Mi mañana fue noche esta mañana. Cuando iba al trabajo, en un punto de la ciudad pasé por una escena, intacta, de accidente. Y el centro de la escena era un cadáver.
Fuera de la televisión, no tenía experiencia de este tipo. En Cuba, por fortuna, hasta esta fecha, los muertos pueden verse solo en funerarias, pero este no había llegado aún a la suya; al parecer tropezó en su camino (camino a algún lugar sin llantos ni ataúdes) con un camión enorme que no le perdonó su endeble condición de ciclista y le cambió la ruta para siempre.
Allí el cadáver, allá la bicicleta, su vida al otro lado de la vida. Y a la vera el camión, gigante avergonzado de su golpe, quién sabe si culpable o inocente. ¿Qué importa lo que diga el tribunal...?, ya nada tornará al muerto hasta el latido.
Pese a que quise hablarle y darle vivos ánimos al muerto más solo que haya visto —tan solamente solo en negra carretera—, yo nada pude hacer. Yo nada pude hacer; escribo para revelar la causa a los peritos: el camión impactó la extinta bicicleta porque la luna abandonó su puesto al cesar su jornada y el sol durmió mucho, demorando su luz, y las nubes cerraron de grises los espejos del cielo. Son los cables científicos del alma: les digo que este martes fue noche mi mañana.
También hoy he escuchado de la muerte y de ese joven y solo he querido darle vida otra vez, aunque sea en estas líneas.
ResponderEliminarEs una sensación extraña, Yanetsy. Al menos yo, he pensado mucho hoy en lo poco que somos los seres humanos que no podemos ahorrarnos muertes insensatas.
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