jueves, 22 de diciembre de 2011

Manzanas prohibidas

Cualquiera de ellas camina sin prisa, enfundada en hábitos de afuera y adentro: la tela infinita, la austeridad, la misma calle, idéntica hora, similar paso, igual saludo y una puntualidad casi divina que nada parece saber de este mundo.

Tanta mesura escandaliza. Es todo un ruido a la pupila de los “machos”. Unos las miran con indiferencia, otros no las ven; estos les arrojan silencios y aquellos, incomprensión.

Ha de ser fuerte el velo que de lo alto les dieron, porque ninguno parece ubicar sus rostros en sus mapas ni percatarse de que hay allí, al Sur de las recogidas cabelleras andantes, cuerpos sin Mancha, tal vez dulcinéicos.

En tanto silencio, hay en las hermanas mucho que descubrir: bajo esa muralla textil que nadie toma por asalto viven montañas de estrógenos precolombinos, traviesos, intactos... que Dios puso allí para tentar a navegar rumbo al Poniente, a levantar motines, a establecer ayunos y a imaginar tesoros inimaginables.

6 comentarios:

  1. Así es. Deben guardar estirpe como pocas y de esas miradas que no ven las sombras. Un besi

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  2. En efecto, Melissa; creo que así como la virtud femenina no se limita solo a las monjas, la belleza física tampoco se circunscribe a aquellas mujeres que no lo son. Belleza y virtud pueden (y siempre debieran) andar juntas. Un beso.

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  3. Mila, no te rías por esto que te voy a contar, pero de niña yo quería ser monja.
    Mi abuelita, que descansa en paz porque vivió en guerra al frente de una familia cuando se le murió su amor, fue la que me llevó por vez primera a la iglesia de San José, en La Vigía. Desde entonces y hasta entrada en la adolescencia, me rodearon de una fuerte educación religiosa.
    El caso es que las veía a ellas, tan lindas, tan sencillas, tan amables siempre, y con todo el tiempo del mundo para visitar amigos, charlar, o simplemente estarse quietecitas, que aquellos me parecía el mejor oficio del mundo.
    PD: No hay forma que le gane a Melissa... ñooooo!

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  4. Ya tengo otra explicación a tu bondad. Y con todo respeto, María Antonieta, tu serías una monja que encajaría con las recreadas en este post: bella por dentro y por fuera.

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  5. Ayyy Mila, qué bello, tú siempre tan tú, por eso te quiero tanto.

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