Ahora que andamos de extramarcianos por Marte, bajando allá aparatos curiosos que miran por nosotros, es bueno saber que también redescubrimos pedazos amargos de la Tierra. Lo ha declarado recientemente el ucraniano Oleg Bondarenko, miembro de la Comisión Nacional para la Defensa de la Radiación: Chernobil es, otra vez, apta para la vida.
Sí, ya sé… los científicos fallaron un día y el error no deja de quemar, pero hay que confiar en la ciencia, que aprecia indicadores favorables para la vida humana en la urbe cuyo nombre acompaña desde 1986 la nuclear fatalidad de una noticia.
Dicen que se podría vivir incluso en la faja Sur del anillo de exclusión fijado hasta 30 kilómetros de la planta nuclear accidentada. El dictamen pudiera legalizar a quienes regresaron a escondidas y residen allí porque sí —¿por qué no?, dicen ellos—, en franco desafío a legislaciones y radiaciones. Y tal vez, agregan los que saben, en un futuro se pueda criar ganado y sembrar lino.
Yo escucho Chernobil y pienso en los más de 26 000 niños y adolescentes que desde 1990 han recibido en La Habana un tratamiento a base de la mezcla única de medicina, magia transparente, efectivo afecto y trópico terapéutico.
Escucho Chernobil y pienso más en Prípiat, la ciudad maldita ubicada a solo tres kilómetros de la planta, la urbe dormitorio cuya sanación no veremos nosotros porque los 24 milenios de radiación estimados parecen mucho tiempo.
Prípiat, conocida como “La ciudad del futuro” en la URSS que se fue; Prípiat, con su promedio de edad de apenas 29 años y su millar de nuevos niños cada vez que el almanaque daba una vuelta; Prípiat, la tierra en que cada uno de sus 40 mil habitantes sembró un arbusto de rosas para sentirse en casa; Prípiat, la tierra de hermanos que no conocía la criminalidad...
Escucha uno el término accidente y recuerda a los “liquidadores”, aquellos bomberos, obreros, voluntarios… que en masa apagaron los incendios y construyeron el sarcófago de sellado del reactor 4 y en masa murieron, a velocidad muy personal.
Prípiat es un fantasma de concreto que se quedó a cinco días de inaugurar su parque de diversiones. Los niños de entonces no pudieron estrenar una estrella mecánica que nunca llegó a girar. La gente fue evacuada “por unos pocos días” y dejó todo, por eso las fotos muestran polvorientos zapaticos en los jardines de infancia y cuadernos escolares esperando a solas el próximo timbre, y parques sin novios… No volverán.
No lo veremos nosotros, pero podemos escribir las historias para los descendientes que estarán allí dentro de 240 siglos: esos niños de genética marcada curados en La Habana son la buena semilla de la que alguna vez rebrotarán las rosas en Prípiat.
Esta vez Enrique... más que leer me hiciste llorar. Por la ciudad futura, por los niños, por los parques, por los bancos sin novios... por la estrella que se quedó sin girar.
ResponderEliminarSiempre dejo comentarios deciéndote que escribes bien...no me queda duda de que eres un tipo genial.
Sin embargo, esta vez, no sentí las letras... me abofeteó la verdad en los ojos. Gracias por tener este caimán que nos devuelve los pies a la tierra.
Gracias.
Muchacha, soy yo quien te agradece. Normalmente, uno dice que escribe para buenos lectores, pero cuando sabe que lo lee alguien que escribe fuerte y siente hondo, como tú, entonces uno está más que feliz. No me sorprende que te conmueva esta historia: a la distancia conozco tu sensibilidad. Es el mejor retrato de ti.
EliminarGenial Mila!!!, un texto fino, profundo e inigualable... y uno del lado de acá del monitor, con un dolor en el pecho, con muhco dolor. Un besi gigante y rosas..
ResponderEliminarMelissa: Tú, malcriándome, como siempre. ¿Qué harás cuando te prohiba la palabra "genial"? Gracias por compartir la lectura y hasta el dolor. Un beso.
EliminarAh, no se vale prohibirme esa palabra, ajjajaj.... pq es difícil encontrar otro adjetivo, como ese, para ti. Muasss
EliminarCoincido con Melissa... esa es la palabra que te define: genial.
EliminarBueno, bueno... tablas. Si callarme sirve para que te cures, hago silencio.
Eliminar