viernes, 25 de enero de 2013

¿Un sueño?

 
Por cortas horas he vuelto a mi pueblo, dizque a trabajar. Algo “me suena”, como decimos los cubanos: el bronce de las pieles, el sol tomando el sol en los cabellos, los verbos escuetos y afilados con que cualquiera refiere los asuntos que en otra parte requerirían largos simposios de académicos.

Me bajo del carro que me lleva y dice al pie un desconocido:

—Oiga, ¿usted no sabe que somos familia?

Al rato me cuenta: él es nieto de Alba, y como yo lo soy de María, resulta que somos frutos paralelos de dos hermanas que ya hace mucho no están para saberlo. Entonces, con mi primo nieto, o mi primo de sexta generación, o mi primo nuevo, hallé parte de los datos que buscaba.

Otra cosa me resulta conocida: el sopor, aquel sopor peculiar que no yo dudo sea mayor que el santiaguero. Y reencuentro la sal que por libras se palpa en el ambiente. A un segundo rato, un vendedor destapa los frascos olorosos de mi infancia:

—¡Liceta, liceta...! -pregona calle abajo, con su cajón a cuestas. Aún me arrepiento de no haberle comprado ese manjar que en el Olimpo los dioses nunca tuvieron cerca. ¡Pobre Zeus, con su imperio tan férreo y su tan débil carta de pescados!

Sigo mirando el pueblo. Algo me “suena”, insistía: mujeres hermosas, niños “bellacos”, tipos rudísimos con shores de muchachos y el tiempo caminando, no corriendo: el tiempo que no corre porque en mi pueblo no tiene nunca apuros.

A poco del regreso veo a mi hermana Marta. La encuentro sudorosa, con una jaba cargada de humildades. Mi hermana tiene la más bella sonrisa de los siete que somos, así que no le cuesta regalarme una nueva. Ella lamenta no tener ni un refresco que darme y yo la calmo: la he visto y me basta, y su abrazo me llena.

Entonces me fui, me vine o ambas inclusive. Por el espejo miré alejarse los cocos de la entrada y navegué en zoom back por fuertes corrientes de recuerdos. Fue así que reparé en cierta carencia, azul detalle, encrespado elemento: no había visto el mar, no había visitado la pobrísima playa de mi infancia, no había curado mi cara con la brisa.

Entonces, de repente, todas las cosas dejaron de sonarme y empecé a preguntarme si de verdad yo había estado en Santa Cruz... o si fue un sueño.

martes, 22 de enero de 2013

Capitulación

Si por fin allá arriba hay alguien para verlo, se habrá enterado a estas fechas que el tridente de tortura no consigue aterrarme. El tiempo, la muerte y el amor (bueno, tal vez el tercero de ellos me acobarde un poco todavía) no han teñido mis días de temores. 

Me entiendo bien con mis canas de cuarentaycincuañero, mi epitafio me tiene sin cuidado y sé que Ella crece por minuto para hacérseme visible entre todas las ellas de la vida. En fin… sin alarmas ni pausas me convierto poco a mucho en la arena calmuda de mi propio reloj. 

Ah, pero al que mueve piezas en lo alto de seguro le ha molestado mi soberbia. Cuando hace unos días visité a mi madre y vi lo que han hecho los años con su espalda, cuando reparé con miedo en sus roídos almanaques, cuando rumié otra vez que algún día llegará el día en que no tenga más días y se lleve con ella su cariño... pensé rendirme.  

Pensé pedir clemencia a aquel que con el tiempo mide el largo de la vida y el ancho de los amores. Pensé proponerle que si quiere rompa de un tajo mis agujas, que sin piedad sofoque mis alientos, que me niegue aun las caricias fingidas… con tal de que nunca se lleve a mi madre. Si él es tan sabio como dicen sabrá que en este caso es más que cierto: mi madre es un raro espécimen, de las pocas personas que no hace mal a nadie. Sería un crimen del Cielo, secuestrarla. 

miércoles, 16 de enero de 2013

Academia de arte

Pese a la aplicación de toda la matrícula, ningún alumno mostraba prisa por graduarse. Corría el rumor de que en el último examen de canto coral los estudiantes lograban notas magníficas, pero irrepetibles. Ningún cerdo sobrevivía al afilado instrumento del maestro de ceremonias.