Una vez entrevisté a Papito García, sin dudas el interlocutor más afable que me haya tocado en suerte. Un tipo increíble, que se sentía eso que por aquí llaman “camagüeyano rellollo”, pero que demostraba en cuerpo en alma, en cara y risa, que el término nada tiene que ver con la petulancia o presuntos abolengos.
Sin bailar, Papito era el gordo más carnavalesco, y siendo blanco, cabía en él el ritmo entero del África. Viéndolo, uno podía creer y entender que la música tiene también obesas notas. Porque él investigó como nadie los secretos del San Juan Camagüeyano y los sudores de congas y comparsas nacidas de cabildos africanos que rastreó con olfato de noble rancheador.
Sin bailar, Papito era el gordo más carnavalesco, y siendo blanco, cabía en él el ritmo entero del África. Viéndolo, uno podía creer y entender que la música tiene también obesas notas. Porque él investigó como nadie los secretos del San Juan Camagüeyano y los sudores de congas y comparsas nacidas de cabildos africanos que rastreó con olfato de noble rancheador.
Mas no es todo: Papito fue finísimo guitarrista acompañante que doró con sus dedos los mil y un boleros. Era algo así como un Sancho sin par que con rucio de seis cuerdas secundó en amorosas aventuras a buena parte de los grandes boleristas de Cuba. Cuando pasaban por aquí, casi todos hacían un pedido:
―Que me acompañe Papito...
Y allá estaba él a sala llena, a media luz, creyendo que dejaba el mayor aplauso a quien cantaba, como si el público no supiera que sin la guitarra, y sin el guitarrista, el bolerista no conquista ardor alguno.
Esta es, en fin, mi imagen de Papito García Grasa, otro grande que se va del teatro de la vida escuchando el sonoro “¡Bravo...!" del espectador; es mi retrato apurado del anciano que nunca aprendió a tutear; mi escultura en palabras de un hombre multicolor que ahora mismo estará diciéndole al Creador, con el respeto que merece:
―Cante usted, señor Dios; yo con gusto le acompaño.
Me encantó la última frase.
ResponderEliminarMuchacha... me estás Marcriando. Mira que a lo que bueno todos nos acostumbramos. ¿Qué voy a hacer cuando no vengas por aquí...?
ResponderEliminarMila, yo no tuve el placer de conocerle, pero ya esta estampa tuya me da la posibilidad de quererlo y admirarlo. Se escuchará mucho mejor al altísimo por estos días, de seguro.
ResponderEliminarGracias, María. Sabes que así como no los niego, no regalo elogios, pero este lo hice porque no era mío; era de Papito García, un hombre que en más de 70 años construyó en sí mismo un ser humano grande de veras.
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