jueves, 28 de julio de 2011

Amy

Según dijo a su guardaespaldas, solo quería “dormir un rato”. Pero no es de extrañar que, con lo radical que era, Amy nos deje plantados y siga dormida para siempre. Muerta, dicen algunos, mientras son más los que no quieren creerlo.
 
No hay sorpresas: ella siempre lo advirtió. El vídeo de su Back to black mostraba la tristeza de personas que preparaban el funeral de la cantante. Al final, la frase “R.I.P. the heart of Amy Winehouse” nos sugería que la idea de la muerte pudo ser vieja comadre en aquella cabeza atormentada.
 
Los títulos de sus canciones eran ya un itinerario del calvario que se propuso. Y millones las tarareábamos sin reparar en que con cada aplauso acercábamos su fin. Back to black, You know i'm no good, Love is a losing game, Addicted... debieron inspirarnos más lágrimas que palmadas, pero... egoístas, nosotros nos dejamos seducir por su profunda voz de contralto, por su corona en el soul y su figura indescriptible.
 
Ya lo cantaba en Rehab: “ellos trataron de obligarme a ir a la rehab; yo dije ¡no, no, no...!”, y aunque a veces se desmentía e iba a la terapia, cada viaje no hacía más que confirmar que la voz de ese trío de marihuana, crack y alcohol superaba por mucho sus registros.
 
Este julio la muerte hace su agosto: está vendiendo a buenos precios los dos únicos discos de la estrella, pero un día el mercado dejará de ocuparse de ellos, dedicado a otro portento vocal o a otra infeliz de ocasión, que a veces es lo mismo y se oye igual.
 
Los millones de terrícolas que amamos en silencio a esta insufrible mujer echaremos de menos su peinado de colmena y sus aguijonazos de abeja reina, su maquillaje de más y su mesura de menos, sus tatuajes de mal gusto, sus vestiditos ridículos y hasta esos arranques que a menudo le opacaron el talento.
 
Extrañaremos esa voz que no pocos compararon con la de Sarah Vaughan y condenaremos a todos los infiernos a Amy Winehouse, esta inglesita irreverente de apenas 27 años que cometió el pecado de quitarnos sus canciones para morir en su cama, sola y hay quien dice que hasta sobria, como nunca se supone se marche una diva.
  

viernes, 22 de julio de 2011

Pluma al aire

Se tiñó completamente de un verde punk y cambió su identidad tan solo para ir al bar de la esquina, tomarse unos tragos de más y liarse a trompadas con el más pinto, nada de lo cual pudo hacer mientras fue una cándida paloma blanca, símbolo de la paz.

martes, 19 de julio de 2011

Play station

Estoy solo a mitad del océano, sin isla y sin Viernes, en las caprichosas aguas de un trámite personal. No voy a contar anécdotas: para mi asombro, he sobrevivido, aunque todavía no debo cantar victoria porque puede que una vez que reciba los documentos finales mi delgado corazón no resista semejante alivio y se vaya de este mundo, no sin otro papeleo.

Hace poco estuve en un sitio: después de varias visitas, hice tres veces la misma cola para ver tres veces a la misma empleada que, aunque ya me conocía y sabía hasta mis cuitas más mías, tres veces me atendió como la primera vez.

Por suerte para mí, la mujer era atenta y sabía bien lo que hace aunque sabía, mejor que cualquier cosa, que no puede vulnerar el temible protocolo de tecnicismos que por norma debemos sufrir sus usuarios.

Mirándola mientras ella miraba mis planillas, imaginé que esta inocente damisela tendrá en sus veintitantos años de trabajo un  cementerio particular, con tumbas cuidadosamente foliadas según los apellidos de clientes que sucumbieron frente tan eficaz burocracia. Son los anónimos mártires del orden.

Pues sí, pese al verde tranquilo de sus ojos, la mujer me pareció una viuda negra. Pero yo, insisto, estoy vivo (según creo, también insisto en ello no sea que haya llegado a la condición de difunto, con firma y cuño y todo lo demás... y no me lo hayan confirmado) y pasé a otra fase de este macabro juego de play station donde en cada jugada gano un nivel y pierdo dos.

Aquí no hay mujer alguna de ojos verdes y el pronóstico es serio:

―Venga el dentro de veinte días -me dijo otra administradora de mi tiempo-, pero estoy casi segura de que le viraremos sus papeles porque en esa Resolución (que ya se ha hecho dos veces) descubrimos un nuevo error.

Es así como pierdo, de un mal click, mi trabajoso avance. Entonces convulsiono con mi mejor sonrisa... y me dispongo a dar Enter.

jueves, 7 de julio de 2011

Policiales

Poco después de ser liberado a aguas abiertas de manos de un niño sabichoso y bajo el tarareo del mismísimo Rey del Pop, Willy, el buenazo de Willy, le robó cartera a Moby Dick con marina alevosía y mamífera premeditación. Según declaró el otra vez reo en el juicio que se le sigue, fue tal la contaminación que encontró afuera que prefiere lo regresen a su celda.

lunes, 4 de julio de 2011

Un trueque

Hace solo unas horas, en  algún lugar de Cuba, me regalaron un premio. Como suele pasar, envié el trabajo a concurso con más ilusión que esperanza, y ya se sabe el abismo que media entre esas dos estaciones.

Por supuesto, la anécdota tiene cola. A pocos días del cierre de la admisión, el trabajo estaba varado en Camagüey, víctima de las viejas tecnologías de la incomunicación, más eficientes todavía de lo que la mayoría de la gente quiere creer.

Pero como siempre hay un pero, y no todos los peros tienen que ser villanos, pasó por mi ciudad nuestra un viejo amigo que honra con firma clara y firme verbo el periódico más querido de Cuba. Y amigo como es, de los que no necesita publicármelo cada día, aceptó llevar a La Habana el sobre en el cual, apretado con otros, viajaba escondido del sol, como emigrante ilegal, mi personal “competidor”.

Él lo tomó en sus manos, lo llevó consigo por más de 500 kilómetros y lo entregó a tiempo como se deja un hijo propio a la puerta de la escuela. Según declaró el jurado, mi hijo ganó. Me dio algunas alegrías y me hizo dudar unas cuantas cosas más de mí.

Pero de nuevo hay un pero que contarles. Cuando leí la noticia final en  su mismo periódico rebeldísimo, me enteré de que mi amigo Ricardo Ronquillo Bello fue Mención en la categoría de mi premio. Y pensé de nuevo en su siempre creciente lumbre de alma, esa que le conocí en los tiempos oscuros de una beca santiaguiera. 

Por eso sé, contra lo que dijo el jurado y publicara la prensa, que en el acta final le cambiaron el nombre a nuestros hijos.