lunes, 27 de junio de 2011

Objeción

Aquel picapleitos de mucha espuela no tardó en ripostar:
 
―¡Protesto, señor juez! Desde que comenzó este juicio, la Fiscalía plantea la pregunta en un orden completamente perjudicial para mi defendida porque  pudiera redundar en una predisposición subliminal de los miembros del jurado a favor del otro querellante. Yo exijo que en adelante el conflicto se discuta así: ¿Quién fue primero, la gallina o el huevo?   

viernes, 24 de junio de 2011

Paréntesis

(                                         ). Todo eso que está dentro del paréntesis definía a mi abuelo Carmelo. Murió muy joven, cuando mi padre era apenas un adolescente, de modo que yo no tuve el privilegio de su cariño. Parece una maldición familiar: así como no le conocí a él, mi hijo no conoció a mi padre, de modo que en días de cielos vangoghnianos me pregunto si la vida me dejará acariciar un nieto con estas manos que hoy tocan el teclado.

Carmelo era zapatero remendón y solía (                               ); así impresionó a María, esa abuela mía que, pese a su nombre de virgen, le dio 16 hijos… y le hubiera dado más. Dicen que una vez, su última vez, él sufría una gripe severísima y le pidió a ella le preparara el baño, que se dio el lujo de recordarle la camisa nueva que debía hacerle y a poco se acostó a su lado.

Como hacía miles de mañanas, en la del otro día también amanecieron juntos, pero formalmente separados por la muerte. El tiempo pasó y pasó, y se llevó en varios tajos a mi abuela, a mi padre y a casi todos mis tíos, pero no puede borrar este creciente paréntesis donde yo siembro las abortadas caricias de Carmelo (                                     ).  

miércoles, 22 de junio de 2011

La estatua y el busto

Una madre pasea con su hijo por el Parque Agramonte. Se detienen frente a la estatua magnífica en que el caballo, ajeno a la muerte instantánea, en combate, del jinete, olvidó levantar su otra pata delantera incumpliendo los cerrados códigos de la posteridad.

Conversan tranquilos. El niño hace bien su papel de niño y pregunta, pregunta, pregunta.... sin pausas y hasta sin signos. Quiere saber quién es esa mujer que, aun delante de El Mayor, parece convocarlo a espolear el pesado corcel y a seguir peleando por Cuba sin mirar qué enemigo se le plante en frente.

Casi todo el que pasa por allí sabe que la dama de bronce es la Patria, con angustia y bravura, con escudo y bandera, con ternura y fiereza, pero la madre del muchacho le contó esa tarde una historia inédita, deslumbrante... y hasta erótica:

―Esa es Amalia Simoni, la esposa de Ignacio. Pero no la mires mucho, que tiene las tetas afuera. 

viernes, 17 de junio de 2011

El viaje

Llegó muy atrasada, como casi todo, como casi siempre, pero lo que importa es que por fin está. Se entretuvo lejos, mojando otras tierras, llenando paisajes, madurando frutas de formas exóticas que seguro nunca yo voy a probar.

A veces, incluso, manchó en roja sangre sus manos de espejo por llevar distante, demasiado lejos, la vida de alguien a seco lugar. Pero de repente, al fin, reparó en nosotros y hasta nuestra casa ya quiso volar.

Inició su viaje en nubes de segunda que en las concurridas calles que cruzan los aires cedían el paso a nubes de ricos que suelen pasar. “En aquella limosina cúmulo tan nimba viaja tal magnate ―reportaba un ángel en Tele Celestial― y en el cirro yate que a la izquierda flota una movie star con su nueva chica comenzó a flirtear”.

Así, pasajera única de tren miserable, sin línea y sin prisa, varada tan alto, nuestra nube pobre solía esperar. Pero ya ha llegado, pero ya la trajo, con truenos chispeantes nos hace mirar que esto que nos moja un árido junio no es sueño y sí lluvia, la lluvia que abril dejó para mayo y mayo, sediento, negó regalar.   

lunes, 13 de junio de 2011

¡El folclor...!

Que el folclor está lleno de atractivos. Los turistas desembarcan en cualquier punto de mi Isla sin previo aviso y, casi siempre, casi todos, vacíos de humildad. Lo primero que desempacan es la cámara de video. Porque un turista puede no tener pasaporte y no llevar puesta camisa, pero siempre llevará, adosada a su cuerpo, una cámara de video con que mostrar a su vuelta unos cuantos nativos captados en Las Indias.

Con su cámara nos graban en exóticas escenas: pedaleando pesados triciclos que llamamos bicitaxis, a bordo de rústicos camiones (in)adaptados al transporte público, calentando un aromático cáncer con la magia de un habano que no acaba o haciendo, para comprar cualquier cosa que quizás sirva para algo, luengas colas que a menudo terminan en el trámite complejo de la muerte.

Algunos cazadores de estampas más afortunados logran grabarnos para su posteridad en esas escenas irrepetibles en que perdemos la calma y gritamos más de lo debido y hasta manoteamos frente a la cara de un “enemigo” circunstancial que en 24 horas habremos abrazado.

O son testigos de un piropo desafortunado ante el paso de una mulata descomunal, o tienen la gran oportunidad de reportar para Discovery Channel que también en Cuba la gente sabe llorar. Es por eso que más de un mister, más de un don y algún que otro monsieur resultan tan humildes que prefieren alojarse en nuestras incómodas viviendas para ver la forma deliciosa en que vivimos.

Con justicia lo reconocen: somos nosotros el producto más valioso de esta Isla en extremo singular. Es tan bello el panorama mestizo de mi Isla que yo quisiera proponerles a los misteres dones monsieurísticos se queden con los bicitaxis y los camiones, se muden de veras a mi casa, hagan mis colas por mí y dejen que esos ómnibus inmensos de cristales oscuros que no saben del calor recojan en las mañanas mi relajado cuerpo de huésped en un hotel que alumbre cinco estrellas... para entonces inspirarme y escribir mi crónica del folclor.

jueves, 9 de junio de 2011

Daniel

Sin protocolos, sin firmar papel alguno, sin calentarnos bajo una misma nube hogareña, tenemos el mayor contrato de copropiedad: él es mi hijo y yo soy uno de sus exclusivos bienes patrimoniales, personal e intransferiblemente suyo. Los dos lo sabemos, pero no hacemos público alarde de ese título, refrendado por genes poco inclinados a la jurisprudencia.
 
Hasta ahora, Daniel es el único pedido que Dios (oído el enjundioso parecer de Charles Darwin) se dignó concederme. Con 12 años, mi hijo es más hombre que muchos hombres que conozco sin que por ello se niegue el lujo de la infancia ni renuncie al don de la sensibilidad.
 
Hace poco, cuando fui a hablar con su maestra de un asunto, aquella viejecita que en secreto adoro me confesaba cuánto lo admira. Y yo, que llevaba repleta de cansancios mi carpeta, me di cuenta silente de que la vida es bella pese a que no pocos le quieran desfigurar el rostro.
 
Dicen sus compañeros de aula que Daniel es un serio ocurrente. Y no les falta razón. Si lo sabré yo... Hace unos cuantos años, cuando él tendría unos cuatro, mi hermano Iván le preguntó cuál era su fruta preferida y él le respondió, con la rotunda convicción del inocente: “¡El bistec!”.
 
¿Será tan extraño? Mi niño lee libros regordetes, ve muñequitos todavía y prefiere los documentales a las telenovelas. Prefiere los juegos a las fiestas de adultos; los susurros a la algarabía; el consejo al regaño y la amistad al sexo. No es un genio; más bien, un genioso precoz, mas yo no quiero me regale otro prodigio. 
 
Daniel es malísimo dibujando cartulinas, pero a su manera pinta el mundo cada vez que rocía la vida con miradas. Cierta vez, después de reflexionar lo suficiente, me dijo:
 
―Papi, aquel hombre que vende frutas es negro, yo soy blanco... y tú eres carmelita.
 
Por como es yo siendo tan él, es que estamos unidos en el color indefinible del amor. No nos importa, para nada, que hayamos olvidado eternamente los contratos.

martes, 7 de junio de 2011

De vacaciones

Un amigo ha vuelto de Haití, tan sólo por un mes. Llegó a tomarse unas vacaciones luego de más de un año en que el dolor pretendía tomárselo a él.

Mi amigo fue allá, con otro montón de amigos míos que nunca he conocido, a curar las cicatrices que han dejado en la gente las heridas de la tierra.

No vaya usted a creer... los míos son amigos buenos pero nada mansos: en ese pueblo de negra raíz demostraron que cuando los hombres tiemblan conmovidos, los terremotos se echan a llorar, pero la puja no deja por ello de ser fuerte.

A puño limpio enfrentaron la vocación pedófila de la muerte y a cada rato Dios, u otro árbitro más cercano, tenía que levantarles el brazo declarándoles vencedores, aunque en el trance les quedaran fracturas crónicas en el alma.

Cuando todos suspiraban porque la tierra cesaba su break dance, comenzaron a derrumbarse los vientres de la gente. Él lo ha visto con sus propios ojos de llorar: allá se padece un cólera permanente. Es la incurable cólera del espíritu frente a tantos adversos almanaques.

Mi amigo es rehabilitador; por eso le enviaron allá. Él lo palpó con sus manos de estrechar: Haití se ha pasado su Historia rehabilitándose pero, por unas cuantas sinrazones, aún es un paciente que no ha encontrado el claro sendero de la sanación.

lunes, 6 de junio de 2011

Alicia

La tienda se llama Las Maravillas y ofrece la magia de que, sin llamarse Alicia, cualquier muchacha puede comprar unas cuantas cosas más que necesarias en moneda nacional; jabones, por ejemplo.

El otro día fui allí a comprar par de jabones de aseo.  Antes de pedir le di a la empleada un Buenas tardes que no respondió. Pagué y le dejé unas Gracias huérfanas de respuesta. La mujer no levantó la vista, dedicada fervientemente a acribillar con números un pobre papel que seguramente no le había hecho ningún mal.

Cuando me fui ella seguía escuchando una música de jíbaras pailas subidas de tono: “Dale al que no te dio...”, gritaba un cantante escondido en las entrañas del aparato de radio y ella ladeaba su cabecita infeliz copada por sumas y ruidos.

No le escuché la voz, pero al final me solidaricé con ella. Hay tantos sitios similares que pudiéramos llamarnos con toda justicia el país de las maravillas. Pero no nos juzguen mal: yo estoy seguro de que la culpa es del bloqueo yanqui. No tengo dudas de que son esos HP los que impiden que Cuba le compre saludos a las firmas extranjeras.     

viernes, 3 de junio de 2011

Ella y yo

Me lo dijo en sus sueños míos una noche nuestra totalmente ajena: esa mujer está dispuesta a dar su vida por mí (y a pedir mi muerte por ella), a entregárseme minuto a minuto por 80 años exactos —¡ni un día más ni un quiero menos!, me dice que me ha dicho— con tal de que yo rinda ante ella las balas humeantes de mi alma.

Ella promete renunciar a todo lo que nunca tuvo si garantizo conseguirle el premio flaco —y en esta nube no pican las metáforas— que a no dudar soy para ella.

Esta mujer culta y hermosa que sabe de Cervantes y sabe a Kamasutra —cuyo único defecto conocido es que me cela de sí misma con toda la formalidad que lleva el caso— está dispuesta a regresar a Ítaca por mí con visto bueno, o no, de Poseidón, pese a que sabe de memoria que yo no sé tejer.

De todo eso me entero leyéndome el Diario de sus sueños y, casi al despertarla con mi brusco portazo de pupilas, reparé en un pequeño problema, onírico tropiezo terrenal que un simple Dios no entendería: ahora que está y estoy, ahora que estamos… ¿cómo demonios le doy mis coordenadas?