jueves, 31 de julio de 2014

Irse


Juro que nunca pensé irme, pero lo hice. Nunca pensé correr la ignota suerte del emigrado, y aquí estoy. Dejé casi todo atrás; atrás me dejé a mí mismo para venir. No sé qué estará delante. Como tanto recién llegado, he trabajado un mes “por la izquierda”, buscando unos quilos para no vivir en lo que “llegaban” los papeles.

Llegaron ayer. Desde ayer tengo un carné de identidad con dirección de La Habana. Claro que me dolió dejar el otro, condenar al destrozo el viejo carné que por tantos años soportó mis cuitas camagüeyanas. Era tan noble el viejo que falleció sin una multa pintoresca, sin extravío de fiesta, sin un ahogo en lavadora, sin un despegue siquiera. Yo creo que, en el fondo, mi carné era mejor tipo que yo, pero aun así era él quien debía inmolarse: exigencias de la norma burocrática. En otro país me hubieran cambiado a mí y dejado intacto el documento; aquí es distinto, por suerte, todavía.

"¿Va a donar órganos?", preguntó una mujer y dije que sí, aunque sé que, ni en vida ni en muerte, ninguna de mis piezas le serviría a alguien para algo. En todo caso, en lugar de contribuir a un programa de donación, mis órganos pueden ayudar a elevar la productividad de un programa de eutanasia.

En resumen, dos horas bastaron para el cambio. Debo decir, en defensa de lo pocas veces defendible, que me asombró la eficiencia del mecanismo. Tanto me asombró que al final casi le pido a la empleada que añadiera a mi nombre este alias: “el hombre del gato”, pues llegué allí con la esperanza maldita de que no se pudiera hacer o demorara un tiempo imposible de esperar.

Yo creía que obtener la residencia oficial requería pasar un curso para entender y hablar el idioma habanero —hay quien consigue una cosa, hay quien la otra; hay quien no logra ninguna de las dos—, o aprobar un riguroso examen de Historia que pregunta, por ejemplo, cómo fue que Industriales salvó la Guerra de los Diez Años. Pero no, pasé ileso el trámite y al final del proceso una morena de enormes uñas azules me dio el nuevo documento.

Lo miré extasiado: ¡ahora puedo viajar! En efecto, con el nuevo carné de identidad puedo volar a Camagüey, aunque pasaría por la tentación de tantos que se quedan al primer viaje. ¿Ustedes se imaginan viajar a Camagüey y regresar?      

Camagüey tiene mi mayor raíz (mi madre) y mi mejor rama (mi hijo); Camagüey guarda muchos de mis afectos. En La Habana he hallado de todo, desde amigos todo abrazo hasta gente cegada por el odio. Por compleja que sea la balanza, traté de venir para quedarme. De todos modos, no quisiera por ahora viajar a Camagüey: yo no sé si sean tan fuertes mis “principios” como para no quedarme allá.

8 comentarios:

  1. Coño Mila, me hiciste llorar.
    Justo en un instante complejo de mi vida -en el que la migración me ha tocado, como te tocó a ti en aquel post de Playa Girones. ¿Recuerdas?- te apareces tu con este Irse.
    Suerte amigo.
    Ya lo superaremos.

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  2. Gracias, Rafael. Como ves, trato de llevar las cosas con seriedad y humor, algo difícil, por cierto. Pero andando se curan las ampollas. Nos vemos.

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  3. Jajaja bienvenido!!!!!!!!!!!! Esta si que es una buena nueva noticia!!!!!!!!!!!!

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    1. Gracias, Yaima. Veremos cuando "tropezamos" por ahí. Te adelanto un abrazo.

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  4. Hermano, un abrazo enorme para ti y muchos éxitos,tu los mereces.Eres de los grandes.

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    1. Bueno, no sé quién eres, hermano anónimo, pero esta vez me basta con tus buenos deseos. Merezco poco, pero pido poco, así que estoy tranquilo. Un abrazo y suerte para ti, seas quien seas.

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  5. Querido cocodrilito, se te olvidó un punto importante: ahora la boda no hay que celebrarla a larga distancia ;)

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    1. Así mismo, ya no habrá que decir "hasta que la Yutong nos separe".

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