Caminaban. En algún sitio con
hierba silvestre y encantada, ella la vio:
—Quiero esa flor, tan sola y
amarilla –pidió.
Tuvo en la mano la flor que siempre
tiene dentro. Alumbró su cabeza, que ya llevaba toda la luz que pueda
concebirse, y siguieron andando.
Horas después, él pensaba en las
dos y sonreía a solas, seguro de que ella jamás conocería lo que la flor —que
estaba allí emboscada, esperando aquel paso de huella cristalina— suplicó al
viento que siseaba, a cambio de su polen:
—Quiero ser bella. Quiero que pongas
encima de este pétalo a esa muchacha que con su rostro opaca mi hermosura.
Qué ´post más lindo Enrique... ya te extrañaba.
ResponderEliminarMarian: Tengo algunos amigos y un que otro loco que me lee, pero cuando vi que había un comentario pedí: que sea Mar. Y ya ves... Gracias por regresar conmigo.
EliminarQué lindo Mila!!!! Me alegra tu regreso. Nunca abandones tu caimán!!!!, besitos de Cuqui y familia incluida!!!
EliminarGracias, Cuqui. Lo que le pasa al caimán es que se adapta a un cambio, pero nunca podríamos abandonarnos (tenemos un pacto de resistencia mutua o algo así). Muchos saludos también para ti y la familia. Los quiero mucho a todos.
EliminarNo Enrique, no!! Yo nunca me fui!!!
EliminarYo, que no puedo exigirte tanto porque ni siquiera nos conocemos personalmente, estaba a punto de demandarte con el señor Blogspot por no alimentar a tu caimán.
ResponderEliminarGracias por el regreso!
Un amigo que lee siempre puede exigir, Carlos Luis. Gracias a ti, por tu fidelidad a este espacio. Un abrazo.
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