martes, 23 de septiembre de 2014

Las dos flores


Caminaban. En algún sitio con hierba silvestre y encantada, ella la vio:

—Quiero esa flor, tan sola y amarilla –pidió.

Tuvo en la mano la flor que siempre tiene dentro. Alumbró su cabeza, que ya llevaba toda la luz que pueda concebirse, y siguieron andando.

Horas después, él pensaba en las dos y sonreía a solas, seguro de que ella jamás conocería lo que la flor —que estaba allí emboscada, esperando aquel paso de huella cristalina— suplicó al viento que siseaba, a cambio de su polen:

—Quiero ser bella. Quiero que pongas encima de este pétalo a esa muchacha que con su rostro opaca mi hermosura.