzamos el inglés.

Es un alivio que no todas las cosas hablen en su idioma. De aquel país disfruté sobremanera las compotas de manzana, la jalea de leche, los exóticos dulces en conserva, los juguetes, los muñequitos (dice en Cuba la leyenda urbana que le costaron sanción a un popular humorista que afirmó usarlos para castigar al nieto), las bicicletas y, por supuesto, la carne rusa.

Sobre esta última, por cierto, jamás creí fuera de oso, como rezaba en bello inglés cierta propaganda, ni que significaba la repatriación, en latas, de los niños que el naciente comunismo devoraba en la Isla. Les digo, porque de vez en cuando me muerdo a mí mismo, que los cubanos tenemos la cáscara dura y debemos ser ácidos, muy ácidos, al paladar. Vaya, que no hay lata que nos soporte.

Lo que jamás les perdoné a aquellos distantes amigos fue la introducción en Cuba de una especie invasora: los Bergobinas. Los Bergobinas, que desde entonces asolan las calles cubanas, son motos pequeñas conocidas en la Isla como “bicicletas con rabia”,  una especie de vehículo gruñón que no acepta la lógica del tránsito,  el respeto ambiental ni la paz de los vecinos. Es un virus letal que mata peatones, da igual si por sordera o por infarto.

De algo tienen que vivir los politólogos. Todavía estudian, ya sea con satisfacción o desconsuelo, las causas de la caída de la Unión Soviética. Yo no tengo mucho que analizar al respecto: escuchando estas motos, que más bien parecen mocos con ruedas, estoy más que seguro: la URSS cayó mortalmente herida tras una tsunámica vibración, al paso de un Bergobina.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Los bien dotados

Esto no es chisme de barrio ni secreto de burdel: me enteré hace unos días, de buena tinta, que nueve de cada diez de ellas prefieren a los que las tienen largas y oscuras.

No hay secretos bajo el sol: de alguna manera se enteraron de que son esos, precisamente esos, los que pueden darles hijos más vigorosos. Y en relación con los africanos—dice con toda gravedad la fuente—, los asiáticos están en franca desventaja. De los europeos ni hablar: no existen en este asunto.

Resumiendo: larga, oscura y más que peluda es pasaporte a un buen retozo. Lo decían en un documental, muy científico él, que pusieron en la tele.  Señores: después de verlo, no acepto que nadie comente que es superflua la melena del león.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Un beso

Este post surgió al revés. Vino de nalgas, como dirían las viejas comadronas de mi pueblo, pero aun así tenía la urgencia de nacer. Resulta que buscando por ahí, para otro texto,  encontré esta imagen y, mirándola, no pude resistir la obligación de hablar de ella.

Es que Ella —voy a usar la mayúscula porque ese es su mejor nombre, y su talla exacta, para mí— invade mi memoria cada vez que cualquier amante de la galaxia siembra un beso en algún rostro. Y esta vez no fue distinto.

Sus besos son la única fuerza que podría parar la guerra nuclear que se avecina, de manera que yo temo un día me la secuestre la ONU. Ella está ahora mismo alumbrando algún lugar con su presencia, naturalmente, como si no supiera de las ojivas labiales que cuidan su boca.

No es un clisé de escritor: frente a esta imagen, la veo. Y repasando las huellas que sus creyones han dejado entre su suerte y la mía, regreso a besarla sin permiso, con la certeza más limpia de que, hasta siempre, ningún post me había llegado tan derecho.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Se busca

No me gustan los machismos. Ni los hembrismos tampoco. Por eso sé que es injusto: todos la emprenden contra el Aedes Aegyti, el violador de doncellas, el zancudo chupador, el eficaz asesino, el visitante letal, hasta el buitre gavilán… 

Han llenado mil y un puntos cardinales de carteles con su imagen desgarbada:

—Se busca a Billy el mosquito, pistolero peligroso: mejor si muerto que vivo. 

¿El premio? El sheriff da un Visto Bueno para poner en la puerta; recoger en la taberna.

Encandiladas por la campaña, partidas ruidosamente humeantes tratan de conseguir lo que no puede el veneno y acertar donde los puños fallaron.

Nadie parece enterado de que por ese camino no acabarán los atracos: no es a él a quien hay que matar, sino a ella, la vampiresa de casa, la erótica Doña Aedes, la sensual mosquita muerta que, más que promiscua, más, liba su sangre a los hombres mientras su “temible” esposo brinda con jugos de frutas y bebe el néctar de las flores.  

lunes, 14 de noviembre de 2011

Incomprendido

Cansado de las críticas por ser un predador, el león comenzó a comer vegetales, frutas y legumbres. Desde entonces, sus antiguas víctimas lo miran con menosprecio:
 
―¡Mira... ahí va el nuevo rico!

jueves, 10 de noviembre de 2011

Aida y las hormigas

Aida Álvarez había pasado de vieja y pasado de triste: era una mujer huérfana de hijo.

En alguna guerra mataron a su muchacho y desde entonces, en alguna fecha, por algún motivo, le enviaban un cake, redondo y preciso como una bala.

Ese día, cual certera tradición, las hormigas de su casa celebraban, en el patio, su banquete.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Mi primo José Jacinto

Me han preguntado más de una vez si soy pariente de José Jacinto Milanés, el gran poeta matancero, y siempre respondo que sí:

—Soy primo hermano suyo, por parte de loco.

Parece que funciona, porque más de uno digiere la píldora y me deja callar a mis anchas. Pero tengo un amigo X al que le inquieta que un amigo Y comente muy seguido estos silencios míos, tan milaneses:

—¿No querrá él sugerir que termines igual que José Jacinto, suicidándote?, -inquiere el primero con humor negro y límpido amor, equismente preocupado.

Mi respuesta es escandalosamente muda, como si también yo viviera en aquella casa silente de la calle Gelabert. No tengo tiempo para hablar porque justo en ese momento presiono mi sien con los agudos versos de La fuga de la tórtola:

“Si ya no vuelves, ¿a quién confío
mi amor oculto, mi desvarío,
mis ilusiones que vierten miel,
cuando me quede mirando el río,
y a la alta luna que brilla en él?

Inconsolable, triste y marchito,
me iré muriendo, pues en mi cuita
mi confidenta me abandonó.

¡Ay de mi tórtola, mi tortolita,
que al monte ha ido y allá quedó!“

Si yo tuviera esa pluma, nada pudiera dañarme. Con recaídas y resubidas, con una amada inmune a la poesía, con su obsesión sin frutos por la pureza, mi “primo” lo demostró: suicidarse puede cualquiera, pero algunos suicidados nunca consiguen morirse.

martes, 8 de noviembre de 2011

Inventario de un encuentro de cronistas

El abrazo con que en completo mediodía me despidió mi joven amiga Leydi: con la electricidad corporal que se da a quien va de mar o va de guerra, o regresa triunfador. Y la charla con Melissa, con breves interrupciones de un Martí siempre despierto que se pasa la muerte caminando por su parque de 100 fuegos, insuflándole calor.

Las manos de Pepe Alejandro, cuyas palmas han tecleado en mi espalda una saga de intensos artículos del amor tan macho, del querer silente, del gratuito abrigo. La poesía consonante, consonada, de Michel, que dejó atrás la afición de otros colegas y viste, de extraña gala el beisbol, con prendas desconocidas y hasta íntimas, porque no se guarda nada: escribe de pelota… en pelotas.

La sencillez rotunda de tunero sin espinas, de cazador de estampas y estampador de afectos que siempre reitera Juan. La maestría del Sexto Luis, el padre inmarchitable, el cubano nada monárquico, poco folclórico, que a diario o semanario nos muestra cómo sostener la Isla con columnas y nos enseña a bailar, pese a la carga, con sus letras nuestras y el ansia que nos leyó. 

¿Qué decir de los Jesúes…? Del más joven, que no encuentra la manera de ausentarse, porque llega aunque no vaya: allá vuelan sus décimas más que oncenas, sus anécdotas, su limpieza pinareña y su cubano rumor… Y Jesús el de la casa hace sus textos con hechos: las metáforas las siembra y reparte la cosecha con idéntico fervor: para él, es el grupo la figura; la presidencia, el amor…para él manda el que llega, él se siente servidor.

Y los Novos, y las nuevas. Y música en quien llegó: en Alina, que en seguida quiso levantar en almas los martianos que encontró. Y en Nyliam, quien mostró en vivo esos Ojos a la N que alumbran textos tan bellos porque susurran sus luces, sin alumbrón ni apagón.

Y la fe de José Aurelio, que viajó cuando él faltó. Y el respeto hacia el Decano, cuyo texto sacudió. Y Yamil con sus estampas. Y Carlitos con poetas. Y Francisco en letras sepias. Y el abstemio y el licor. Y la copa ya vacía. Y rebosado el humor. Y el silencio con el ruido. Y el ruidencio embriagador. Y el texto ya concluido. Y el arranque creador…

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Remake

Cuando vio crecida a su primera nieta, Caperucita Roja, que para entonces prefería los colores sepias, le pidió una cesta de alimentos en conserva con la advertencia de que por ninguna razón fuera a tomar las autopistas ni las avenidas y mucho menos a confiar en leñadores, de tan dudosa fama según los thrillers más recientes.

viernes, 28 de octubre de 2011

Pregoneros

El hombre revolotea y zumba bajo el cielo de su pedazo de ciudad: “¡Miel de abeja, miel de abeja, pa' las niñas y pa' las viejas... miel de campanilla pa' las pepillas...!”, insiste, casi sin voz, añorando que alguien le compre una botella plástica con el elixir ignoto y amarillo.

En otro extremo de Camagüey, un muchachote carga una mochila repleta de adivinanzas azules: “¡El ammmmdorrrr, el ammmmdorrrr....!”, pregona en un idioma único que solo las amas de casa iniciadas en su secta pueden decodificar: vende ambientador, una sustancia para la higiene doméstica que, de algún modo muy suyo, extrajo de un muy ajeno lugar. Su técnica es vieja; la usaron en los '70 del otro siglo, para comunicarse con su público, los rockeros argentinos que no querían que los censores les descifraran los estribillos. Aquí en Cuba, cuatro décadas después, ¡qué bien suena el rock del ambientador!

Mi ciudad tiene también maniseros; uno de ellos es el más autocrítico del mundo: “¡Calientico el maní tosta'o... qué malo está!”, repite mientras avanza en la calle. Pero su honestidad no es completa: no se atreve a denunciar el volumen de sus cucuruchos de papel: ¡Qué chiquitos son...! ¡Qué caros están...!

Un moreno pregona detrás de su carretilla: “¡Naranja dulce.... la naranja del siglo XXI!”, convenciendo a los transeúntes más por perplejidad que por gestión comercial. Y otro mulato, con voz de tenor, pasa cada tarde frente a mi edificio anunciando sus mantecaditos: “¡El suave... llegó el suave!”, vocifera dejando muy mal parado a Plácido Domingo. Y, ciertamente, el suave lo es tanto que, si no se le manipula con cuidado, se deshace en los jugos gástricos de la mano que le compra.

No hay mejor ciego que el que sí quiere vender. El más singular de los pregoneros que he visto viajaba en tren, al menos hasta hace unos años. El tren de Camagüey a Nuevitas es una férrea incomodidad, un trayecto de nosesabes y nosecuándos que yo no sé describir. En él viajaba un cieguito simpático que vendía caramelos caseros: “¡El chuapi chuapi, el chuapi chuapi...! ¡Veintisiete minutos chupando por un peso na' má!”, entonaba con visionaria voz.

Y no importaba que el tren se tomara tres horas de viaje para 75 kilómetros; no cambiaba nada que uno comprara tres o dos, quince o ninguno de aquellos eficaces rompedientes, ni que al final de la línea arribara al destino más rechupado que la melcocha de marras. La voz del vendedor llegaba fresca, poderosa, vencedora, como si, en efecto, apenas hubieran pasado sus veintisiete minutos: “¡El chuapi chuapi...!

jueves, 27 de octubre de 2011

Almanaques

Desde que tengo uso de paladar, los mangos son para mí almanaques con semillas. 

Cuando niño, marcaban mejor que nada la bendita estación de las lluvias, la merienda barata y hasta gratuita, los meses de vacaciones en los que sobraba el tiempo para subirse a las matas, comer allá arriba una buena cantidad, ver caer las cáscaras con despreocupada gravedad entre las ramas y a veces, por pura solidaridad con el árbol herido, lanzarme yo mismo como fruta vencida.

Cada uno por nuestras hojas, crecimos, el árbol y yo. Y, de grandes, cambiaron algunas cosas: no sé cómo me verá, pero él se parece ahora a los hermosos calendarios turísticos que invitan a lejanos paraísos, ubicados más allá del más allá, una vez brincada la tapia del último horizonte.

Los mangos marcan la decadencia y caída de salarios que ni en cosecha permiten tenerlos de lunes a domingo, de almuerzo a comida, de goce a indigestión.

Tengo el índice derecho varado en el tiempo del mangofrutaprohibida, ese reloj casi atómico que me obliga a buscar en mi pared personal días ya usados para lamer, en esta madura cara de niño, el dulzor amarillo de frutas de ayer.

miércoles, 26 de octubre de 2011

Halloween

Cuando vi a Hillary Clinton declarar desde Libia a la CBS: We came, we saw, and he died... antes de explotar en risa pública, sonora y desquiciada, solo pude preguntarme en qué base militar aterrizaba su escoba.

lunes, 24 de octubre de 2011

La señal

Alto como es, y claro como quisiera ser (porque, señores, si fuera blanco, se sentiría, se sentaría, más a trono con su tono), Barack Obama lo dijo cuando la sangre de su antiguo amigo Gaddafi aún no secaba bajo el violento sol de Sirte:
 
—Esto es una señal.
 
Y en efecto, a partir de un cuadro en que los “cruzados” son a la vez los bárbaros, y se paga recompensas de Gobierno por matar, y los Nobel bombardean, y el petróleo cotiza por encima de la sangre, y en Washington, Reino Unido, Alemania y Francia se celebra a copa alta un asesinato conveniente, y los líderes pretenden cesantear a los fiscales, y tantas “y” que dan nauseas… el mundo tiene un anticipo del reality show que nos preparan los ilustres oradores de la ONU.
 
Don Obama no pudo decirnos verdad mayor: esto es una señal.

jueves, 20 de octubre de 2011

La miel prohibida

En 1917, ciertos políticos (en estado) sumidos de morteamérica inventaron la Ley de Comercio con el Enemigo, la semilla más vieja que se conoce de una planta trepadora de extrañas espinas que nacería después y que su cuidador nombra embargo, mientras que la víctima le llama bloqueo.

Como suele ocurrir, la ponzoña creció, creció, creció y empezó a hincar bondades con diestras siniestras, pero por alguna razón los jodidos no se han rendido. Que si el mismísimo Galileo pudiera ver el conflicto con su telescopio, diría algo así como:

—Y sin embargo, con bloqueo, los cubanos se mueven…

Pero esa movida sale cara. Más de 975 mil millones de dólares nos ha costado fracturar, brincar, cavar por debajo de ella o circunvalar esta cerca tan cerca que amenaza tan lejos. A resultas, en Cuba el bloqueo no sólo tiene héroes; también deja mártires: esos niños que han muerto porque no llega un no sé qué de no sé dónde, ¿qué otra cosa serán?

Para comprobarlo no hace falta molestar a Galileo, tan ocupado aún en cuidar su verdad de otro poder igual de ciego. El odio se pasa la muerte superándose a sí mismo. El colmo es que ahora hay en Estados Unidos nuevos sumidos que dicen ver amenazas en los actores de La Colmenita.

Señores… La Colmenita es una compañía de cubanísimos niños de teatro. Actuaron en Washington y hoy aman a Nueva York. Porque se entregan como pocos siempre se llevan a muchos. Es cierto, los cerqueros no podrían aplaudirles: tienen las manos cargadas de alambres. Sienten terror de su amor y no quieren que estas abejas, pequeñas reinas obreras, brinden miel de su panal. 

miércoles, 19 de octubre de 2011

Diálogos de casero y huésped

Desde chiquito, mi pueblo tiene cierto atractivo turístico para los huracanes: todos quieren pasar por allí. Parece que se les atiende bien, que se les recibe en la puerta, se les invita a pasar y a sentarse en la butaca más cómoda de la sala para brindarle un café mezcladísimo, impreciso y caliente con que curarse su atlántica gripe.

Pero en Santa Cruz del Sur los ciclones han hecho como los huéspedes malos, que luego de ser atendidos en casa ajena, terminan emborrachándose escandalosamente, faltándole a la gente que les dio cobija y rompiendo en mil relámpagos el plato en que comieron.

Eso no ha cambiado, sin embargo, el espíritu de los santacruceños. Será que esperamos, aspiramos, que un día llegue una tormenta tropical sin ánimos bélicos ni sed de posteridad que barra con suave remolino lo feo de cada uno, aliente con soplo de hembra nuestra brisa litoral y hasta nos done, sin intereses, un poco de límpida agua para brindar, juntos, en memoria de toda la gente buena que se fue de mi pueblo raptada por las forajidas bandas de algún meteoro.

lunes, 17 de octubre de 2011

Las horas

No sé si he escrito alguna vez que mi padre no sabía escribir: jamás consiguió amansar un lápiz. Ignoro  si de soslayo he leído lo que él no pudo leer con aquellos ojos, doble cañón de un pésimo cazador de letras. En fin... que pudo mostrarme pocamente nada de “alte y curtura” y sus finos viceversas, pero temprano en mi vida, muy temprano, quiso enseñarme la hora.

Estas manos que en herencia me dejó han traficado páginas incontables, pero no... ninguna metáfora sofisticada me ha hecho olvidar quién me ayudó a descifrar el tiempo, por los siglos de los siglos. Mi viejo es inmortal: desde entonces, vive en todos los relojes.

viernes, 14 de octubre de 2011

"Labana"

Labana es un monstruo hembra, tan bravo que vive trepado en la mismísima cola del caimán y no cae al agua, aunque sean fuertes los zarandeos. Y acá lejos, en el interior de un país donde se suele creer que el "exterior" está en su propia capital, la gente de tierra adentro interroga al paisano que tuvo la suerte de visitarla: ¿Cómo está Labana? ¡Cuéntame de Labana! ¿Verdad que en Labana…? ¡Labana es tremenda!

Sí… al que más y al que menos le interesa el estado de ese bicho cerrero y seductor que los seres de provincia debemos tranquilizar con las ofrendas más disímiles: lo mismo plátanos verdes que maestros primarios, da igual si es el queso gouda o jóvenes policías… valen todos los tributos, porque los pide Labana.

Que no cesa su apetito: como si no bastara con ese par de millones de cubanos que dormitan insomnes en su panza, día a día la fiera sigue succionando gente. Hace poco me ha robado un hermano: “Se lo tragó Labana”, es lo que respondo a los amigos cuando preguntan por él. No hace falta más detalle; ellos entienden.

Sé que mientras pasen los años  ella le matará las eres de su boca, le secuestrará articulaciones del habla, le alterará su tiempo y mudará los acentos de sus comidas, lo enamorará con su láctea ubre de erótica urbe, le azulejará el equipo de pelota, le despojará de esa calma calmosamente camagüeyana y tal vez hasta le atraque en pleno día alguna que otra bondad...

Pero voy a resignarme ante su marcha. Sé que, en el fondo, se ha llevado uno mío porque Labana, el monstruo invencible, anda reclutando hermanos.

jueves, 13 de octubre de 2011

El explorador

Estaba solo, huérfano hasta de cielo, en aquella inmensidad. Bajó del estribo, comprobó en su mochila la lista de aditamentos y empezó a caminar. Anduvo durante horas arenosas en el circular laberinto del caracol hasta salir de su concha, cansado y temeroso.
 
No quiso darse el lujo de un receso. Como señalaba en perfecta descaligrafía el mapa de su amigo médico, a unas millas encontró una trompa que, en efecto, resultó pertenecer al ermitaño, un tal Eustaquio, condenado por siempre a la soledad de los ecos.
 
Ya en la choza del hombre, atravesó el vestíbulo, se asomó por la ventana oval y divisó un paisaje sordo, surrealista: una hélice, un hueso temporal, un martillo...
 
El martillo... No tuvo que pensarlo. Tomó en sus manos el pesado martillo y, reuniendo alientos, golpeó con fuerza los robustos tímpanos. Había cumplido su misión: viajó hasta allí para gritarle en su oído a aquella mujer cuánto la amaba.

martes, 11 de octubre de 2011

Sal en el bolsillo

Aunque no soy el clásico amanuense de la RAE, el mío es un salario etimológico: abundante de sal y seco de monedas.
 
Mi vida es un columpio: a veces me creo millonario y a veces me siento un indigente. Puedo obtener a precio de sonrisa carísimos servicios de este mundo, en cambio mi bolsillo se derrumba cuando mi hijo me pide algún juguete.
 
Tengo tanto seguro… pero si lo traduzco a otras carteras mi salario no llega a pobre diablo. Sépanlo todos: esta modesta Cuba salva gratis las vidas que llenó de luces sin cobrarles, solo que a la hora de celebrarlo hay un problema colosal y barato, digno de interrogar enciclopedias.
 
Es una paradoja extraña —como todas— que el país que más se da pague tan poco.  También sépanlo todos, por si acaso: mientras hacemos mil cuentas de familia y ajustamos una balanza de ingresos mitad tan loca, medianamente cuerda, yo seguiré soñando que dono a gusto una porción enorme de mis sales para que un día llegue el día en que por fin me suban el salario.

viernes, 7 de octubre de 2011

Otoño

Se supone que debiéramos estar en otoño. Pero en Cuba no hay otoños. No es que se los llevaran; es que jamás los trajeron. Los españoles no nos mostraron el suyo, los yanquis nunca nos introdujeron las hojas de esa estación y la difunta soviética ―algo tosca, pero siempre dadivosa con la Isla―, no se percató de que un poco de su oceHb no nos vendría nada mal. Bien que lo admito: fabricar un otoño es algo que excede las fuerzas de un cubano.
 
Claro que entiendo. El otoño es un trozo de tiempo de nariz respingada que usa espejuelos y reloj de bolsillo y convoca a un buen té de horas exactas. Vaya, lo que se dice un tío muy fino él. ¿Qué haría un país tercermundista con un otoño de esos, tan plástico, tan bien vestido,  tan elegante...? ¿Para qué más ramas al viento en pueblos donde tanto más ya está cayendo?
 
Solo que en esta caliente parodia de tiempo de seca y lluvia, de lluvia seca y quizás viceversa, a menudo uno se pone exigente y pretende que la nieve se atreva de una buena vez a invadirnos, precedida por ese comando de hojas paracaidistas que los que viajan el mundo llaman otoño.

martes, 4 de octubre de 2011

Error

Una semana después de verlo partir rumbo al mar, los dos niños vieron la silueta a contraluz y salieron corriendo a recibir a su padre. Llegaron sofocados y alegres y, a cada flanco, se hicieron dueños de un punto cardinal del viejo: uno, capitán del Este; el otro, almirante del Oeste. Sin embargo, algo andaba mal. Los muchachos se miraron nerviosos y, sin previo acuerdo, salieron en estampida.  Aquellas manos no eran ni la sombra de las manos de su padre; les faltaban muchas llagas para eso.

jueves, 29 de septiembre de 2011

Willy

Conocí a Willy en los tempranos '80 del otro siglo, cuando los dos estudiábamos en la Vocacional Máximo Gómez y mi grupo, que no era precisamente de los buenos, fue repartido entre varios, lo que hizo que por un curso me cupiera en suerte un muy especial 403. 

Allí me encontré con aquel muchacho casi tan flaco como yo, aquel inquieto incorregible, pelotero de peñas escolares y de salas de estar que defendía a como diera lugar la calidad de un muy bisoño entonces Luis Ulacia.

Una mañana, Willyto se metió a una estación eléctrica de alta tensión, a recuperar una pelota que había bateado, y sufrió un shock que sus amigos creímos definitivo. Pero no solo salió ileso, sino ―nos convencimos muchos― que el trance “recargó” sus baterías. Por ahí comenzó a burlarse de la muerte. Y hubo mucho Willy en muchas partes.

Pasó el tiempo... yo me hice tan solo periodista y él, con el más serio nombre de Guillermo Jesús Pardo Camacho, se convirtió en Doctor en Medicina, especialista en un Grado, y Dos, en Neurocirugía, Instructor, Profesor Asistente, Profesor Auxiliar, investigador y ponente, y quién sabe cuántas cosas. Yo tuve un hijo y él dos ―recuerden que ya he dicho que era un inquieto sin remedio― y para colmo suyo, para calma mía, él terminó cuidando mi columna.

Ya para entonces su larga enfermedad, que nunca llevó con pena aunque suela tener ese adjetivo, le había retado a un duro pulseo que el hombre, más que el Doctor, ganaba no solo en batallas portentosas ―que las hubo― sino en el día a día. Y la muerte se agotaba buscándolo  en las desvencijadas salas de neurocirugía, pero él siempre le llevaba un paso delante, un paciente salvado.

Sus pacientes... Implantaba con ellos la dictadura del amor: les prohibía morirse, por decreto, por si acaso no bastaba con sus curas. Y a veces refrendaba su dictamen con un argumento inexcusable: alguien tenía que regalarle un dulce X que su gusto de muchacho requería. Si algún colega compilara en un texto la Anatomía de Willy, vería en ella las muy magnéticas resonancias del humor y el amor: humor hasta negro, si hacía falta, y amor blanco o transparente... risa y entrega de todos los colores.

Pocas veces se ve a seres así de corajudos. Willy no solo botó montones de veces a la muerte de su sala y le prohibió aparecerse por su casa; también estuvo atendiéndonos desde su cama hasta su último miércoles, hasta que al fin se produjo su partida. Así era él, roble delgado que tuvo la más honda raíz en la familia.

No asombró entonces la multitudinaria despedida que la gente, convocada solo por la gente, le hiciera en el cementerio este jueves. Allí se lloró en ojos de todos los colores y al final, cuando estaba sellada la tapa de su losa,  aguardamos un rato, tal vez esperando verlo de nuevo levantarse como en los días lejanos de la estación eléctrica y preguntar: “¿quién caramba les dijo que me iba?”     

martes, 27 de septiembre de 2011

Tres tristes vasos

El pesimista: el vaso medio vacío.
El optimista: el vaso que medio lleno.
El ultrafatalista: que se quedará sin nada.
El más que iluso: lo veremos rebosar.
El que esto escribe: Y por fin... ¿qué carajo tiene el vaso?

viernes, 23 de septiembre de 2011

La soledad aparente de Degas

Los críticos de arte, y a menudo los críticos a secas, que son los que más abundan, susurran la soledad desértica del pintor: Degas no tuvo descendencia, no se casó y, para colmo, no dejó amante conocida. ¿Cómo es que un genio puede pintar sin una amante?, parecen decir los textos certificando la indiscreción constante de los hombres.

Tal carencia de afectos, semejante sequía de faldas, deja a la gente casi tan boquiabierta como esos cuadros rotundos que invitan a bailar.

El asombro aplasta cuando se sabe que el dinero calentó su mano desde niño, que su mesa era pródiga y su cuerpo no tenía, por ejemplo, el maldito estigma que a todas luces no pudo frenar la eterna fiesta de Toulouse-Lautrec.

Que, en fin, más de una damisela de su tiempo le hubiera sacado uno a uno los colores personales contra el tendido óleo de una cama.  Uno se asombra más porque supone lo generosas que para acompañar eran las muchachitas de su tiempo: tan alegres, tan bulliciosas, tan francesas...

Sin embargo, señores, yo entiendo la sostenida abstinencia del pintor. Cuando miro o sueño ese millar y tanto de cuadros de ballet, cuando logro entrar de polizón al vestidor prohibido o encuentro pasaporte a algún ensayo de bellas bailarinas, me doy perfecta cuenta de que no es sencillo decidir de cuál enamorarse.

No hay soledad infinita. Esperemos: un día de estos, el maestro Degas habrá de pronunciarse.  

lunes, 19 de septiembre de 2011

El gnomo y la reja

Fue más o menos cuando alumbraban las primeras luces de los sombríos '90. Recién terminamos la universidad y mi amigo Oscar me invitó a su casa.

Su familia impresionaba. Sé que hay redundancia en el término, pero parecían buenos gnomos (de hecho, Oscar rebasa con trabajo los 1.50 metros, lo que debe mantenerlo como uno de los periodistas más pequeños de Cuba) y hasta le recuerdo algún hermano barbado, que con solo un gorro y montado sobre un zorro anaranjado... bueno, ya ustedes se imaginan....

Sin embargo, lo que más marcó mi visita a aquel apartado pueblo espirituano llamado Juan Francisco fue que a las pocas horas de llegar, cuando preludiaba la noche, mi amigo me indicó la habitación donde yo dormiría:

―Este es tu cuarto —me explicó el anfitrión—; si quieres, puedes dormir con las ventanas abiertas.

Al borde de una ventana, en provocador límite fronterizo con el exterior, había un tocadiscos que en ese fecha valdría unos cuantos pesos.

―¿Y no roban...? —tuve que preguntar.

―No roban —respondió satisfecho.

Miré afuera, a otras casitas similares, a otras familias abiertas. Fue así cómo me enteré de que en aquella comunidad rural muchos vecinos dormían igual, de par en par las ventanas por las que apenas brincaban las estrellas de unas noches apacibles. En estos veinte años no he podido olvidar la escena.

De entonces a la fecha ha llovido un poco. De todo. Ahora vivimos la era de las rejas y hablo por teléfono con mi amigo muy de vez en vez. Cuando lo hago, la charla me regresa la nostalgia de aquellos días y me aviva el deseo de que Juan Francisco sea el último bastión del mundo donde los gnomos se resisten a guardar entre hierros su honradez.

viernes, 16 de septiembre de 2011

Espejuelos

Está probado oftalmológicamente: los cubanos sentimos una atracción atávica, inexplicable y poética por los espejuelos. Delictiva, cuando hace falta. Nuestro amor es ciego: para hacer más retorcida la relación, nos gustan sobre todo los que no tienen cristales.

Algún secreto admirador se apropió más de una vez de los espejuelos que más de una vez los médicos de la Isla le recetaran al John Lennon que mira entre armaduras levantarse y caer los soles broncíneos que alumbran La Habana. Al cabo, sucedió lo que nadie podía “imayinarse”: el exbeatle, que ya de por sí habrá de sufrir lejos de casa, lejos de Yoko, se ve obligado a escuchar la perenne descarga de custodios cubanos que muy probablemente no tienen como fuerte la poesía. Lo más triste es que sabe qué es lo que cuidan realmente: no lo protegen a él; preservan sus espejuelos. 

Hay otras víctimas. En mi natal Camagüey alguien tomó regalados los espejuelos de Mariano Barberán, el audaz aviador español que en 1933 brincó el Atlántico con lentes y sin miedo, junto con su hermano de hazaña Joaquín Collar. Tal vez porque Don Mariano no era una estrella del pop, aquí no hubo reposición y ahora el hombre del busto está impedido de volar, como águila sin alas, no porque al regresar un accidente le llevara la vida, sino porque al cavilar un delincuente le robara los espejuelos.

El colmo de esta afición lo viví hace poco en un lugar muy cercano. Sobre una mesa hay colocada una pequeña escultura cerámica de Nicolás Guillén, el camagüeyano que, a rítmico golpe de versos, se convirtió en Poeta Nacional. Guillén está sentado, con un libro en su mano derecha, entreabierta su bemba de gran negro decidor, las piernas cruzadas en pose vaciladora. Uno lo mira y escucha sus sones, uno siente en seguida que es mucho Guillén este Nicolás. Pero quizás leyendo su libro, soñando su musa, en algún instante el bardo se vio adormilado y pestañeó... Parece que fue entonces cuando alguien de veloz inspiración le llevó los espejuelos.

jueves, 15 de septiembre de 2011

Talón de otro Aquiles

El 7 de octubre saldrá, al fin, de la prisión René González Sehwerert. El suyo es uno de esos casos extraños en que se condena al antiterrorista por tratar de parar la mano que mece la bomba. Extraño, pero no el único.

Trece años después de que le encerrara la noche vestida con traje del FBI, René podrá otra vez bañarse de un sol sin cuotas, divisar un cielo sin rejas, respirar un aire sin cadenas, caminar de manos de su esposa, sin esposas...

René podrá dar besos sin licencias de Obama y disponerse a regresar a la tierra que le aguarda como espera una dama, fiel en la virtud y el sacrificio, a su hombre que ha ido a compleja batalla y caído en distante presidio con tal de defenderle parejo la casa y el honor.

Cuando las nuevas zancadillas se desarmen y llegue a La Habana con el nombre de Cuba tatuado en las ansias, René podrá empezar, sin agentes que supervisen, el canje de sueños por pesadillas y podrá contar y cantar, aunque hace tiempo se sabe que ni en el hueco más negro pudieron apagarle la alegría de alma que lleva prendida cual marca de origen.

Pero en guerra y en amor siempre hay “peros” que hasta los héroes homéricos tendrían que respetar. Hay algo que este recio recluso no podría hacer: aunque su salida a la calle dejará en cuatro la cifra de compatriotas encarcelados por el amo del odio, ni él ni nadie romperá jamás el nombre con que el mundo lo menciona junto a Fernando, Antonio, Gerardo y Ramón: Los Cinco Cubanos.

Aunque comiencen a desocupar celdas, los Cinco siempre serán cinco. 
¿Quién ha visto un puño poderoso con menos de cinco dedos?

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Doña Cuca y la crisis

No leo eso que llaman “literatura barata”, porque no me interesa. Tampoco, literatura muy cara, porque no tengo dinero. Mis letras están en el medio. Es por eso que esquivo ciertos libros de “autoayuda” que lo primero que matan es el gusto de sus lectores.
 
Contra toda sequía, corren en muchos de ellos ríos de tinta sobre la muy masculina y temida crisis de los 40 que a mí, hasta ahora, me daba tremenda gracia.
 
Pero una noche, mientras caminaba a mi casa, tuve que pensar: cuando me crucé con aquella rubia despampanante y mi primera, aguda, respuesta fue sentir en el tobillo derecho esa intensa contracción que en Cuba llamamos “cuca”, reconocí que tal vez ya comienzo a padecer el mal de la economía.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Odios

Juro que no entiendo mucho de odios. Ni del que llega de afuera, en enormes contenedores con letras en inglés, ni del criollo y mestizo de mi barrio o mi trabajo que se hace aquí, quizás para sustituir importaciones.

Es incapacidad congénita, señores: no sé cómo se sienten ni cómo se pronuncian esos odios. Pero, pese a la amarga tentación, no quiero leer nunca sus catálogos.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Discurso de espaldas a la tumba de mi tío

Tío Chichi murió sin avisarme. Se fue como era él, calladamente, sin temor ni zozobra frente al viaje. No pude ir a sus honras, pero no me preocupa qué digan de mi ausencia: lo que sí hubiera querido era verlo vivo de nuevo y robarle otra de aquellas sonrisas suyas de gente pobre y buena, que es la gente más rica que conozco.

Sí tengo que decir, aunque apenas los dos lo comprendamos, que entre los tantos hermanos de mi viejo fue el que más quise, el tío más padre que he tenido. Como suele ocurrirle a los seres valiosos, la vida le fue quitando cosas. Tantas, que cuando apenas nada le quedaba le llevó parte de una pierna, “hipotecada”.

Pero ni eso no pudo tumbarle la firmeza. Escondidos bajo el piso de tierra de su casa nos dejó en herencia tesoros infinitos: el nombre alado y retador de mi hermano Ángel, la bondad como espejo, la virtud en la costumbre, la personalísima escala para medir la real altura de la gente... Ojalá sepamos usar sus herramientas con oficio.

Mi tío fue tan hombre y tan macho que jamás le escuché palabra gruesa: no le hizo falta para vencer a veces y siempre convencer. Pero bueno, no teman quienes lean estas letras de agonía... esta vez no pienso amortajar la muerte, no le voy a poner un maquillaje ni amenazo con pronunciar el discurso consabido de que “él vive, bla bla blá...”. 

Esta vez he perdido, esta vez ―repasando a solas la terrible fórmula química de una lágrima―reconozco a La Parca su victoria: es la muerte, señores, la poderosa muerte, que me ha matado un tío sin matarme.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Controversia

A menudo presumo de ingeniero de almas, me pongo mi overol de agradecer y me enfrasco en dar una mano, y dos, a alguien que me merece. Esa noche caminaba cansado y satisfecho de regreso a casa, después de ayudar a una familia amiga a cambiar parte del techo de su hogar. Con leve cojera, cargado de lluvia y con todas las vértebras desvertebradas, tenía que resolver con caminata lo que un transporte invisible no me iba a solucionar. Despacio, pasaba y pensaba hasta que, cerca de un parque, los vi.
 
Tendrían entre 9 y 11, o algo así. Contaban, cantaban. Se buscaban y perdían. Ora se parapetaban tras un árbol, ora salían corriendo como rayos. A veces concordaban y a veces discutían. Reían mucho, reían siempre.
 
Sin pretenderlo, sin conocerme, sin enterarse, le fabricaron a mi cara la mejor sonrisa de esa jornada: verlos jugando a los escondidos me reencontró con mi escondida esperanza en la sobrevivencia de esa especie rara y valiosa que los más sabios llaman infancia.
 
Entonces, con lupa en mis ojos, estuve feliz de contradecir al pesimista que llevo afuera, estuve contento por llevarme la contraria y sacarle la lengua, en mi burla mejor, a este yo tan terco que creía que los videojuegos habían matado la última virginidad de alma.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Mundo paralelo

Papeleta en mano, un matrimonio amigo, que a su vez dio con una amiga en el lugar y momento adecuados, me hizo hace unos días una invitación insólita: “¡Vamos al cabaret, a ver el show de dos humoristas reconocidos!” Receloso, les dije que sí, si total, estaba de vacaciones... y allá nos fuimos.

Ya en el lugar de los hechos, nos dio trabajo hasta descubrir la puerta de acceso, pero como en Cuba todos los romanos conducen a un camino, un turista que se veía como en casa nos mostró con su paso la ruta brillante de aquellas especias.

Allá dentro todo era faldas extracortas ―¿o muslos extralargos?―, tragos multilingües y lenguas multioficios, precios de ganga para cosmonautas, gente que era lo que no parecía, que parecía lo que no era y hasta alguno que era justo lo que parecía.

Preparados genéticamente para la austeridad, en nuestra mesa optamos por el consumo más mínimo, el ínfimo casi: una botella de ron Mulata y otra de refresco de cola. Bebiendo tales detonantes, capaces de hacer tambalear mis flacas piernas gemelas, comprobé  al instante que los humoristas reconocidos estaban desconocidos y habían trocado su fino humor de absurdos por un grueso pliego de zurdas vulgaridades.

Ni siquiera el anestésico que nos suministraron por vía oral me libró de la sensación de sentirme Gulliver en el país de los giganos, de preguntarme dónde dejaría mi platillo y de creer que había roto la barrera del sonido, viajado en el tiempo o que tal vez había sido abducido por un comando de extraterrestres en etapa de servicio social.

Cercado por risas que me resultaban tan incomprensibles como la “gracia” de los chistes que las precedieran, supe por vez primera a qué sabe colarse con invitación en un mundo paralelo. Cuando, pasadas las dos de la mañana, salimos de allí, comprobé que en el mío, donde se ríe sin espectáculo y se sabe amar sin alcohol, la gente descansaba para en unas horas salir a trabajar. ¡Qué alivio!    

miércoles, 31 de agosto de 2011

El corazón de Jesús

A mí nunca me engañó. Yo en seguida me di cuenta. La noche avanzaba, la conversación era queda y agradable, pero algo no encajaba en el retrato que siempre hace bajo la mesa cada interlocutor: ella no era la tímida estudiante de periodismo  que tal vez alguno hubiera creído, sino una de esas personas que aun a solas se saben vestidas con signos de admiración.
 
Cuando la escuché defender con silencios vehementes sus palabras, cuando descubrí en sus manos un raro Norte magnético para las de él, cuando asistí a sus miradas trenzadas con los ojos de su amado, comprendí que bajo la cáscara tierna de aquella jovencita papita una excelente cardióloga. Por eso le rogué que cuidara el gran corazón que tenía en custodia: el de mi amigo Arencibia.

martes, 23 de agosto de 2011

El truco

Me da pena el mago, que cree que me engaña. Ocupado en mi número, yo lo dejo hacer.

Mientras él pasa público inventario de su sombrero de granja, mientras mueve su varita pinochesca y hace que sus aparatos repitan la trampa disfrazada, mientras aparece y se pierde bajo un humo de aplausos... yo miro a su asistente.

Me la llevo de allí y él jamás se ha enterado. Él alardea de que sus manos son más rápidas que mi vista y yo callo, tranquilo, porque sé que más rápida que sus manos es esta imaginación.