martes, 26 de octubre de 2010

Voleibol

Estados Unidos ha dado muy buenos equipos y su sexteta masculina es la campeona olímpica vigente, sin embargo en la Casa Blanca no saben nada de voleibol. Con Barack Obama, el espigado atacador opuesto que lleva el número 44 en su camiseta presidencial, ya suman once  los jerarcas que han jugado el patético partido —da igual si Republicano o si Demócrata— de poner en aprietos frente a sus jugadas de engaño al rival que se inventaron.

Cada año, los comentaristas en la ONU ponen reparos a este encuentro porque normalmente un equipo ataca y el otro bloquea. Aquí no: el mismo atacador hace el bloqueo porque pretende impedir que cualquier cosa, hasta un inofensivo balón lleno de... aire, llegue al terreno de Cuba.

Quieren prohibirle hasta el aire a esos voleibolistas valientes que no se rinden al otro lado de una net que más bien parece telaraña. De modo que en esta disputa mundial la Mikasa apenas sale de la cancha del más fuerte. Pero los marcadores sugieren que hay más pelotas en el terreno de los bloqueados.  

jueves, 21 de octubre de 2010

Geografía psíquica

Cuba es una isla rodeada de muros. Limita cuatro veces con el Norte. Las olas estrechas de la Florida semejan la estera que trae los bloques relucientes, listos para colocar, desde la fábrica de Washington que no conoce la crisis.

Digno sucesor de los suyos, Barack Obama usa satisfecho el casco de hacedor de tapias que heredó de sus ancestros en el cargo, todos ellos hombres de hiel muy clara.

Sin mucho catalejo lo vemos desde El Morro: es largo el linaje de bloqueadores que se ha sentado en su sillón. Mas no tan largo como el desfile de cubanos que nacen con un cincel.   

miércoles, 20 de octubre de 2010

Mensaje

Se atrevió a embarcarse en velero equivocado, esperó a hacer aguas la nave de su vida, se obligó a aguardar el último minuto frente a la gran ola, precisó naufragar al otro lado del mal... para tomar, al fin, aquella mano y decir que le quería. 

viernes, 15 de octubre de 2010

Un epitafio

Al menos acepta las flores. Orgullosa mulata, prima cercana de la Cecilia, que tomó en amores el mismo camino que lleva a Madrid. Por esas sinrazones de la vida, nunca quiso arrendarle espacios cardíacos a Agustín, el humilde cortador de cabellos de la calle Jesús María.

Sólo cuando enviudó, cuando volvió anónima y pobre, que es distinto y es igual, aquella exbelleza se amarró a su tierra con nudos irreversibles. Amor es suspense: alguna mañana de hace un siglo y tanto nació el epitafio en el cementerio: “Aquí Dolores Rondón finalizó su carrera, ven mortal y considera las grandezas cuales son...”

Dicen que dicen que eran versos de Agustín, quien también solía embellecer las rimas de las cabezas. Muy dada a la novela, la ciudad entera decidió mejorar el final de aquel romance: retocamos sin descanso la inscripción para que ni los muertos olvidasen la enseñanza: “...el orgullo y presunción, la opulencia y el poder, todo llega a fenecer pues sólo se inmortaliza, el mal que se economiza y el bien que se puede hacer”.

Ahora mismo, en su epitafio de famosa, Dolores Rondón recibe todas las flores del mundo sin saber que, aunque vengan de España, fueron cortadas con las tijeras de un barbero.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Ulises

¿Qué hago aquí, tan lejos del mar? Realmente no lo sé. Me trajeron mis propias odiseas, que no han sido pocas,  me guiaron cantos de sirenas desafinadas, me entretuve buscando tejedoras en un sitio en el que las mujeres compran sus sudarios  en divisa…  y ahora estoy varado en medio de la tierra, más como náufrago que como héroe, sin la esperanza melosa del poema épico que coloque mis días en la posteridad.

Esta es mi espada. Con ella guerreé allá en Santiago, al otro lado de Troya. Con todo respeto: Palas Atenea hizo muy poco por mí. Vean, mis cicatrices son un croquis del último asedio a los muros de la ciudad. Nosotros no pudimos franquearla en caballo de madera: ya habían leído el pasaje. Los caballos fuimos los guerreros, y también la madera, pero aquí estoy. No importa que ningún ciego lo escriba en 24 cantos perfectos: ya cumplo veinte años lejos del mar. Veinte años decidiendo a cuál de las costas iré.

jueves, 7 de octubre de 2010

A mano “almada”

La maestra de mi hijo dice gustar de mis “artículos”. Lo afirma y lo firma con ojos buenos, gastados no tanto de escalar periódicos como de navegar por las corrientes del aula capitaneando a estos muchachos infinitos, rebeldes sin pausa, que curso por curso, que clase por clase, que timbre por timbre se le amotinan cambiándole las letras de lugar. 

Y a sólo unos pasos de mi Daniel yo le falto y aclaro, yo me hago el malo del grupo y corrijo sin piedad a esta señora que cocina lecciones con manos de abuela: ¡no sabe nada de nada, no tiene ni mera idea, ni siquiera pudiera sumar, en esa pizarra que escribe la esperanza, cuántos maestros de dulce sabiduría como usted hay debajo, encima, adentro y afuera de cada una de las letras con alma que me dejaron robarles! 

lunes, 4 de octubre de 2010

Mi gota

Por fin conseguí el atávico sueño de alargar primaveras. ¡He logrado domesticar una gota de lluvia! Llegó, según creo, en un aguacero de mayo, tímida y escurridiza, y poco a poco fue tomando confianza hasta que mudó todas sus cosas y dijo a secas:
 
—Me quedo.
 
Desde entonces la crío en casa —¿o me cría ella?—, encima del lavadero. Mi gota y yo alcanzamos total armonía porque cada uno respeta el espacio del otro.
 
Ya no vivo solo: ahora cae en mi apartamento un tic tic que no calla, una especie de lluvia infinita, casi bíblica, ideal para enmohecerme estos huesos devotamente ateos que en los días de truenos y centellas no le reclaman a Dios.
 
Pero grande como diluvio es también la ingratitud humana: no comprendo cómo mis vecinos menosprecian el milagro llamándole “filtración”.