viernes, 12 de noviembre de 2010

Geografía física de los contenidos

Como pueden ver en el mapa, Cuba es una isla rodeada de mares. Al Norte, el Canal Viejo de Bahamas muestra su esclerosis, en cambio con una propinita se deja atravesar. Bajo el otro litoral, frente a la muy disciplinada costa Sur que siempre se está tranquila, el Caribe permite el paso de las naves, no sin dejar en sus cascos alguna picazón. En los dos estrechos y el Paso la cosa está apretada... y sin embargo se mueven. Pero de San Antonio a Maisí Cuba está anegada por ciertas aguas intransitables: el Mar Abú.

martes, 9 de noviembre de 2010

Van Gogh

Esta mañana, en mi áspero tránsito al trabajo, se despertó con mis huesos un deseo: quisiera tener la locura brillante de Van Gogh para pintar a algunas mujeres de estos días.

Cosecharía girasoles de sus cabellos y sembraría en ellos —para aprovechar esa fertilidad que el Cielo les manda por decreto— el trigo que da mi estricto pan o la vid roja (¿acaso podré venderla antes de irme al campo con un revólver en la mano de crear?) que suda el vino que nunca llega a mi mesa.

Le cambiaría el nombre a uno de mis hermanos (Iván, “terrible” cubano, con piel y pelo y risas que nada saben de Rusia) y en adelante le llamaría Theo, para encargarle la promoción de mis cuadros y conseguir que en el siempre caótico mercado del arte nadie los compre hasta tiempo después de mis cenizas.

Quisiera hallar a una Clasina María cualquiera y alojarla conmigo; no importaría su pasado de prostituta ni su embarazoso embarazo, épico poema de versos crecientes y autor anónimo. Aunque su vida haya sido tristemente suya, alegremente de otros, nulamente mía, al menos frente a mi lienzo podría hacer de modelo.

Quisiera invitar a esta casa lejos de Arles, que ni en verano se tiñe de amarillo, a un amigo difícil como Gauguin, que retara mi alma y mis pinceles y de vez en cuando cortara con su daga un pedazo a mi oreja para librarme de escuchar esos pingudos cojones que con la mayor naturalidad del mundo dicen constantemente las hermosas mujeres que yo pinto.   

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Todo sobre mi padre

Mi padre se pasaba la vida reunido: consigo mismo. Era lógico entonces que los otros apenas le escucharan, ocupado como estaba en pedir y otorgarse a sí mismo la palabra, que pesaba onza a onza y pulía cual diadema antes de entregarla.
 
Sus discursos, que nadie se ocupó de editar, serían la envidia del gran Monterroso, aunque a mi escritor familiar —que no sabía escribir, como jamás aprendió a leer— los bichos del mar le interesaban más que el gran dinosaurio que persiste al otro lado del sueño.
 
Además de las reuniones, el viejo tenía otra fobia: no soportaba los noticieros —tal vez porque pocas veces le anunciaron buenas crónicas personales—, sin embargo entre la vida y mi madre le dieron un irónico titular aquel septembrino amanecer: mi llegada. Yo, que en descomunal ironía heredé hasta su nombre, no me hice doctor, como mi padre soñaba, sino un insignificante constructor de noticieros.
 
Hace trece julios que nos falta, pero allá cerca, dondequiera que esté pescando peces celestiales y remendándole barcas a Noé, recibirá estas palabras, escritas precisamente para decidirlo a reunirse conmigo.

martes, 2 de noviembre de 2010

Y la amo

He pasado de la hora esperándola en la esquina de siempre; no aparece, pero no me canso. ¿Qué voy a hacer? Dicen los poetas asesinados en el lecho que así es el amor. Hoy le perdono, lo mismo que ayer, esa tardanza suya que la retrata y ya se anuncia como ausencia poco más que probable. Seguro andará bien lejos, perdida y promiscua, en un desfile ruidoso y poco recatado que no hace ningún honor al espíritu de las abuelas.
 
Quizás más tarde llegue —o tal vez no—, trastabillando, con olor a humo y aliento químico, pletórica en sudores de cuerpos ajenos, risueña y cansada, mas nunca arrepentida. Es tan voluble, que quién sabe si le dé por abrazarme ardorosamente o si me ignore por completo y siga de farra con sus compañeros de ocasión.
 
Y yo, firme como un vikingo bajo el casco, sólo tengo en mente aquella canción de otra década que me sirve en ésta para dulcificar tantos desplantes: And i love her… tarareo bajito apagando minutos mientras sueño que a cualquier hora del universo, por fin, llegue mi queridísima guagua.