miércoles, 26 de diciembre de 2012

Tiempo


Tiempo. De eso se trata la vida. No se dejen engañar. Incluso esas tres misiones de nobleza poéticamente encargadas al ser humano: tener un hijo, sembrar un árbol y escribir un libro, no son más que entrañables maneras de aspirar a traspasar las verjas de nuestra época.

Los encargos parecen sencillos, mas no lo son. Será por algo que la mayor parte de los mortales se va del mundo sin cumplir en su totalidad el triple mandato: con demasiada frecuencia el amor, la sensibilidad y el talento, que son las tres llaves que abren esas puertas, no se ponen de acuerdo para habitar el mismo cuerpo. Y aun haciéndolo, puede que falle la suerte. Son los casos en que no se completa la ecuación y se tienen hijos sin poesía, árboles sin índice, libros sin frutos…

No somos más que agujitas de inmenso reloj, minuteros galácticos que le damos sustancia a un tiempo que nos trasciende. Pese a las apariencias, no creamos los almanaques para medir un tiempo que es insondable, sino para marcar los pasos que a título de individuos nos es dado dar en la encarnación que nos tocó. Es por eso que no hay nacimientos sin inscripciones, uniones sin aniversarios ni muertos sin epitafios.

Un hijo, un árbol, un libro… o quién sabe si dos. Fecundemos con limpios deseos un vientre, un surco, una blanca cuartilla. Disfrutemos la angustia de aprovechar este trozo de tiempo porque a menudo una vida no alcanza para vivir.

lunes, 24 de diciembre de 2012

Lámparas nuevas por viejas

 
Cada año nos pasa lo mismo: cuando más embullados estamos con el año, resulta que a este le entran los fatales calambres de diciembre y no se nos ocurre otra cosa que festejar su deceso con la presunción de que tras él vendrá uno mejor: nuevecito de paquete, próspero, dichoso, vaya, esperanzador...

Les confieso que en ocasiones quisiera quedarme con el viejo, el caduco, el muchas veces vilipendiado año que suele terminar sus días lleno de cruces, tatuajes y cicatrices de guerra en el almanaque de la pared. ¿Qué le voy a hacer…? A veces, cuando el camión del tiempo pasa en diciembre frente a mi puerta en franca gestión de trueque, regateo con la esperanza de conservar al menos por otros doce meses el año que agoniza.

¡No se lo lleven…! –he rogado en vano junto a su ataúd, argumentando el balance aceptable de los últimos 365 amaneceres.

Me pasa entonces como a esas personas que, en trance parecido, vacilaron en aceptar refrigeradores nuevos a cambio de entregar los antiguos —casi entrañables miembros de las familias pese a sus nombres distantes—, alegando los inolvidables recuerdos que desde las parrillas de vetustos Frigidaires, estoicos Минск y otras moles semejantes sembraron en sus paladares los helados caseros de las abuelas de antaño y las madres de ayer.
Cuando se trata de explicar lo inverosímil, la gente no regatea neuronas:

Es que el hielo no sabe igual, mi’jo y los dulces, mucho menos –me trató de convencer en su momento una señora, como si la congelación no dejara siempre idéntico gusto glacial. Sin embargo le creí, porque sé que los viejos afectos calan más hondo que el frío.

Entonces, como ahora, recordé aquel pregón de “cambio de lámparas nuevas por viejas” que condujo al pésimo negocio con que la esposa del joven Aladino le hiciera perder en un instante toda la riqueza que un frotado mágico había puesto a su disposición.

No me tilden de pesimista. Simplemente soy de los que se encariña con las cosas. Así que no entiendo cómo los demás pueden despachar tan tranquilamente un año que durante todo un año nació y se crió en nuestros hogares, comiendo de nuestra mesa y haciendo, sin protestar, los mismos deberes que hicimos nosotros.

Quisiera que me dejaran criar por más tiempo el 2012, quisiera verlo hecho un hombre que llegue a la universidad, se gradúe y busque alguna buena muchacha para formalizarse. Claro, cuando se case y tenga un hijo, yo pensaría en aceptar otro calendario, desde chiquito.

Ya sé… me han dicho que no, por enésima vez, en cambio no deja de llamarme la atención la alevosía con que todos planean liquidar el 2012. Los fiesteros parecen ignorar que las delicias en púa, las bebidas alegres, los arbolillos con luces, la música acompañante… han corrido a cuenta del año viejo y hasta de otros anteriores, porque el que viene no ha puesto nada en el menú.

Les pido que no me juzguen mal: me interesa sobremanera el futuro, pero en muchas ocasiones no cambio año nuevo por viejo. No, no “muerdo” la trampa escondida en la ganga del hechicero magrebí; para algo tuve el placer y la paciencia de leerme, cuento por cuento, las mil y una noches que vivió Sherezada.

Les juro que en más de un cambio de año recuerdo al suertudo Aladino, lustro la lámpara nueva del enero de turno y veo con pena que no aparece por ningún lado el genio que hasta unos meses antes me respondía al instante, cuando yo le frotaba la casa:

Tus deseos son órdenes para mí...

Y una vez que le explico mi pedido, agrega con voz grave, rebosante de convicción:

¡Guapea, amo, guapea y te será concedido!

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Un gran cabrón

Tal vez él no lo sepa, quizás jamás se entere, pero con 85 años Chichín es uno de mis mejores amigos. Voy a su casa de vez en cuando y siempre le encuentro trabajando en su máquina de talabartero, de buen talante.

—¿Tú no sabes que de los cinco tipos de cabrones que hay en el mundo, yo soy del único bueno? -me pregunta orgulloso.

Irma, su mujer, se burla cariñosamente del autorretrato que se hace su hombre. Hace ya cincuenta años que se unieron y quien los ve se percata en seguida de que la suya es de esas parejas que, desmintiendo al cura, faltando a los votos, burlando ceremonias, no serán separadas por la muerte más muerta.

El hogar de estos viejitos es de los pocos agujeros blancos de la galaxia donde me animo a tomar un café y a decir, e incluso sentir de veras, que está bueno. Ya se sabe que el cariño hace milagros.

Les cuento: yo llego y saludo, les abro las ventanas altas a que no alcanzan, me siento y recibo una ráfaga de anécdotas que complementan la Historia que aprendí de mi país. Poco a poco me ubico en su línea del tiempo: parodiando a Martí, la que me hace Chichín es la Historia de Cuba contada por sus cosas.

Su casa es para mí un laboratorio de afectos. Allí voy a veces en son de pintor de brocha gorda, de tapicero ayudante (pongo más ceros que “tapis”), jardinero o carpintero, que es el oficio en el que sin dudas brillé en otra vida. Lo curioso es que lo engaño: mientras finjo que le ayudo, lo que hago es aprender de instrumentos de hierro y añejas herramientas del corazón.

—¡Cómo quiero a esta viejita...! -me confiesa a menudo, abrazando a su mujer.

En febrero sumarán otro año a su ajuar. Aunque él no cesa de trabajar y ella esté encorvada de tan larga máquina de coser, de tanta vida, de tanto hacer y muchísimo dar, a los dos se les ve intacta en los ojos la chispa del flechazo.

La vida es una montaña rusa, pero él no se baja de su carro. Chichín, que ha sido vendedor ambulante, chofer, tapicero, zapatero, carpintero y hasta jefe de algo en alguna parte, vio intervenido su negocillo privado a inicios de la Revolución. Respondió a la medida con su férrea política: la del sudor.

Les sacó a sus manos pequeñas la honra y el sustento. Concibió con su Irma una hija que enseña, escribe y lee y replica en la vida la hondura de sus padres. Sin pretender diplomas, Chichín Borroto le dio a Cuba una fuerte familia. Ya con eso asaltó un cuartel Moncada.

—¡Yo soy un cabrón...! -me dice mi amigo a cada rato. Y de veras les juro que lo entiendo.

viernes, 14 de diciembre de 2012

La guerra del reguetón

Desde un bando y otro los tambores llaman al combate. ¿La causa?: una letra torcida, un fonema grosero, un lexema sin alma, unas presentaciones más sonantes que cantantes, un fotograma a medio vestir y loco por desnudarse. La reciente declaración de un funcionario pudiera interpretarse como el primer disparo, pero dudo que atrás lleguen las ráfagas.

Hay polémica en Cuba acerca de los textos y las imágenes que acompañan no pocos reguetones. Llegan como por arte de birbirloque a los grandes medios y seducen rápidamente a las grandes masas, que por motivos mayores tienen caderas sensibles al insulto.

Con los músicos no... yo siempre digo. Por dinero que hagan (y que hacen), por patéticos epítetos que se pongan y se crean creerse, por los giros extraños y las lejanas giras, por las mansiones sin pasiones y los gigantes que guardan sus espaldas de nadie sabe qué amenaza, por los autos de lujo que atropellan mil honras, por el oro abundante que encadene sus vidas desde el cuello, por las muchas “jevitas” y “jevitos” y los ambos inclusive (si existieran)... los groseros cantantes no dejan de ser simples mulas de carga de esta droga.

Hay también mucha música buena, mucho verso entonado en esta Isla para halar el asunto por los pelos. Igual que pasa y pesa con la marihuana y otras hierbas, vale aquí lo que siempre Latinoamérica replica a los yanquis: si no hubiera consumo se paraba la droga.

A mí, de veras, lo que más me preocupa es el público. Es por eso que digo —y hasta canto si es que alguien perdona mi aburrida pobreza en groserías—, que esta guerra es pamplina si no la comienzan en casa y en la escuela padres y maestros bien almados que enseñen a los niños los acordes exactos del respeto, la cadencia precisa del amor.

jueves, 13 de diciembre de 2012

Carbón

Ya no se ve en ningún lado, pero pocas cosas unen tanto a las personas como preparar, montar y velar un horno de carbón. Los trabajos son duros, las noches larguísimas, y ante tales obstáculos no queda si no el alivio de la palabra. 

Pregúntenle a Onelio Jorge Cardoso, un ángel guajiro que seguramente andará buscando Juan Candelas que calienten con sus cuentos, con sus brasas, los helados parajes de la muerte.  

De mi infancia regresan a cada rato, ¡en cada ruta!, los extintos vendedores de carbón de Santa Cruz del Sur. Andaban todo el pueblo en carretones mugrientos halados por caballos siempre negros, aunque fueran blanquísimas sus actas de bautismo. Apenas tenían que pregonar para vender aquel tesoro que a precio de quilos resolvía en la cocina la mitad del problema de las amas de casa pobres; porque la otra parte, bueno... quién sabe esa... Del sombrero a las botas, los carboneros vestían de oscuridad una empolvada grandeza. 

Alguna vez mi padre plantó su horno en el patio. Y allí le acompañé, entibiando diálogos, admirando fuegos, amansando humos. A su lado bajé estrellas cercanas que a esa hora velaban en el cielo su horno particular. Con él entendí, sin discursos audibles, los más sólidos porqué del trabajo. Y orgulloso ayudé a sacar el carbón mientras también sacaba lecciones que los años no han logrado enfriar aunque ya me haya ido, aunque falte la casa, aunque no queden humos y en el sitio del patio, bajo ajena maleza, quede apenas la tierra ennegrecida desde donde mi padre se fue a susurrarle historias al gran Onelio Jorge Cardoso.

martes, 4 de diciembre de 2012

Intolerancia

Por mucho que tratara de pasar inadvertida, siempre era objeto de burlas y relinchos. Sus colegas le decían la invertida tan solo porque, en la manada, era la única cebra blanca con rayas negras.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

La selección natural y el fichaje equivocado

Vista hace duda: no se puede creer con fe ciega todo cuanto vemos. Un documental televisivo mostraba con todos sus colores algo llamado carrera de enamorados. Resulta que una ballena jorobada en celo —expresión redundante porque los celos lo joroban casi todo—, nadó cinco mil kilómetros hasta las aguas de la isla de Tonga, en el Pacífico, en busca de un compañero.
 
Una vez en el lugar de los lechos, no tardaron en aparecerle candidatos. Ocho ballenazos de lo mejorcito del barrio se presentaron con un ramo de algas en una aleta caudal, pero había un problema, ligera dificultad que las ballenas aun no han aprendido a resolver: la doncella solo aceptaría a uno de ellos.
 
Así comenzó el certamen de caballeros. La pretendida nadaba y los machos la seguían, cada uno enfrascado en ocupar el lugar más cercano a la cola de aquella belleza. La puja empezó con burbujazos de lo más curiosos, pero el asunto no tardó en calentarse y en dos horas de bravuconerías y malos silbidos que no me atrevo a repetir en aras de la decencia, los aspirantes de 40 toneladas pasaron a los golpes y a tratar de hundirse. ¡Y después hay bichos por ahí que hablan mal de los humanos!
 
Luego de aterrorizar a todo lo que pasaba por la zona y ventilar sin rubor un asunto tan íntimo, al final solo quedó el elegido, probablemente entre algún cadáver flotando, pero la causante de la trifulca limpió su conciencia con la justificación de que ese vencedor, el más fuerte, garantizaría la mejor descendencia.
 
Ahí mismo es donde yo, que no tengo ningún interés romántico con ella, le hago una pregunta a esta Helena de Tonga, a nombre del futuro escolar del ballenatillo por nacer: ¿será ese padre escogido, ese machazo triunfador, el más inteligente?  

lunes, 12 de noviembre de 2012

El Tipo

Desde que apareció, El Tipo era un tipo sigiloso. Presumiblemente subía por el pararrayos, entraba en el albergue y deambulaba por gusto, sin causa ni bandera, por pura jodedera. 

Muchos estaban convencidos de que lo hacía solo para retarnos.

Eran los maravillosos '80 y en la beca, muy buena, no faltaban los mitos de aparecidos. Por desgracia, a nosotros no nos tocó La Gata, aquella felina erótica que, según decían, rasgaba en otros lares las vestiduras de los durmientes sin que estos despertaran. Contaban que sus clarísimos ojos hipnotizaban y otras cosas que elevaban hasta el cielo su condición de hembra hormonal. Era muy atractivo, pero no... en lugar de ella, a nosotros nos tocó “un tipo ahí”.

Nunca podíamos sorprender a aquel desfachatado, pese a que hicimos no pocos intentos: que si a esta hora a ti te toca esto y a ti aquello, que seguramente él sale por aquí y tú lo emboscas por allá... Yo lo intenté una vez: escuchada la alarma de combate corrí al interruptor a encender la luz y casi fui alcanzado por una bota (muy rusa ella), especie de proyectil de grueso calibre que estalló en la puerta a escasos centímetros de mi cabeza. Alguien me había confundido.

Bastante es suficiente. Desde esa noche me desenrolé de aquel comando contrainsurgente, mas no fui el único. Las bajas eran continuas, pese a que El Tipo seguía apareciendo.Una noche entró y Cuco, el amigo de Vertientes, casi se raja la garganta:

―¡El Tipo... El Tipo... El Tipo...!

Sin embargo nadie se daba por enterado. Por el contrario, algún insolente anónimo gritó medio dormido:

―Bueno, déjalo. Dile que cierre la puerta cuando salga...

Aquello fue demasiado para el espíritu ninja de El Tipo. Nunca lo atrapamos, pero parece que sí vencimos su ego nipón. En adelante jamás se supo de él; en cambio, he de reconocerlo, las noches volvieron a ser de lo más aburridas.

sábado, 10 de noviembre de 2012

El tiempo

Hay días en que, con su único ojo, los ciclones observan hacia abajo, en que algún tornado torna su mirada, en que los relámpagos alumbran mi morada y los truenos simplemente carraspean… y todos ellos, al verme, se espantan y se esconden:

—Puede que haya una gran tormenta.

domingo, 28 de octubre de 2012

Santiago

Hace tiempo, Santiago me dio cinco años de su tiempo. Me puso delante letras inolvidadas. Partió en mi mesa su cazuela ancestralmente humilde y me buscó amigos de los mejores: esos tercos sin cura que aun de lejos persisten en intercambiarme afectos.

Me sumergió en su mar, que es grande sin renunciar a arenas plebeyísimas, o precisamente por no hacerlo. Sin embargo me hizo un regalo mayor: su Sierra, “maéstrica” mole de azulados verdes que mis ojos llanos no se cansaron de ad/mirar. Todavía, cuando a ratos me aburre la sabana, la memoria fabrica un suspiro:

—¡Santiago…!

Soy intransigente: no acepto que nadie sacuda, ahogue, evacue mis recuerdos más míos; nadie… llámese Sandy o vista de huracán. Aun menos acepto la traición: casi todos esperábamos que la herida a Santiago vendría del empujón de oculto terremoto y ha llegado, así, como si nada, con agua y remolino.

Cuando este ciclón pasó y mató, cuando dio voz de luto a la corneta china, cuando tiñó de negro la falda de las lomas y decretó un toque de queda a las botellas, yo me sentí, a 400 kilómetros, un damnificado más, un nagüe o un negüere, un amigo tozudo que hoy le brinda su larga llanura para que descanse y alivie sus heridas. Yo le devuelvo lejanos abrazos mientras armo, para animarle, las mejores ocho letras que conozco:

—¡Santiago…!

sábado, 27 de octubre de 2012

¡Maaaaarrrrr!

Siempre supe que los grandes navegantes andaban al revés. Terriblemente perdidos. Y que los que se tienen por más gloriosos eran precisamente los más despistados.

Tal gazapo ha llenado la Historia de faltas de “otrografías”, así que yo, que me enrolé en este mundo por un litoral fangoso y modesto, a cada rato pretendo corregir la pifia global buscando mejores travesías.

En la blogosfera, este océano que junto a hermosas sirenas esconde monstruos que hubieran puesto de punta la blanca melena del Gran Almirante, he pescado de todo: saludos, abrazos, cariños intensos y ruidosos silencios, alientos, ofensas, amenazas veladas y hasta velantes… pero sigo buscando.

Así, un día di con Un pedacito… de ella. Hay pedazos tan grandes, yo no sé… que no se exige la pieza completa. Ocurrió hace tiempo: encontré en la cayería aquel blog extraordinario y en seguida me pregunté quién escribiría metida en una ola. La respuesta no era fácil porque, en lugar de dar sus señas, la autora se refugiaba en la marea. Y como no pude enlazarla a ella, enlacé su blog al mío, borda con borda, con mi más firme nudo caribeño.

Hace unos días, por casualidad, descubrí en una red social de La Mancha la identidad de esta originalísima bloguera, armé parte de su historia y comprobé en las fotos de la amiga que, efectivamente, se parece a lo que escribe, de modo que no sería difícil leerle la cara como suelo piropearle la letra.

Esa jornada de fisgón me confirmó en mis certezas: a los viejos marinos los impulsa la añoranza de tierra porque ignoran que, justo al lado contrario, una muchacha tremenda corregiría en dos líneas —en un post— sus cartas de navegación. Apenas necesitan descubrirla a unas millas, enderezando horizontes, y anunciar, por fin, el hallazgo:

—¡Maaaaarrrrr!         

miércoles, 24 de octubre de 2012

Pirata del Caribe


Afuera, en pleno mediodía, las nubes le han cerrado los párpados al cielo. Y puede que ahora mismo, mientras yo finjo estar tranquilo y junto letras en una oficina con su buen tiempo fabricado, un hermano se juega en alta mar la vida suyamente nuestra.

Mi hermano Iván, el único marino entre nosotros (cuando debimos ser más, dado lo torpes que somos en la tierra) viene o se va ahora mismo a Venezuela y muy probablemente encuentre en el camino a un raro pez volador, a un peculiar pájaro de escamas tan revueltas: el ciclón Sandy, un ser despeinado y despeinante según confiesan radares y dicen los partes más completos.Ya sé que, como Ulises, Iván se hizo a la mar más que tranquilo:

―Es el barco más grande que haya venido a Cuba -me dijo hace unas noches, por teléfono.

Y sé que en la familia los ciclones desandan nuestras venas. Ya sé que nuestras lágrimas son lluvia, que la risa nos llega en un relámpago, que sabemos de brisas en los dedos y la ira se nos pasa tranquilamente líquida, cual acostumbran las mareas. Ya sé que él no está solo en su dilema y enfrentarán al huracán a pura proa, centímetro a centímetro, rugiendo los motores por horas sobre olas.

Sin embargo ahora mismo cambiaría mi comodidad de cartón por buen mal tiempo. Quisera subir de polizón, ofrecerme de camorrero pirata del Caribe para echar una mano, y dos, a mi tranquilo hermano que sin ruidos ni alarmas se lía a trompadas con Sandy el revoltoso, como si fuera Ulises, el grandísimo Ulises, retando a Poseidón sobre un mar griego.

viernes, 19 de octubre de 2012

Tamales

Los mejores tamales. Los soñados congrí. Las mariscos divinos... Martha la Gorda, mi vecina de al lado en el Santa Cruz de antiguos calendarios, conquistó mi alma de muchacho a puro sazón. Como en su casa eran unos milímetros menos pobres, de vez en cuando ella nos invitaba a mi hermano Iván y a mí, que crecíamos parejo con sus muchachos, a comer algún plato especial que yo discretamente traspasaba a mi madre mientras todos tenían el cuidado de fingir que no lo notaban.

Mi madre, su comadre... Mi madre, la misma que anoche no pudo ocultarme en el teléfono una honda congoja:

Es que Martha murió... -respondió, apagada, a mis preguntas.

Entonces vinieron los detalles: un cáncer “en el interior”, como si acaso hubiesen cánceres externos. Y yo que no lo supe, que no pude pasar al hospital a verle. Y yo que no pude brindarle un "hasta luego". Y yo que no identifiqué en el aroma enrarecido de estos tiempos el olor del último tamal en la mesa de Martha la Gorda, mi vecina, que todavía marchando me invitaba.

viernes, 12 de octubre de 2012

Un mechón


En los '90, cuando en Cuba la luz era casi un privilegio diurno, Dios o alguno de sus funcionarios se acordó de mí: me otorgó un mechón de canas para que conjurara en las noches aquellos apagones que, cual agujeros negros, tragaban para siempre la menor claridad.

Pelo a pelo, aquella estrellita fue consolidándose en la alambrada de mi cabeza hasta formar esta isla con franja de arena que, a falta de méritos, me distingue entre los siete Milanés León.

Las canas me dicen que voy llegando a viejo sin pasar por Diablo, pero de vez en cuando, en una estación del camino, me regalan alguna vivencia curiosa. Yulennis, una vecinita de diez u once años, me comentó el otro día que su maestra tiene un cayo de canas igualito al mío; luego se me quedó mirando, presa de una duda inmensa que amenazaba explotar su delgado cuerpecito:

—¿Y eso... no te pica?, -preguntó.

A esa hora traté de explicarle que no, que era cosa apenas del color del pelo y no afectaba la piel. Pero ya se sabe: nada hay tan temible como la pregunta de un niño. Desde esa tarde, siento tremendos deseos de rascar mi mechón.

jueves, 11 de octubre de 2012

Mambisada

En toda la Historia de Cuba solo se reconoce un Generalísimo. Es Máximo Gómez, el dominicano que metió la Isla en su sangre, no solo por tener mujer e hijos cubanos, sino, sobre todo, por pelear por esta tierra con más ardor y altruismo que muchos nacidos aquí y a veces, también, por soportar con humildad nuestras malacrianzas.

No obstante, El Viejo —o el Chino, como también le decían— se las traía, y no era raro hallar en “el cepo” de su campamento mambí a alguno de los nuestros tomando un largo baño de sol por faltar a la disciplina. Que así como le temían los españoles, le respetaban los mismos cubanos.

Gómez fue el primer militar que utilizó el machete de trabajo para cargar contra el enemigo, descubrimiento que por alguna razón los españoles nunca le perdonaron.

Todavía hoy, cuando alguien en Cuba ve un machete largo y pesado, se acuerda del General en Jefe del Ejército Libertador, un hombre enjuto que sin embargo empuñaba su arma con muñecas de jonronero. A algunos centros de trabajo se les entrega su réplica como gran estímulo; el mío, por ejemplo, la recibió.

Por ahí escuché algo que parece leyenda urbana. Resulta que un custodio descubrió en la madrugada que un delincuente rondaba los tejados. Sin pensarlo, el vigilante echó mano en el mural al recio machete plateado de funda de cuero que recuerda la gesta mambisa y se fue a por el bandido, cual si este fuera miembro del Batallón Cazadores de San Quintín.

Ocurrió hace meses, dicen, pero estoy seguro de que, viviendo la hispánica angustia de sentirse perseguido por el mismísimo Máximo Gómez, el malhechor todavía no ha parado de correr.

miércoles, 10 de octubre de 2012

NTIC

Se conocieron en Internet, chatearon un poco, y cuando se dieron cuenta de que eran el uno para la otra, y también viceversa, se casaron en vivo y en directo. Tuvieron un matrimonio de punta, con múltiples hipervínculos, hasta que a ella le apareció un virus de una máquina ajena…  ¿o también viceversa?

sábado, 29 de septiembre de 2012

Un piojito

A quienes no la conocen se las presento: con 11 años, mi sobrina Chanel es el ser más adorable de la familia.

Cuando vivía en Nuevitas y era más pequeña, Chanel era amiga de todo el barrio y no había maestro o chiquillo de escuela que quedara indiferente a su carisma.

Tampoco ahora que contra su voluntad vive en La Habana ha perdido el toque de los seres especiales. Hace tan solo unos días la visité y recordábamos la anécdota del piojo.

Porque por muy especial que ella sea, no puede librarse de esa eventual visita a su cabeza. Y, un día, Chanel atrapó entre sus uñitas aquel turista sin visa:

—¡Mira mami, un piojito...!

Sin embargo, inmediatamente lo devolvió a sus cabellos.

—¿¡Por qué hiciste eso, Chanel!? –le preguntó molesta la mamá.

—Es que, pobrecito, si lo dejo solo, seguro se muere por ahí.    

miércoles, 29 de agosto de 2012

Omisión


Hasta esta fecha, nadie ha lamentado el naufragio y la muerte de los millones de microorganismos que viajaban, sin fiestas ni champaña, en el iceberg de segunda impactado por el Titanic.

miércoles, 22 de agosto de 2012

Chernobil

Ahora que andamos de extramarcianos por Marte, bajando allá aparatos curiosos que miran por nosotros, es bueno saber que también redescubrimos pedazos amargos de la Tierra. Lo ha declarado recientemente el ucraniano Oleg Bondarenko, miembro de la Comisión Nacional para la Defensa de la Radiación: Chernobil es, otra vez, apta para la vida.
 
Sí, ya sé… los científicos fallaron un día y el error no deja de quemar, pero hay que confiar en la ciencia, que aprecia indicadores favorables para la vida humana en la urbe cuyo nombre acompaña desde 1986 la nuclear fatalidad de una noticia.
 
Dicen que se podría vivir incluso en la faja Sur del anillo de exclusión fijado hasta 30 kilómetros de la planta nuclear accidentada. El dictamen pudiera legalizar a quienes regresaron a escondidas y residen allí porque sí —¿por qué no?, dicen ellos—, en franco desafío a legislaciones y radiaciones. Y tal vez, agregan los que saben, en un futuro se pueda criar ganado y sembrar lino.
 
Yo escucho Chernobil y pienso en los más de 26 000 niños y adolescentes que desde 1990 han recibido en La Habana un tratamiento a base de la mezcla única de medicina, magia transparente, efectivo afecto y trópico terapéutico.
 
Escucho Chernobil y pienso más en Prípiat, la ciudad maldita ubicada a solo tres kilómetros de la planta, la urbe dormitorio cuya sanación no veremos nosotros porque los 24 milenios de radiación estimados parecen mucho tiempo.
 
Prípiat, conocida como “La ciudad del futuro” en la URSS que se fue; Prípiat, con su promedio de edad de apenas 29 años y su  millar de nuevos niños cada vez que el almanaque daba una vuelta; Prípiat, la tierra en que cada uno de sus 40 mil habitantes sembró un arbusto de rosas para sentirse en casa; Prípiat, la tierra de hermanos que no conocía la criminalidad... 
 
Escucha uno el término accidente y recuerda a los “liquidadores”, aquellos bomberos, obreros, voluntarios… que en masa apagaron los incendios y construyeron el sarcófago de sellado del reactor 4 y en masa murieron, a velocidad muy personal.
 
Prípiat es un fantasma de concreto que se quedó a cinco días de inaugurar su parque de diversiones. Los niños de entonces no pudieron estrenar una estrella mecánica que nunca llegó a girar. La gente fue evacuada “por unos pocos días” y dejó todo, por eso las fotos muestran polvorientos zapaticos en los jardines de infancia y cuadernos escolares esperando a solas el próximo timbre, y parques sin novios… No volverán.
 
No lo veremos nosotros, pero podemos escribir las historias para los descendientes que estarán allí dentro de 240 siglos: esos niños de genética marcada curados en La Habana son la buena semilla de la que alguna vez rebrotarán las rosas en Prípiat.

miércoles, 15 de agosto de 2012

Una medalla

Una familia amiga, que sabe que la guayaba ocupa el dos o el tres en mi top ten de frutas, me regaló hace unos días una porción de ellas.

―Para que hagas batido, o una buena mermelada -recomendaron ellos, ¡eso quisiera yo...!

Las tomé, pero a más de que no sé hacer nada con una olla delante, en seguida me apareció un problema: no tengo batidora para hacer un batido, y carezco de coladeras para sacar las semillas como exige “una buena mermelada”. No voy a repetir que vivo en la sucursal más llana y arenosa del Sahara Pelado Corporation.

En fin, guardé aquellas esferas olorosas en mi nevera ártica hasta que otra amiga dulce que ronda los 80 me aconsejó al teléfono que hiciera unos casquitos, delicia simple que no demanda tecnología de punta a mi rústica casa, eterna despuntada.

Seguí su receta al pie de la letra, pero parece que en el camino sufrí algún esguince o lastimé consonantes de vocálico ardor: no pelé las guayabas y al cabo del primer y del segundo hervor quedaron unos cascos únicos, insólitos, brillantes, unos cascos plásticamente claros de dino Rex huevón que serían gorro de Michael Phelps o un protector tremendo a la siempre amarilla, girasólica oreja del Vincent más Van Gogh.

Ahí están, pueden verlos: mis casquitos son hitos: agrios y resecos, ásperos y elásticos, de la merienda fácil, la mejor negación. Más que un dulce casero, recuerdan la cubierta nuclear, el paraguas de horror que llevan los soldados a una guerra, recuerdan la coraza perfecta con que suele vestirse la mujer que a su pretendiente dice largo No.

Así, como este postre frustrado que imagino postrero, supongo sean los cascos azules de la ONU, sólo que ellos no llevan el sol en sus cabezas; no llenan de azúcar sus entrañas; ellos no cargan sus cartuchos de Vitamina C... y eso tal vez los haga frágiles, más huérfanos y endebles, con todo y sus fusiles, con todo y Ban Ki Moon.

Comer de mis casquitos semeja un acto bélico, por eso cuando acabo un vaso terrorista, cuando exploto en mi boca un pote bomba frente al televisor, me pongo sin rubores una medalla enorme que dice al noticiero sobre mi gran valor. Ningún veterano de guerra conocida, de contienda soñada, de refriega prevista, es más guapo que yo.

domingo, 12 de agosto de 2012

Decepción original

Dada a buscar en los rincones, como todas las de su especie, Doña Serpiente se sintió decepcionada cuando halló en el closet matrimonial, entre las cosas de Adán y Eva, una caja llena de manzanas plásticas.

lunes, 6 de agosto de 2012

Honradez

Para otros, la virtud no suele ser tan desgarradora. A medida que iba devolviendo todo lo ajeno, la vida se le escapaba de las manos. La honradez fue el fin de aquella criatura que con tanto celo y sapiencia había creado el Doctor Frankenstein.

jueves, 2 de agosto de 2012

Antártidas

Justo esta tarde me he enterado de que hace tan solo 52 millones de años en nuestra insensible Antártida floreció una espesa selva tropical donde alegres animalillos disfrutaban bajo el sol unos muy cariñosos 20 grados centígrados.

Lo escribieron científicos de la Universidad de Frankfurt, tipos serios que no afirman sin pruebas y hasta llevan espejuelos. Solo leyéndoles a ellos un caso tan parecido pude creer que es posible: esa amiga me olvidó. 

lunes, 23 de julio de 2012

Zapatacienta

Después del baile y la ilusión, de las doce campanadas, la fuga y todo lo demás, el mayordomo de palacio cumplía su encargo: iba de sitio en sitio comprobando qué zapato era el hermoso propietario de la muchacha de cristal que quedó tirada en la escalera.

lunes, 16 de julio de 2012

Enroque

Que todo aburre. Con el paso del tiempo, dejó de gustarles la carne de vaca. Ahora, para pasar el Amazonas con seguridad, el rebaño de reses solo tiene que honrar a las pirañas echando al agua a un viejo pastor.

miércoles, 11 de julio de 2012

El plan

A sus 13 años, Daniel está a solo 11 centímetros de mi Polo Norte, terminó octavo grado con notas mejores de las que yo logré y no tiene reparos en hacerme correcciones:
 
―Papi, te falta la coma del vocativo -me dijo sin pena la tarde en que yo le mostraba mis intercambios con amigos de este caimán  que crío en la red.
 
Mi hijo me va superando en todo, y cuando alguien me lo sugiere casi con lástima, no más respondo:
 
―Ese es el plan.
 
De veras no aspiro a otra cosa. No sueño regalarle el Paraíso que no he conocido ni espero ver; apenas pretendo susurrarle claves para que saque con sus manos, de estas piedras, la parte celestial que pueda. Pretendo que no se me encandile con las etiquetas, que su alma sea más grande que sus ojos y que en su corazón haya habitaciones para el amor y el goce, y para el sufrimiento. Porque, ¿qué bueno no sabe sufrir?
 
¿Qué será, qué será...? Daniel parece andar a gusto entre el laberinto de las ciencias. Y yo me alegro, por dos miserias: porque muy poco puedo apoyarle con sus complicados números y porque muy poco tienen que darle mis austerísimas letras.  
 
Eso no quita que le exija. Siempre que mercadeamos cariños y trueco sus sonrisas por mis consejos, le aclaro algo: él sabe bien que el día que me desalojen de este mundo quiero llevar bajo mi brazo un título suyo: aquel que lo acredite como un gran ser humano.

martes, 10 de julio de 2012

Conclusión pericial

Mi mañana fue noche esta mañana. Cuando iba al trabajo, en un punto de la ciudad pasé por una escena, intacta, de accidente. Y el centro de la escena era un cadáver.

Fuera de la televisión, no tenía experiencia de este tipo. En Cuba, por fortuna, hasta esta fecha, los muertos pueden verse solo en funerarias, pero este no había llegado aún a la suya; al parecer tropezó en su camino (camino a algún lugar sin llantos ni ataúdes) con un camión enorme que no le perdonó su endeble condición de ciclista y le cambió la ruta para siempre.

Allí el cadáver, allá la bicicleta, su vida al otro lado de la vida. Y a la vera el camión, gigante avergonzado de su golpe, quién sabe si culpable o inocente. ¿Qué importa lo que diga el tribunal...?, ya nada tornará al muerto hasta el latido.

Pese a que quise hablarle y darle vivos ánimos al muerto más solo que haya visto —tan solamente solo en negra carretera—, yo nada pude hacer. Yo nada pude hacer; escribo para revelar la causa a los peritos: el camión impactó la extinta bicicleta porque la luna abandonó su puesto al cesar su jornada y el sol durmió mucho, demorando su luz, y las nubes cerraron de grises los espejos del cielo. Son los cables científicos del alma: les digo que este martes fue noche mi mañana.

lunes, 9 de julio de 2012

Caguayos

Aunque parecen los bichos más callados del mundo, los caguayos hablan. Lo supe hace tiempo, en los días de corretear mi infancia nueva de paquete por Santa Cruz del Sur. 

Cierta vez que perseguíamos uno, Pastora, la anciana de verdísimos espejuelos que apenas salía de su casa, nos reveló el secreto:
 
―Cuando yo era chiquita -dijo la mujer- dos muchachos torturaban un caguayo y este se dio la vuelta y les preguntó por qué lo hacían...
 
No hizo falta más que imaginar la escena. Con su relato escalofriante, la viejita había pronunciado el indulto de aquel animalillo caleidoscópico y me había impuesto la inmunidad para toda esa familia, por los siglos de los siglos.  

Mas también certificó mi condena: desde entonces arrastro la más firme convicción de que al darles la espalda, los caguayos cuchuchean entre ellos:
 
―Mira al bicho de un solo color: otro más que tuvo que aprender a respetarnos.

jueves, 5 de julio de 2012

Una promesa

Este 5 muy jueves mi padre cumplió 15 años en la nada. Mi viejo debe estar aburrido en ningún lugar, haciendo del ocio su gran trabajo. Desempleado por la crisis más severa (la única irremediable), tendrá a esta hora su melancólica cara de héroe sin gloria rulfiano.

Porque la muerte es el imperio del vago sigo pensando que mi padre fue reclutado por error o adelanto: aunque tuviera defectos que yo heredara, siempre quiso trabajar. Por eso, y no por otra cosa, morirse debió parecerle un castigo.

No hubo fotos de 15 años para el viejo Enrique. La Parca, que no es nada fotogénica, hace tiempo dejó sin empleo a los fotógrafos, que no pueden retratar, por dentro, a esas personas cuyas cáscaras risueñas glorificaron en vida.

Los vivos somos profundamente egoístas y actuamos como si nunca fuéramos a marchar: yo, por ejemplo (sin ejemplo), pienso que es harto doloroso ver partir tan solo a un ser querido, sin brújula ni compás. Pero hay algo que me duele más que eso: quedar aquí sin él.

Yo no tengo para “máquina”, así que recordándolo hoy me monté en mi bicicleta del tiempo. Y dando pedales pensé en las postalitas de foto con lema que los muchachos de otra época regalábamos para el Día de los Padres. Una vez, a mis 13, le di una con mi cara en sonrisa y esta frase:

—Padre, te prometo ser mejor.

Mi rostro de hoy no ha sonreído tanto. Hoy me di cuenta de que hace tres lustros se fue sin decir si le cumplí.

domingo, 1 de julio de 2012

Flacos

Lo advierto: este es un post huesudo y largo. Hace un año y nueve meses mi directora, una mujer perspicaz, calculó cuántos kilos yo pesaba, me miró con cara de reunión y me dijo:

—Pues te toca Alejandro.

Doce meses después, al próximo septiembre, como comprobó que yo no había ganado peso (parece que no convierto en gramos, ni siquiera en onzas, el sempiterno picadillo del almuerzo) me repitió la dosis:

—María Antonieta es tuya por dos años.

Lo escribo así, inmodestamente, porque este viejo que soy, este diablo a que aspiro, sabe más por flaco que por longevo Satán. Y la editora para la que trabajo me puso a atender como tutor a los dos muchachos recién graduados cuyo diseño corporal más se parece al que tengo.

Alejandro Rodríguez es un flaco acelera’o que nunca se está tranquilo. Los bolígrafos sufren en sus manos extrañas epilepsias. Siempre va armado de un cigarro y jamás tiene fósforos. Su barrio de origen le permite entender el mecanismo de reloj suizo que rige las ventas de trineos polares en Camagüey, pero no se vayan a confundir; así como el bajo mundo, conoce tanto el elevado, casi celestial, que le permite quitarse sus zapatos para dárselos, sin cálculos ni sicotes, a algún amigo en apuros.

María Antonieta Colunga es una versión mejorada de Alejandro. Yo diría que bastante mejorada. ¡Muy mejorada! No se preocupen: como soy el tutor no voy a caer ni en incesto ni en pederastia. Bueno, trataba de decir que ella calza más o menos las libras de Alejandro. A su edad, asombra su vocación maternal y la madurez que muestra contradice a las claras una piel que le sentaría bien a cualquier princesa de Disney. Sus neuronas no solo son intranquilas; también, guerreras, y cuando defiende un criterio poco importa quién sea el polemista que en vano pretenda llevarle la contraria. Guapa en las dos variantes (a la española y a la cubana) y solidaria al punto de hacer con sus límpidas manos una sopa para dar de comer a un anciano enfermo y solitario.       

Esos son mis “alumnos”. Sin que se entere la directora que ya mencioné, he de confesar que no les he enseñado nada. Nada que no sea la implicación periodística de este cuerpo aedesaegyptico:

—Vean (les digo señalándome a mí mismo) un ejemplo de síntesis. Soy una ele anoréxica, un lead abreviado, una línea sin raya, una pirámide vertida. Y más que sumario, soy un restario.

Parece que ellos me entienden porque, pese a las libritas que María Antonieta incrementa muy de vez en cuando, se mantiene, tanto como Alejandro, del lado de los delgados. De esas cosas hablamos, porque de teoría y técnica y rollos y blablablá lo hacemos bastante poco.

Yo vivo orgulloso del par que me tocó en el reparto de flacos. Por eso cuando supe que ella había ganado Premio y Mención, y él, Premio, en el Concurso Nacional de Periodismo 26 de Julio, sentí alegría de padre y los llamé en seguida y busqué para ellos los detalles del caso. Y cuando he oído en titulares de aquí y allá sus laureados nombres, he pedido al Señor de la dieta una simple plegaria:

—¡Dios mío, protégelos, que la fama no me los suba de peso…!

viernes, 29 de junio de 2012

Los abuelos cuentan

Mucho viento después, frente al pelotón de adormecimiento, mi abuela María moriría con 97 años, tras contarnos mil y un relatos de su antigua juventud, casi siempre relacionados con un mancebo que cierta vez estremeció a todas las mujeres (y dicen que no solo a ellas) de Santa Cruz del Sur: el ciclón del '32. 

A cada rato yo creo charlar con ella, entre su mundo y el mío, y entiendo de un cuento a otro que sus dotes de narradora oral fueron más que superadas: en esos mismos instantes que dedico a la memoria, los nietos del huracán repiten las anécdotas que oyeran a aquel abuelo ágil, húmedo, arrogante, que frente a un mar de otro siglo pusiera mi pueblo a sus pies. 
 

lunes, 25 de junio de 2012

Comecandela

Aunque me aleje del aplauso debo admitirlo: ni siquiera de niño me gustaron los circos, ese mundo bajo carpa donde abunda el talento y se entrega hasta la piel, pero en el que siempre creí ver que se quebraba la naturaleza humana o animal para comprar un elogio:

―¡Bravo...!

No entendía del todo, no admitía del nada, los pedidos con látigos al compañero tigre, ni las gracias impuestas a un equipo de monos, ni  el ciclismo forzado a un quinteto de perros, ni la hoja de ruta para andar en la arena a elefantes enormes que en cambio parecían cansados sin remedio, ni la risa de plástico que mostraba el payaso.

Y entre otras tantas incomprensiones, no entendía al comecandelas, un ser combustible que quemaba su alma cada noche, con tal de mostrar cada noche la entereza del cuerpo.

Este domingo, mientras pintaba una reja en casa de una amiga, he pensado en el circo y he pisado los límites de la carpa y la arena: a mitad de mañana, mientras estaba concentrado repartiendo amarillos, vino ella y me dijo:

―Toma...

Yo tomé, literalmente tomé, con sorbo de adolescente. No podía saber que ella me alcanzaba un pote de gasolina con que lavar las  brochas. Después del susto... y del salto, viví un día químicamente largo: lo pasé tomando líquidos y eructando fórmulas de la tabla periódica del viejo Mendeleiev.

Me da pena decirlo, pero sé que habré herido otra esquina de la capa de ozono. Por eso pensé mucho en la agonía perenne de aquellos comecandelas y durante muchas horas, por si las moscas, no me atreví a acercarme a la llama más tenue, no fuera que diera una función gratuita. 

viernes, 22 de junio de 2012

La escultura y la grieta

En un lugar de la galaxia, de cuyo nombre no puedo acordarme, decidieron levantarle una estatua a la crítica. Colectaron miles, arrendaron el punto más céntrico y pagaron al mejor escultor, traído de un sitio cuya distancia justificaba sus honorarios.

El artista comenzó. Al cabo de muchas lunas y algunos soles quedó lista la obra. Era perfecta, pero cuando todos la hubieron mirado le descubrieron un defecto imperdonable: su inquietante sugerencia que les impidió dormir tranquilos. Se sentían denunciados por aquella insolencia pública que les robó la plaza.

Cuando insinuó que faltó bronce en su figura, cuando echó luz sobre la intolerancia tolerada y gritó la incultura de los hacedores de estatuas, cuando demostró que nadie quería saber de ella y su modelo, empezó a molestar.

Entonces todos, con el escultor a la cabeza, decidieron derribarla.

domingo, 17 de junio de 2012

Por si acaso...

Porque de ancianos todos somos de nuevo un poco niños, el bello cisne se suicidó: temía que, de viejo, regresara su look de patito feo.

viernes, 15 de junio de 2012

Dos guerrilleros en un día

El Lugarteniente General olvida su lugar, oculta su rango y no viste de bronce en esta fecha; descarga la carga que prepara y baja otra vez —él siempre lo hace a golpe de modestia— del sitio en que la Historia lo ha subido. Maceo está hoy de cumpleaños  y quiere apenas ser Antonio, el simple campesino que ama sus raíces de tierra y de familia. 

Ama mucho, dócilmente y demasiado, el bravo que más hondo sabe protestar: el fornido mulato se ve hoy “almado” y desarmado, sin machetes ni apuros, solo quiere este fin de semana ser el hijo de Marcos, un padre al que el domingo, callado y conmovido, le dará ese abrazo sensible que solo entiende en la casa la piel de los titanes.

El Che es más Che que nunca este 14: más amigo es el jefe que reparte su gloria pareja a los humildes. “¡Ya tiene 84, Comandante!”, le dice un soldado que pasa entre las brumas de la selva, soldado apurado que quiere como un padre a quien le manda con voz de nube y mirada de trueno, o viceversa, que da igual.

Pero el hombre severo tiene sus respetos: guarda su pipa en un bolsillo —ya ni fuma—, renueva la sonrisa siempre nueva de hijo bueno y pasa de la  muerte a nuestro  mundo suyo, brinca de nuevo de Bolivia a Santa Clara, de Santa Clara a la Argentina, montado en una estrella casi tan guerrillera como él.

Este domingo que viene, de los Padres, bastará un solo cuerpo a dos Ernesto, estará el guerrillero con quien le dio el nombre con la vida. Le veremos, en fin —¿o en un principio?— en familia, cubano y argentino, haciendo un campamento sin balas en medio del hogar, ganando otro combate, a ejemplo limpio, por la felicidad.

jueves, 14 de junio de 2012

Vocación

Sólo al final de su vida, tras mucho estudio y abundantes privaciones, el prominente biógrafo Shisme All Día descifró las motivaciones que tuviera El Magno para hacerse un gran  guerrero: de niño, en Macedonia, los muchachos le gritaban Alejandro el Glande.

lunes, 11 de junio de 2012

Bolero

Una vez entrevisté a Papito García, sin dudas el interlocutor más afable que me haya tocado en suerte. Un tipo increíble, que se sentía eso que por aquí llaman “camagüeyano rellollo”, pero que demostraba en cuerpo en alma, en cara y risa, que el término nada tiene que ver con la petulancia o presuntos abolengos.

Sin bailar, Papito era el gordo más carnavalesco, y siendo blanco, cabía en él el ritmo entero del África. Viéndolo, uno podía creer y entender que la música tiene también obesas notas. Porque él investigó como nadie los secretos del San Juan Camagüeyano y los sudores de congas y comparsas nacidas de cabildos africanos que rastreó con olfato de noble rancheador.

Mas no es todo: Papito fue finísimo guitarrista acompañante que doró con sus dedos los mil y un boleros. Era algo así como un Sancho sin par que con rucio de seis cuerdas secundó en amorosas aventuras a buena parte de los grandes boleristas de Cuba. Cuando pasaban por aquí, casi todos hacían un pedido:

―Que me acompañe Papito...

Y allá estaba él a sala llena, a media luz, creyendo que dejaba el mayor aplauso a quien cantaba, como si el público no supiera que sin la guitarra, y sin el guitarrista, el bolerista no conquista ardor alguno.

Esta es, en fin, mi imagen de Papito García Grasa, otro grande que se va del teatro de la vida escuchando el sonoro “¡Bravo...!" del espectador; es mi retrato apurado del anciano que nunca aprendió a tutear; mi escultura en palabras de un hombre multicolor que ahora mismo estará diciéndole al Creador, con el respeto que merece:

―Cante usted, señor Dios; yo con gusto le acompaño.
    

jueves, 7 de junio de 2012

Página del Diario de una rana

Alguna vez les he hablado de mi rana, la que me acompaña en casa hace más de un año o dos. Pues bien, la compañera ha crecido, así que le sugerí que actualizara la foto de su perfil, pero ella es un  batracio maduro que no está para esas nimiedades.

Aunque sea en el subsuelo, todos tenemos nuestros orgullitos, y no voy a negarles que me sentía un tipo generoso, casi un mecenas que aseguraba para la posteridad el creativo croar de mi inquilina. 

Yo creía haberle permitido instalarse detrás del lavadero y haberle dado licencia para hacer algún que otro safari de insectos cuando la noche despierta su apetito de mortal brincadora.

Yo pensaba que me hacía mejor persona cuando le cedía el paso en sus incursiones de casera exploración. Pero la vida es cruel; nunca acabamos de conocer al prójimo: resulta que hace poco registré entre sus verdosas cosas y leí esta página de su Diario que me ha dejado más frío que ella misma:

―Conmigo se ha mudado un tipo. No había visto a nadie tan flaco; ni siquiera el sapo aquel que enamoró a mi madre en el año '93, cuando la libra de mosquito no se podía pagar. Este está peor: no sabe croar y no usa su lengua ni siquiera para halar el bicho más pequeño. Tiene la piel muy lisa y de un solo color, ¡qué asco! Se va temprano, regresa tarde, usa un poco de agua de la que le dejo y se esconde en su cueva blanca mientras yo hago cosas más importantes en la mía. ¡Me da una lástima... yo no tengo corazón para cobrarle alquiler! Tiene suerte de que soy una rana consciente, pero el día que me moleste lo agarro con un pedazo de periódico y lo boto por la ventana.

miércoles, 6 de junio de 2012

Kid Renegado

Normalmente, las herencias no se piden; llegan y ya. De niño recibí un ágil legado: la afición por el boxeo. Me encantaba sentarme frente a tele ajena a mirar cómo los púgiles cubanos vencían en nueve minutos a rivales de países potentes que ignoraban lo que era, lo que es, un agua de azúcar prieta, un picadillo ignoto, una casa de nueve, un techo goteando...

Con los años, llovieron medallas sobre la Isla. Y tuvimos Teófilos y Hortas, Savones más Candelarios, Carriones con Armanditos, pero, ingrato yo, me salí del cuerpo a cuerpo y hasta de la media: tomé larga distancia de mi televisor y perdí esta pelea por abandono.

Ya no quiero mi herencia, ya reniego de ella. Ya no creo que gano cuando a un compatriota de ébano le suben el brazo. Ya no veo la gloria de quien vence golpeando. Y no siento placer si hay un noqueado: sea de Kiribati o sea de yanquilandia.

Hoy se anuncia que desaparecerán las cabeceras, para que el público vea al momento, en escarlatas colores, la cara chamuscada, el inflamado ojo, la nariz rota... Y parece que aceptaremos, que con la cabeza arriaremos el orgullo nacional. 

Yo cuelgo mis guantes. Cuba me ha enseñado a librar peleas de amor. De ella recibí un nuevo legado: mi aflicción por el boxeo.

miércoles, 30 de mayo de 2012

Alta política

La anécdota es simple, pero a menudo el destino del mundo pende de un hilo más fino: mientras iba a comprarle algunas cosas para su mesa, perdí la jaba de una amiga. Cumplido el cometido, me disculpé mil veces, y mil veces respondió que no importaba.
 
Pero a mí sí, de modo que ahora negocio con su hija cierto tráfico ilegal; más bien una introducción de mercancía (porque la vida a veces imita al mercado) que consistiría en lo siguiente: yo entrego otra jaba y la muchacha la deja caer, como al descuido, en la cocina familiar. Después la familia adopta a la recién llegada y punto.
 
Continúo con la jovencita la gestión diplomática a dos bandas (resulta que ella tampoco concuerda con mi política) y ya compré la jaba sustituta. Me la vendió un cubano simpático y carismático, un jabero jaba'o, al que pedí cambiar la primera que había tomado:
 
―¡Cómo no, si no hay la que usted quiere, la mandamos a hacer por internet...!
 
Entre nos, yo estoy seguro de que él apenas sabe de esa net nuestra que está por los cielos, de esta net en la que a cada rato tengo que enredarme, pero tampoco tengo dudas de que de su amabilidad la Red de redes tendría que aprender. Fue el nuestro un diálogo fresco, un negocio fugaz que con tres pesos nos tornó millonarios, una confirmación adicional de que en la gente sencilla se refugia mayúscula grandeza.
 
El vendedor de jabas, el anciano de sombrero de guano y sudada camisa, me enderezó la mañana y me renovó los ánimos para ir a discutir con buenas maneras, en esa ONU trascendental que es mi barrio, mi aspiración de que al fin mi amiga acepte mi jaba como ofrenda de afecto. ¿Qué dirían los niños de mañana si ella provocara el holocausto... por una jaba?    

lunes, 28 de mayo de 2012

Pesquería

Espantó una mancha de rosados pargos y esperó. Al momento vio bajar, de la silueta del bote, el brillo del anzuelo. Ahora el tiburón solo tiene que halar el cordel.

jueves, 24 de mayo de 2012

Glaciar

A André McCollins no se le quita el frío. Hace diez años, cuando él tenía 18, sus profesores lo ataron y torturaron por varias horas, sometiéndolo a descargas eléctricas que casi lo desenchufaron para siempre de este mundo, solo por negarse a quitarse el abrigo.

No lo escribo yo; lo muestra un vídeo que circula en internet con una más que fílmica antesala: “Las imágenes pueden ser perturbadoras”. 

La verdad puede ser perturbadora. El exalumno de la escuela para discapacitados de Rotenberg, en Canton, Massachusetts, no esperaba esa respuesta “pedagógica” de sus profesores, que en inédita lección de inhumanas geografías se burlaron de él, de Norte a Sur, y lo privaron de agua y alimentos desde Oriente hasta Occidente.

Su abrigo fue una especie de bandera en cuya defensa por poco pierde la vida y esta historia terminó en un hospital que bien pudo ser de guerra. Ganó esa cruenta batalla, pero el frío sigue intacto: André McCollins lleva cubiertos los picos de su cabeza con los hielos eternos del autismo.

miércoles, 23 de mayo de 2012

Think tank

Como estamos en plena primavera, no asombra el pronóstico: el amigo Rogelio se piensa casar. Y por esa ley no escrita en Cuba de que quien se casa, casa no tiene, el muchacho y su novia están armando un nido temporal en Camagüey, con hierbitas de aquí y palitos de allá.
 
La pareja, que no puede soñar con un folclórico tinajón, busca un tanque plástico para acopiar agua; así que cuando pasé por cierta esquina y vi a un hombre vendiendo uno, rechoncho y azul como el mar, no pude menos que abordarlo cual especie de padrino, sino de novios, al menos de recipientes.
 
Al otro día le avisé a Rogelio y éste en seguida reclutó a Alejandro, otro intrépido afectuoso, para ir a hacer negocios. Pero en la casa de marras solo hallaron a una pareja de viejitos:
 
―Abuela, ¿aquí no venden un tanquecito? -preguntó Alejandro a la dulce señora.
 
―No mi'jo, aquí no hay niño chiquito -respondió con voz encanecida.
 
Trabajo les dio sacar en limpio que su nieto, que era quien vendía el celeste barrigón, ya había cerrado el trato.
 
Mis amigos me contaron: todavía cuando salían por aquella puertecita de la calle San Patricio escuchaban el lamento de la anciana:
 
―¡Ojalá tuviéramos niños chiquitos...!
 
Yo espero que el tanque aparezca y sea firme anillo de bodas. Yo espero que, en muchas décadas de unión, Rogelio y Lizet se encarguen de concretar el sueño imposible de aquella abuela.