Zapatacienta
Después del baile y la ilusión, de las doce campanadas, la fuga y todo lo demás, el mayordomo de palacio cumplía su encargo: iba de sitio en sitio comprobando qué zapato era el hermoso propietario de la muchacha de cristal que quedó tirada en la escalera.
Genial Mila, ya te digo, todo un maestro de minicuentos. Está buenísimo, guarda algo para el dinosaurio. Un besote...
ResponderEliminarMelissa, tú tan incondicional como siempre. Te prometo que sí, aunque sea para pasar la pena, tiraré una piedra a ese dinosaurio. Un beso.
ResponderEliminarFíjate si me gustó que te super-promocioné en Twitter.
ResponderEliminarPor cierto, no me has dicho nada de mis mini cuentos en http://deolasyfotos.wordpress.com
Me voy a poner triste.
Gracias: fíjate si te quiero que al leerte no pienso que seas mare nostrum, sino mare mío. Ahora mismo, a la lenta velocidad de esta conexión, voy a ese sitio en que me esperas. Todo por evitar tu tristeza.
EliminarNo has pasado por mi nuevo blog... ya no me quieres.
ResponderEliminarVaya... ni siquiera pq lo tengo en mi blogrol :'(
Ah! Enrique, entonces descubriste el rostro de la muchacha de cristal?? ¿tenía cara de Mar?
EliminarSí, Leydi, esa muchacha marina le queda muy ajustada a los zapatos.
ResponderEliminareso no es justo... yo quiero ponerle cara al cocodrilo!!
EliminarImagínate, si este cocodrilo no tiene ni muelas, ¿cómo va a tener cara?
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