martes, 23 de septiembre de 2014

Las dos flores


Caminaban. En algún sitio con hierba silvestre y encantada, ella la vio:

—Quiero esa flor, tan sola y amarilla –pidió.

Tuvo en la mano la flor que siempre tiene dentro. Alumbró su cabeza, que ya llevaba toda la luz que pueda concebirse, y siguieron andando.

Horas después, él pensaba en las dos y sonreía a solas, seguro de que ella jamás conocería lo que la flor —que estaba allí emboscada, esperando aquel paso de huella cristalina— suplicó al viento que siseaba, a cambio de su polen:

—Quiero ser bella. Quiero que pongas encima de este pétalo a esa muchacha que con su rostro opaca mi hermosura. 

7 comentarios:

  1. Qué ´post más lindo Enrique... ya te extrañaba.

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    1. Marian: Tengo algunos amigos y un que otro loco que me lee, pero cuando vi que había un comentario pedí: que sea Mar. Y ya ves... Gracias por regresar conmigo.

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    2. Qué lindo Mila!!!! Me alegra tu regreso. Nunca abandones tu caimán!!!!, besitos de Cuqui y familia incluida!!!

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    3. Gracias, Cuqui. Lo que le pasa al caimán es que se adapta a un cambio, pero nunca podríamos abandonarnos (tenemos un pacto de resistencia mutua o algo así). Muchos saludos también para ti y la familia. Los quiero mucho a todos.

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    4. No Enrique, no!! Yo nunca me fui!!!

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  2. Yo, que no puedo exigirte tanto porque ni siquiera nos conocemos personalmente, estaba a punto de demandarte con el señor Blogspot por no alimentar a tu caimán.
    Gracias por el regreso!

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    1. Un amigo que lee siempre puede exigir, Carlos Luis. Gracias a ti, por tu fidelidad a este espacio. Un abrazo.

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